¡Llegó la aurora! Ángeles, androginia, dragones y fuegos fatuos
/Aurora consurgens, atribuido por algunos a santo Tomás de Aquino, es uno de los manuscritos más bellos y enigmáticos. Fascinó a André Breton y debe su fama a la curiosidad obsesiva de Carl Gustav Jung
[Imágenes Glasgow University Library | Vía Ars Gravis]
Los textos alquímicos medievales reflejaban el misterio «crístico» y en este sentido quisiéramos destacar la famosa Aurora consurgens, atribuida a santo Tomás de Aquino aunque es muy poco probable que sea obra del teólogo italiano. La Aurora consurgens debe su celebridad a una serie de ilustraciones que se encuentran en el manuscrito más antiguo que de ella se conoce, datado en la primera década del siglo XV, aunque todo parece indicar que se trataría de un texto del siglo XIII.
El hallazgo del manuscrito tiene una curiosa historia. Cuando en 1930, C. G. Jung empezó a interesarse por la alquimia, leyó una recopilación de textos antiguos, realizada en 1590 por Conrald Waldkirch y titulada Artis auriferae. Dicha recopilación contenía la Aurora consurgens, pero Waldkirch suprimió la primera parte argumentado que las constantes relaciones entre las sagradas Escrituras y la alquimia desprestigiaban la sacralidad de la revelación, Jung buscó la parte censurada y la halló en forma de manuscrito en la biblioteca de Zúrich. Fue así como, contrariamente a la intención de Waldkirch, la primera parte de la Aurora consurgens ha sido harto estudiada, mientras que la segunda es prácticamente desconocida, aunque no esté exenta de interés.
La primera parte consiste en un pequeño tratado en el que el autor hilvana las citas bíblicas con las operaciones alquímicas. La traducción del título sería El alzamiento de la aurora porque, según el autor: «la aurora es como la hora de oro; así esta ciencia [la alquimia] posee una hora cuyo fin es dorado para quienes operan según la vía recta», también porque: «la aurora es llamada final de la noche y principio del día o madre del sol. Así en su extrema rojez, nuestra aurora es el fin de toda tiniebla y la huida de la noche». Para argumentar su afirmación, el autor utiliza diversos pasajes de los Salmos, como por ejemplo: «Y la noche será iluminada como el día» (Salmo 139, 12). La aurora es la madre del sol filosófico como María es la madre de Dios.
[Fragmento del libro de R. Arola, La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de Occidente]