Valle-Inclán, el incendiario: «Lo bonito de las revoluciones es lo que tienen de destructor»
/En 1934 el periódico Luz inició la campaña «Por un Madrid menos feo». Valle-Inclán propuso derribar el Círculo de Bellas Artes e incendiar media ciudad
En los adoquines, desperdigados, aparecieron cientos de pequeños trozos de huesos. El público, anonadado, no sabía qué pensar. Hasta que alguien dijo que se trataba de huesos de cientos de pájaros, que tras introducirse por la boca del caballo se habían quedado atrapados en su interior, revoloteando hasta morir. Se refería a la estatua ecuestre de Felipe III, erguida en el centro de la plaza Mayor de Madrid y que el 14 de abril de 1931, con la proclamación de la República, voló por los aires. Alguien introdujo por la abertura de la boca un artefacto explosivo. La estatua reventó y saltó por los aires. Inmediatamente llegó la lluvia de huesos. Tiempo después rehabilitaron la escultura pero, en esta ocasión, sellaron la boca del animal.
No fue el único ataque a monumentos o edificios. También se quemaron varios conventos, como el convento de los jesuitas de la calle Flor (Gran Vía) o el de Maravillas (Bravo Murillo) o el Instituto Católico de Artes e Industria (Alberto Aguilera), entre otros.
[Imágenes de la furia iconoclasta. 14 de abril de 1931, Madrid]
VALLE-INCLÁN Y SU FIEBRE DESTRUCTORA
«Lo que faltó ese 14 de abril, y yo lo dije desde el primer día, es coraje en el pueblo, que no debió dejar ni un monumento»
En enero de 1934, el periódico Luz inició una campaña «Por un Madrid menos feo». Se centraba en los monumentos de la capital, pero lo que había dado lugar a la «movilización ciudadana» impulsada por el medio fue el intento por levantar una estatua ecuestre en honor de los hermanos Quintero y de la que se conocía su maqueta. Luz, horrorizado, hizo un «Llamamiento a los artistas y a los amantes de Madrid. En la ciudad donde se levanta una de las dos estatuas ecuestres más bellas del mundo, la de Felipe IV en la antigua plaza de Oriente, se intenta levantar, en una glorieta del Retiro, la birria cuya fotografía puede verse aquí», rezaba en el primer número con el que comenzó su campaña.
Exigía cambios, remodelaciones, limpieza de numerosos monumentos madrileños que calificaba de «atrocidades». Para ello se entrevistó y pidió la opinión a varias personalidades, entre ellas Ramón del Valle-Inclán, al que fueron a ver a su casa y entrevistaron. Lo que no sospechaban es que se encontrarían a un iconoclasta, a un terrorista cultural. «Buenos días, D. Ramón. Venimos a preguntarle a usted su parecer respecto a la campaña que ha emprendido Luz contra los monumentos mediocres de Madrid», comenzaba la crónica de la visita que publicaría el periódico. «Me parece de perlas; pero lo que no veo es que la estatua de Felipe IV [la estatua ecuestre situada en el centro de la Plaza de Oriente] sea tan buena como dice el periódico. A mí me parece una cosa mezquina. Eso que tanto gusta de que el caballo esté solo sostenido en sus patas de atras no me basta para que sea una escultura gloriosa». Los periodistas, sorprendidos por la respuesta, le piden que se explique. Y don Ramón lo hace: «Sí, hay que empezar con los monumentos escultóricos y continuar con los arquitectónicos. Es una vergüenza. Hay que derribar inmediatamente ese Círculo de Bellas Artes, y ese Ministerio de Instrucción Pública, y ese Palacio de las Comunicaciones, y medio Madrid… Lo bonito de las revoluciones es lo que tienen de destructor. Se ha dicho mucho sobre la quema de conventos, pero la verdad es que en Madrid no se quemaron más que cuatro birrias que no tenían ningún valor. Lo que faltó ese 14 de abril, y yo lo dije desde el primer día, es coraje en el pueblo, que no debió dejar ni un monumento. Para la próxima revuelta espero que las masas vuelen con dinamita el monumento a Cervantes… No se hizo nada en España aquel día. Fue una lástima, pero como todo se repetirá, tarde o temprano, es preciso que vayamos indicando a la gente las cosas que hay que destruir para que nada les pille desprevenidos. Yo ya dije el mismo día de la proclamación de la República que esta nacía con el vicio de la debilidad»
Al día siguiente, el escritor remitió una carta al director de Luz en la que añadía algunas críticas más, llenas de burla, a la estatua de Felipe IV. La estatua, para muchos madrileños, era brillante porque representaba a un jinete sobre un caballo encabritado: «La estatua de Felipe IV —escribe— no me parece que cumple el concepto clásico de estatua, atendiendo al sentido de la raíz latina —STATU: Quieto y en pie—. Comparándola con las grandes estatuas que admiraba Humboldt, le falta reposo, arquitectura y monumentalidad».
El monumento a los hermanos Álvarez Quintero se inauguraría a finales de año en el Retiro. El «adefesio» estético sería celebrado con gran pompa por la intelectualidad conservadora. Don Ramón, mientras tanto, iniciaba su declive físico, sin sospechar que se aproximaban nuevos días de incendios iconoclastas.