Los escalofriantes retratos post mortem de Valencia


Niños, monjas o ancianas posan junto a flores, en lujosos ataúdes, habitaciones engalanadas o junto a sus seres queridos. La colección de retratos post mortem de la Biblioteca Digital Valenciana sobrecoge.

Niños, monjas o ancianas posan junto a flores, en lujosos ataúdes, habitaciones engalanadas o junto a sus seres queridos. Es la imagen póstuma, el retrato congelado, la imagen casi viva de la santidad y la pureza. La colección de retratos post mortem de la Biblioteca Digital Valenciana sobrecoge. Se trata de retratos realizados desde comienzos de siglo hasta los años treinta, justo en los años de esplendor y posterior decadencia de este tipo de retratos, tremendamente populares y socialmente bien vistos, que solían ser costosos, más aún para las familias más humildes.

Los fotógrafos, que también se dedicaban a la fotografía más convencional, solían anunciarse en la prensa como artistas absolutos capaces de ofrecer una imagen imborrable y «perfecta» de los seres queridos. Para eso, en los mismos anuncios, aseguraban que se desplazarían al domicilio tras el deceso para comodidad de sus clientes. José Navarro, Valentín Pla Marco, E. Joulia, Guzmán, J. Sánchez o los Hermanos Valero fueron algunos de los habituales de la fotografía mortuoria valenciana. Posiblemente, fueron los bebés y niños muertos los más populares entre los fotografiados. En estos casos adoptaban posturas de placidez y sueño; en ocasiones incluso lo hacían con los ojos entreabiertos. Debían darse prisa: las fotografías tenían que tomarse en sesiones apresuradas, con el fallecimiento reciente y los fotógrafos, convertidos en artistas post mortem, disfrazaban el rigor post mortem entre maquillaje y posiciones en las que parecieran ángeles.

Medio siglo antes de estas sorprendentes imágenes, ya existían en nuestro país fotógrafos post mortem como Eugenio Mattey (1808–1877), que se dedicaba a la fotografía desde 1848 y que, tras sus inicios precarios, inauguró su estudio fotográfico en el tercer piso del número 19 de la Rambla barcelonesa. Allí vendía fotografías y postales, pero también enseñaba el arte de la fotografía. Y una novedad que gustaba mucho a sus clientes: podía fotografiarlos no en la azotea, como había sucedido hasta entonces, sino en el interior, en un bonito salón. Mattey, en un anuncio publicado en el Diario de Barcelona, fechado el 3 de abril de 1856, se ofrece a «pasar a domicilio para sacar los retratos de las personas difuntas, con la especialidad de dejar el retrato en su animación vital y en la postura que se desee».

[En Agente Provocador ya nos hemos ocupado anteriormente de la fotografía post mortem]