Los jóvenes soviéticos que persiguieron a las bandas nazis y a los punks


Los liuberi fueron las fuerzas de choque del estalinismo. Combatieron con la violencia más brutal los intentos por «occidentalizar» la extinta Unión Soviética, adelantando a los grupos neonazis que asolarían Europa

Casi nadie que se haya acercado al ya clásico libro de Emmanuel Carrère Limonov, el literato hooligan convertido en líder extremista, ha salido indemne de imaginar cómo fue eso de ser adolescente en el corazón del estalinismo. La Unión Soviética, en los años duros de la represión política, se convirtió en un lugar para la experimentación política y artística. La falta de medios hizo que se desarrollaran métodos de contrainsurgencia, como los llamados «discos hechos con huesos» (discos fabricados con radiografías que se encontraban en las inmediaciones de los hospitales y que hoy se exhiben en medio mundo), una salida imaginativa para tener discos y rock and roll y, de este modo, evitar la censura. O el samizdat, las precarias publicaciones underground que dieron voz a poetas y rebeldes.

Un sinfín de subculturas nacieron en el período que va desde finales de los setenta hasta la caída del muro. Russian teddy boys, punks tardíos o incluso pandillas que fueron fuente de inspiración para grupos fundamentales en la música de finales de los ochenta y primeros noventa, como los británicos Sigue Sigue Sputnik, cuyo nombre provenía de una banda de delincuentes juveniles moscovita. Todo ese clima de represión, disidencia y, en ocasiones, violencia, estalló cuando el régimen comenzó a resquebrajarse. Para intentar detener la «occidentalización», la juventud adelantó en unos años el resurgimiento de las bandas neonazis en toda Europa a finales de los ochenta. Sus métodos fueron similares: armas, estética paramilitar, palizas y emboscadas a izquierdistas, contrabandistas a pequeña escala, rockeros o sospechosos de serlo. El legado de violencia indiscriminada que dejaron resulta alarmante y parece ser algo así como la «conexión rusa» con los nazis callejeros que asolaron y asolan Europa. Sin embargo, su fecha de fundación fue el 20 de abril de 1982, cuando un grupo neonazi se había concentrado en la plaza de Moscú para conmemorar el nacimiento de Adolf Hitler, pero huyeron cuando aparecieron los liuberi dispuestos a poner en práctica su política de puños y violencia, mientras la policía miraba para otro lado. Ante la opinión pública aparecieron como antifascistas y militantes soviéticos, pero muchos moscovitas estaban aterrorizados por su violencia.

Un liuberi posando en su gimnasio

Un liuberi posando en su gimnasio

«"Nacimos y crecimos en Liubertsy / el centro de la fuerza bruta / y creemos que nuestro sueño se ha hecho realidad / Liubertsy es el centro de Rusia”»

Según Carles Vinyas, uno de los mayores expertos en extremismo y neofascismo en nuestro país, «su imagen se redujo, según los medios, a un “uniforme”, un código de actuación y una simbología propia. La prensa trasladó un estereotipo de los liubero basado en una estética común: ropa deportiva y camisetas en verano y chaquetas acolchadas de cuero, pantalones a cuadros anchos, camisas blancas, corbatas negras estrechas y zapatos para el invierno. Exhibieron también complementos como sombreros, gorras, bufandas blancas, pañuelos atados al cuello con sus extremos a la espalda o chapas con la efigie de Lenin (iconografía que algunos lucieron en la etapa inicial de implantación del estilo). En resumen, una vestimenta holgada y cómoda apta para las peleas. También contaron con un himno propio, cuya letra denotaba la exaltación identitaria que caracterizó al estilo: “Nacimos y crecimos en Liubertsy / el centro de la fuerza bruta / y creemos que nuestro sueño se ha hecho realidad / Liubertsy es el centro de Rusia”». Es muy posible que la pandilla que puso nombre a Sigue Sigue Sputnik, cuyos miembros leyeron a mediados de los ochenta en un artículo publicado en el Herald Tribune, estuviera formada por liuberi.

El epicentro fue un barrio en las afueras, a unos veinte kilómetros al sureste de Moscú, llamado Liuberts, donde a comienzos de los años ochenta existían numerosos gimnasios donde entrenaban jóvenes que habían crecido en ambientes soviéticos y que recibían el nombre de «kachki», (derivado de «kachalka», esto es, «gimnasio). Los gimnasios, la mayoría de las veces, eran improvisados y se creaban en los bajos de los edificios de viviendas o en locales abandonados. Muchos de ellos, organizados en sus barrios, militaban en grupos comunistas. Poco a poco, comenzaron a adoptar una misma imagen pulcra y militarizada, soñando con ser las tropas de choque de la pureza soviética. Durante varios años, atacaron a seguidores del pop, reventaron conciertos en los pocos lugares en que se programaban actuaciones en vivo y atacaron con sus puños a los adolescentes que miraban a Occidente y su cultura. Muy pocos podían hacerles frente. Algunos pertenecían al Komsomol, la Juventud Comunista, pero no podían agredir bajo esta apariencia. Lo mismo que la policía. Allí donde no llegaban ni los militantes comunistas ni los agentes, lo hacían las bandas, llegando a producirse multitudinarias reyertas entre cientos de liuberi y seguidores del rock and roll y el heavy metal en pleno centro de Moscú.

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Jóvenes punks y rockeros soviéticos a mediados de los ochenta. Fotografías: Igor Mukhin

Jóvenes punks y rockeros soviéticos a mediados de los ochenta. Fotografías: Igor Mukhin

El choque era, al mismo tiempo, entre la urbe y la periferia. El centro de las ciudades concentraba a los jóvenes amantes de la cultura occidental, mientras que en los suburbios, más deprimidos, se multiplicaban las pandillas. Existe un paralelismo entre estos y los apaches, las bandas francesas de principios de siglo, ya que ambas subculturas fueron enviadas a la guerra; los liuberi a la guerra de Afganistán y, los apaches, a otra carnicería entonces sin precedentes: la Primera Guerra Mundial. Parece ser que los liuberi, proletarizados pero fervorosos creyentes en el universo soviético, fueron asumiendo su «misión» como ángeles vengadores, pero los apaches no. Para estos últimos, no quedaba otra opción. La milicia les daría un mísero sueldo y evitaría que acabasen en prisión. Por supuesto, Afganistán, donde los estadounidenses colaboraban mano a mano con los talibanes, fue una experiencia atroz, pero eso no cambió nada en la naturaleza criminal del liuberi. Al regresar formaron más batallones de asalto, pero esta vez con una estructura aún más militarizada tras intervenir en una guerra a gran escala.

Dos liuberi en un gimnasio

Dos liuberi en un gimnasio

Un grupo de liuberi en el gimnasio en un reportaje publicado por la prensa moscovita en 1987

Un grupo de liuberi en el gimnasio en un reportaje publicado por la prensa moscovita en 1987

En España, tuvimos conocimiento de los liuberi gracias al ya clásico Neonazis en España. De las audiciones wagnerianas a los skinheads (1966-1995), del experto en movimientos de extrema derecha Xavier Casals, publicado por Grijalbo en 1995. Su autor afirmaba que estos presentaban «claras concomitancias con el neofascismo skinhead e invitan a una reflexión que trasciende la curiosidad antropológica y el reduccionismo político y geográfico para considerar un marco de análisis más amplio».

Joven neopunk en Moscú en 1986. Fotografía: Igor Mukhin

Joven neopunk en Moscú en 1986. Fotografía: Igor Mukhin

La Vanguardia, el 5 de abril de 1987, daba cuenta de la proliferación de los liuberi, incluyendo una entrevista con uno de ellos publicada inicialmente en un periódico moscovita:

«Las negociaciones para visitar el centro fueron llevadas a cabo por Pashe, un muchacho robusto y seguro de sí mismo, que estudia en una de las escuelas profesionales de muy bajo nivel, donde acuden los escolares que no pueden continuar el bachillerato). El centro se encuentra en el sótano de un edificio de cinco pisos. En las paredes hay espejos de varias formas y en el suelo, hay pesas de fabricación casera. Sobre una silla, en un rincón, un tocadiscos viejo [...]

—¿Por qué tenéis miedo a dar vuestros nombres enteros?

— Ya se ha escrito bastante mal de nosotros. Si usted escribe nuestros nombres, vamos a tener lavados de cerebro. Y, además, Dirna y Pasha, por ejemplo, son komsomoles [miembros de las Juventudes Comunistas].

—¿Recurrís a preparados hormonales? La respuesta es eufemísticamente positiva.

—¿Por qué ejercéis el culturismo?

—¿Por qué no? ¿Prefiere que fumemos drogas o andemos pendoneando por los bares?

—Pero vosotros también pasáis mucho tiempo en los cafés de Moscú. 

—Sí, pero vamos allí para descansar. Bailamos, bebemos jugos, pero no vino. En Liuberisi no hay dónde divertirse. En Moscú, en cambio, siempre hay ambiente de fiesta. Allí uno se lo pasa bien.

—Pero, a veces, vuestras diversiones acaban en peleas.

—Nunca somos los primeros en atacar, sí bien hay muchachos (en Liubertsi) que van a Moscú a pelearse. Y por eso se les llama “liuberi”, palabra que ahora en Moscú significa gamberro.

—No os importa que os llamen “liuberi”?

—Bueno, siempre es agradable ser respetado, que la gente, cuando nos ve, diga: "Mira, por ahí van los liuberi”.

—¿Tenéis uniforme y jefes propios? De la respuesta resulta que no existe ninguna organización o uniforme, si  bien los “liuberi” suelen reunirse casi siempre en la mismos cafés de Moscú.

—Entonces, ¿sois “liuberi, no?

—Cuando nos oprimen, sí, somos "liuberi”.

—Por qué perseguís a los metalisti [heavies], a los punkies y a los hippies?

—Porque ensucian Moscú. Basta con entrar en cualquier café: allí se los encuentra, sucios, desgreñados, adornados con cadenas metálicas. Y se creen ser alguien.

Desaparecieron como grupo uniformado, pero el neofascismo soviético continuó. Como testimonio de la proyección que tuvo el movimiento quedó la película Luna Park (1992) del director Pavel Lungin, donde retrata a un grupo de liuberi en su momento álgido. En esta secuencia puede verse una enorme batalla entre motoristas, rockers y punks contra fornidos liuberi:

Los liuberi no fueron tanto unos «hijos de Limónov», como las fuerzas de choque de un estado dictatorial. Cuesta imaginarlos junto a la ambigüedad, aparente contradicción y sexualidad desbordante de aquel Limonov que seguía a los escritores bohemios, leía a los franceses y paseaba por la Quinta Avenida de Nueva York. No fue uno de los suyos, pero sí el más auténtico de los disidentes. Disparó a «bulto», como confesó en entrevistas y escritos autobiográficos durante la guerra de Yugoslavia. Amó la guerra pero, igualmente, el pacifismo. Pura contradicción, como la violencia hooligan, una fuerza centrífuga de pasiones desatadas, manipulaciones políticas y locura.