Nazis en la luna y... en Walt Disney
/El rostro de Adolf Hitler cambió. Sus ojos se abrieron asombrados. En sus labios podía verse una expresión de fascinación y tensión: «Cuando le describimos nuestros logros, su cara se iluminó de entusiasmo», afirmó Von Braun, que dirigía el proyector con el que pasaba las imágenes del exitoso lanzamiento del cohete A-4. Un proyectil disparado hacia los confines del mundo conocido, un invento que pondría a Alemania al frente de la tecnología casi de ciencia ficción soñada por Julio Verne. Un arma, en definitiva. Von Braun, un aristócrata y nazi convencido seguidor de Verne y H. G. Wells, soñaba con hacer realidad su proyecto de toda la vida: alcanzar la Luna, aunque para ello volase el mundo por los aires. Aquel cohete sería el principio del fin de una ciudad de Londres que sería castigada duramente con atroces bombardeos. El arma total.
Hitler, que había visto in situ, en su famosa «guarida del lobo», las posibilidades de aquel invento, estaba convencido. Apoyaría los planes de Von Braun y, por vez primera, echaría a un lado sus supersticiones, cuando soñase que ningún cohete podría alcanzar jamás Inglaterra. Los sueños erraban. Von Braun, que trabajó con ahínco en las armas que arrasarían las ciudades inglesas, era un mesías tecnológico. «¡La humanidad no podrá soportarlo!», añadió Hitler.
Es muy poco conocido que, en octubre de 1939, los científicos nazis ya habían lanzado un cohete que alcanzó los 95 kilómetros de altura, quedándose muy cerca de la línea de Kármán, que al llegar a los 100 kilómetros marca la frontera entre la atmósfera terrestre y el espacio exterior. En aquel momento, con la guerra mundial desatada, los nazis se situaban en primera posición en la experimental carrera aeroespacial, muy lejos aún de los primeros intentos soviéticos.
El escenario, al terminar la guerra, era otro bien distinto. Europa estaba destruida y Hitler había muerto. Los nazis estaban siendo perseguidos y, a veces, cuando caían en las garras de los cazanazis, eran juzgados o directamente eliminados. Von Braun, que se sabía buscado, no dudó en cruzar el charco y llegar hasta el supuesto país de las libertades, el adalid del antifascismo, Estados Unidos. Con el Ejército Rojo a las puertas de Berlín, el 19 de marzo de 1945, se dictó la «Orden Nerón», por la cual «cualquier cosa [...] de valor situada en el territorio del Reich, que pueda ser empleada por el enemigo de inmediato o en un futuro próximo para la continuación de la guerra, ha de ser destruida». Lo de «cosas» era extensible a personas como Von Braun, que temía ser asesinado antes de caer en manos soviéticas o americanas, que sabían de sus capacidades asombrosas en la temprana carrera aeroespacial. Así que huyó con lo puesto disfrazado de soldado raso alemán.
La Unión Soviética y Estados Unidos lucharon por atraparlo, pero no para que fuese juzgado sino para incorporarlo a sus planes de conquista espacial. Las preferencias del nazi estaban claras: Estados Unidos seguía siendo una potencia económica de primer orden, ya que la guerra no la había destruido y, en el futuro, lideraría la obsesión espacial. Se puso a sus servicios y los americanos, encantados, organizaron su traslado y su futura vida.
Lo primero que se hizo fue maquillar su identidad gracias a una operación con un nombre absolutamente adecuado: «Paperclip» («Sujetapapeles»), que básicamente manipulaba biografías para presentarlas «civilizadas» ante el pueblo americano. Von Braun, de este modo, era un hombre nuevo, un científico alemán que jamás había colaborado en el exterminio. De la noche a la mañana, estaba en El Paso, Texas, y contaba con un equipo científico a su servicio, además de su familia.
Pero pasaron los años y los sueños de Von Braun parecían esfumarse. El mundo cambiaba y quizá jamás llegaría a convencer al presidente de la conveniencia de financiar algo tan increíblemente costoso como situar al primer americano en la Luna. Sin embargo, todo cambió cuando por vez primera en la historia los rusos lograron enviar un hombre al espacio, Yuri Gagarin, el 12 de abril de 1961. Varias semanas más tarde, un grandilocuente John F. Kennedy se dirigió al Congreso en un discurso retransmitido y afirmó que, desde esa fecha, el objetivo supremo sería alcanzar la Luna. Todos los americanos debían colaborar para alcanzar el objetivo, ya que si lo conseguían los pérfidos rusos, impondrían el soviet en la tierra.
Así nació el programa Apolo, que resucitó de inmediato a un ahora exultante Von Braun, para quien había llegado su gran momento. «Paperclip» se transformó en programas televisivos en los que siempre podía verse el «simpático» rostro de Von Braun.
Su nombre también pasó a ser parte de la vida cotidiana a través de su participación en tres programas de televisión de Walt Disney dedicados a la exploración espacial, donde era presentado como un pacífico soñador y un idealista del espacio.
Su biografía, que seguía esta línea, se tituló Mi vida para la navegación espacial. También la revista Collier publicó artículos en los que ensalzaba su figura. Von Braun encajaba en la campaña de Disneylandia, basada en varias ideas: Fantasyland, Frontierland, Adventureland y Tomorrowland. Los sueños aeroespaciales llenaban la imaginación de los niños americanos. En 1955, por ejemplo, Walt Dysney produjo el primer gran programa sobre este tema, que llamó Man in space (donde colaboró Von Braun) y que, por supuesto, fue todo un éxito. Walt Disney se embarcó completamente en el Marshall Space Flight Center, dirigido por el antiguo nazi.
Von Braun, que disponía de fondos ilimitados, trabajó de forma titánica hasta poner a punto su cohete que, el 16 de junio de 1969, logró disparar hacia el infinito, en una célebre cuenta atrás inspirada en la película de Fritz Lang, La mujer en la luna, (1929), una de sus favoritas. El propio Von Braun encargó que en la base del primer misil que lanzó, en los tiempos del nazismo, se pintase el logo de la película.
Neil Armstrong puso un pie en suelo lunar. El viejo oligarca nazi cumplía el sueño de su vida. Von Braun era ya uno de los personajes más famosos y valorados del país. Vivió a todo lujo hasta 1976, año en que falleció en Maryland.