Los primeros teddy boys: la juventud airada del Londres obrero

Roger Mayne salía cada mañana con su cámara en busca de lo insólito. En 1956, mientras los especuladores destruían los barrios obreros, se dio de bruces con los primeros y sorprendentes teds, tanto chicos como chicas. Sus fotografías se convirtieron en icónicas.

Por entonces, 1956, no había más que unas cuantas decenas de ellos. Roger Mayne se los encontró al norte de Londres, en Kesington, formando una barahúnda de chavales, todos sin haber cumplido la mayoría de edad. Dispara su cámara. Uno de ellos, desafiante, camina hacia él con un palo en la mano. Son los teddy boys, la subcultura callejera que acaba de nacer. Inspirada en la moda eduardiana y formada por amantes del rock and roll, se enfrentan a lo «nuevo» y, en ocasiones, cargan contra sus vecinos con abierta hostilidad y violencia. Algunos de ellos tienen tratos con la delincuencia, o al menos intentar sobrevivir con algún atraco y robo. Les gusta pelear porque la calle lo exige. Las condiciones de vida para la clase trabajadora londinense son crueles y exigentes. Nadie entiende lo que ha ocurrido. De pronto, los jóvenes tratan a los adultos con desprecio y afirman no querer recibir más lecciones de estos. Ellos, dirán, inventarán su propio mundo.

Lo mismo le sucede a Mayne con las escurridizas y aún menos frecuentes teddy girls, a las que encuentra en Battersea Funfair. Cada una de ellas, a diferencia de sus colegas chicos, presenta un estilo distinto. Son individualistas, excesivas, valientes. Durante sus paseos azarosos en busca de retratos, el fotógrafo se centraba en los alrededores de Notting Hill, que aún no se había convertido en un paraíso para hippies, okupas y motoristas. Sus retratos tenían lugar en zonas a punto de ser demolidas, en un Londres presionado por las inmobiliarias y los especuladores. Muchos de sus barrios serán poco después demolidos y, las casas que queden, en muchas ocasiones, serán tapiadas durante años para fortuna de okupas.

La sorpresa podía aparecer en cualquier momento: «Había belleza en aquella calle, un cierto tipo de esplendor decadente y siempre un ambiente estupendo. Romántico, en el frío del invierno; frenético, en el verano; cálido y amigable en la primavera… Sigo recordando mi excitación cada vez que doblaba la esquina para entrar en la calle Southam», recordará años más tarde Roger Mayne.