El día en que Serrat bailó con la momia de una monja
/¿Qué es lo que une al cantante Joan Manuel Serrat, a un carbonero valenciano de principios del siglo XX y a la momia de una monja en la Semana Trágica de Barcelona? En Agente Provocador se lo explicamos.
«Hoy hace un año que murió, fusilado en un foso de Montjuich, Ramón Clemente García, el chico de la carbonería de la calle de Roig. Su muerte es la nota más infamante de la represión barcelonesa. Ferrer [i Guàrdia] era, en cuanto a jefe de una rebelión que no fue tal rebelión, y que se caracteriza por la falta de plan y por la carencia de cabeza, perfecta, absolutamente inocente; pero se comprende que se le eliminara, por venganza, a título de enemigo peligroso. Con Ramón Clemente García no hay ni siquiera utilidad en la injusticia. ¿Qué provecho se sacó de la extinción de esa vida juvenil? Ninguno. El carbonero era un ser inofensivo. No pertenecía á ningún partido político, no era socio de ninguna agrupación obrera, era un cuitado, un “¡viva la Virgen!”, como suele decirse. Pasó por su calle la revolución, y le atrajo, como le hubiera seducido el desfile de un regimiento batiendo marcha, o la algarabía de una comparsa carnavalesca».
Con esas palabras publicadas el 4 de octubre de 1910 recordaba El País, «diario republicano», la ejecución de Ramón Clemente García, un joven carbonero que había participado en los disturbios de la Semana Trágica de Barcelona de 1909. Tras ser sometido a un Consejo de Guerra, el tribunal militar que le juzgó lo condenó a la pena de muerte y, aunque toda España esperaba que fuera indultado, o al menos que la pena le fuera conmutada, el Consejo de Ministros fue implacable con el joven.
El viernes 1 de octubre de 1909 Ramón Clemente García fue trasladado desde la Cárcel antigua de Barcelona al cuartel de Atarazanas y de allí al castillo de Montjuic, donde fue confinado en uno de los calabozos. Ese mismo día, El País, que siempre siguió muy d cerca el caso, publicó una nota que, con el título «Es de justicia», informaba a sus lectores de que le había hecho llegar al presidente del Gobierno un telefonema en el que solicitaba el indulto de Clemente García. No sirvió de nada. El sábado 2 de octubre de 1909 la sentencia le fue notificada al reo, que fue llevado a la capilla del castillo, en la que pasó sus últimos momentos acompañado de los hermanos de la Congregación de la Paz y la Caridad y del capellán del cuartel.
Todos los presentes intentaron «confortar al reo, que se negaba á tomar nada, incluso a fumar. A costa de grandes esfuerzos, logrose que tomara un reconstituyente, sirviéndosele una taza de café con cognac y luego un caldo con huevo». A las cinco y media de la mañana llegó la tropa que se iba a encargar de la ejecución y a las ocho, tras oír misa, Ramón Clemente García fue trasladado al foso batería de Santa Amalia donde fue fusilado por ocho soldados bajo la acusación de «rebelión, de hacer armas contra la tropa y de profanar sepulturas». Sin embargo, el único delito de Ramón Clemente García fue haber tenido la mala suerte de ser detenido junto a figuras claves del anarquismo catalán entre las que se encontraba Francesc Ferrer i Guàrdia.
FRANCESC
Hijo de una pareja de campesinos acomodados de ideología conservadora, Francesc Ferrer i Guàrdia fue un joven racionalista, republicano y anticlerical que acabaría abrazando el pensamiento libertario, el cual divulgó a través de la Escuela Moderna, centro pedagógico que abrió en Barcelona en 1901 gracias al millón de francos que le dejó en herencia una antigua alumna.
La Escuela Moderna realizó una importante labor de difusión de las ideas anarquistas y de una educación basada en el apoyo mutuo, en la ausencia de dogmatismo, en la razón y en el desarrollo integral del sujeto desde su infancia. Unos planteamientos que no gustaron a la Iglesia católica y que fueron considerados disolventes por el Gobierno, que persiguió con saña la labor de Ferrer i Guàrdia. En consecuencia, el pedagogo tuvo que interrumpir las actividades de la Escuela Moderna en varias ocasiones, una de ellas, cuando se descubrió que Mateo Morral había sido bibliotecario de la institución. Esa vez, Ferrer no solo tuvo que cerrar la escuela, sino que fue encarcelado y procesado, aunque finalmente absuelto.
Por eso, cuando en 1909 se produjeron los disturbios de la Semana Trágica de Barcelona, las autoridades aprovecharon para detener de nuevo a Ferrer, juzgarlo y condenarlo a muerte. De nada sirvió que la defensa argumentase que el pedagogo llevaba varios meses residiendo fuera de España y que se encontraba en Barcelona de paso o que el proceso estuviera plagado de irregularidades. El objetivo era que no se volviera a escapar y para ello era imprescindible matarlo.
RAMÓN
Ramón Clemente García había nacido en Valencia en una fecha incierta de 1887. En 1909 trabajaba en una carbonería del Carrer d’en Roig de Barcelona y como decía el periódico El País días después de su ajusticiamiento, «no era anarquista, ni revolucionario convicto y confeso». Lo que sí era Clemente García era discapacitado intelectual, una condición que tal vez explicase su extraña actuación durante el día de los hechos, especialmente la que dio lugar a la acusación de «profanación de cadáveres».
Según relataba el diario La Publicidad, «el hecho de autos ocurrió en la calle del Carmen, esquina a la de Roig, donde se levantó una barricada el día 27 de julio último […]. El procesado Ramón Clemente García, dependiente de una carbonería, después de contribuir a levantar la barricada, cogió el cadáver de una monja de las Jerónimas, bailó con él y lo llevó por la calle en son de mofa, arrojándolo en la calle de Egipciacas. Dícese también en la causa que los demás procesados, empleados en una huevería de la calle de Roig, contribuyeron á levantar la barricada».
«Sea lo que fuere ¿dónde está el delito en esa acción?», preguntaba el diario El País. Para ese mismo medio, que se remitía a lo actuado en el proceso, «Ramón Clemente García no disparó tras esa barricada que ayudó a formar. Este es un hecho probado. No incendió conventos. No violó ni profanó sepulturas. No saqueó. No hizo más que lo dicho por sus acusadores: poner unos adoquines en la barricada de su calle y bailar con la momia de la monja. ¡Y fue condenado a muerte! ¡Y fue cumplida la cruel sentencia!».
Unas líneas más abajo, ese mismo diario abordaba las razones que habían llevado al Consejo de Ministros a denegar el indulto «de joven, de un infeliz, de un irresponsable y, sobre todo, de un inocente». En opinión de ese periódico, «el gobierno, que presidía el católico Maura, denegó el indulto, preparando con esta negativa el fusilamiento de Ferrer. Se mataba a Ramón Clemente García para hacer con ese cadáver un argumento en favor del fusilamiento del creador de la Escuela Moderna. ¿Cómo indultar al uno si no se había perdonado al otro?».
Como sucedería años después con las ejecuciones de Salvador Puig Antich y el alemán Heinz Chez, estaba bastante claro que Clemente García y las otras tres personas procesadas por los disturbios de julio y agosto de 1909 fueron «la torna», el redondeo de la condena a muerte de Ferrer y Guàrdia y lo que permitía justificar el fusilamiento del pedagogo libertario.
JOAN MANUEL
En 1976, el realizador catalán Antoni Ribas se planteó rodar una película sobre el Fútbol Club Barcelona coincidiendo con el 75 aniversario de su fundación. Sin embargo, Jordi Feliu, director de Alícia en la España de las maravillas, se le adelantó y filmó Barça, 75 años de la historia del Fútbol Club Barcelona. Ante semejante imprevisto, acaecido después de que hubiera conseguido la financiación para la película gracias a las aportaciones de un centenar de inversores que pusieron cantidades que oscilaban entre las doscientas y trescientas mil pesetas, Antoni Ribas decidió rodar una ambiciosa película sobre la Semana Trágica de Barcelona, sus antecedentes y sus consecuencias que tituló La ciudad quemada.
El filme, de dos horas y media de duración, contaba con un elenco de lujo, algunos de los cuyos miembros trabajaron de manera desinteresada. Actores como Ángela Molina, Xabier Elorriaga, Adolfo Marsillach, José Luis López Vázquez, Ovidi Montllor, Núria Espert, Teresa Gimpera, Patty Shepard y Joan Manuel Serrat. El cantante, que ya había rodado a las órdenes de Ribas la película Palabras de Amor en 1968, interpretó un papel que, aunque breve y casi al final de la cinta, resultó muy comentado: el de Ramón Clemente García bailando con el cadáver de la monja.