Un espectacular carné de marfil para bailar toda la noche
/Hace un siglo un hermosísimo carné de plata, azabache o marfil servía para bailar y evitar posibles trifulcas en mascaradas que duraban hasta el alba
Todas aquellas que querían asistir a un baile, a una gran mascarada, llevaban su «carné de baile», un tarjetón doblado e incluso un librillo en el que aparecían las piezas que se iban a interpretar junto a un espacio en que debían señalar quien iba a ser su pareja durante la canción. Algunos eran verdaderas piezas de arte e incluían un lápiz colgado de un cordón o cinta. Los materiales variaban y tenían mucho que ver con la posición económica y el estado civil de la dama: los carnés de nácar eran para la solteras, los de marfil para las casadas y los de azabache para las viudas. De esa manera el pretendiente sabía de antemano con quien trataban.
Los más sencillos eran de cartón y se usaban una sola vez; los había también más elegantes, de plata. Algunos se encargaban y personalizaban, pero por lo general se compraban en las tiendas especializadas. Una vez hechos se enviaban por correo o entregaban en mano a los invitados. A menudo formaban parte de un conjunto, un juego que consistía en una agenda, un monedero, un libro devocionario y el propio carné, todo ello metido en un vistoso estuche bien rematado y forrado de seda.
Por supuesto, la moda se impuso entre la aristocracia durante todo el siglo XIX y primer tercio del XX como una forma curiosa, bella y discreta de ligar y filtrear a través del baile en toda Europa, incluida España (balls penden, dance card, programme du bal y carnet de bal). Por lo general, el carné de baile era casi obligatorio en las fiestas en que se contrataba a una orquesta, que interpretaba canciones de varios estilos que implicaban igualmente distintos tipos de baile, algunos más frenéticos y otros más íntimos. Eran bailes de sociedad que podían ser públicos cuando se daban en los casinos de recreo o los liceos o incluso en determinados teatros. A veces se celebraban bailes de máscaras o mascaradas incluso fuera de los días de Carnaval, como fueron frecuentes en las grandes ciudades, que solían organizarse en casinos y liceos. La asistencia podía ser enorme, cerca de medio millar de invitados, y se prolongaban hasta la madrugada. En estos últimos, en las grandes mascaradas organizadas por sociedades y clubes populares, agentes de policía solían aparecer para asegurarse que se «respetaban» las costumbres. Tras la máscara podía ocultarse cualquier persona y, en ocasiones, los salones de bailes tenían sus respectivas habitaciones oscuras donde los invitados podían dar rienda suelta a la pasión.
“Apuntar [el nombre] era la única forma segura de saber quien iba a ser su pareja, una manera de recordarlo y evitar disputas que, en ocasiones, podían acabar violentamente”
Los preparativos para el evento y el baile en sí seguían estrictas normas de cortesía y protocolo, basados en los bailes que daba la familia real. Las vestimentas tanto de mujeres como de hombres estaban reguladas y los objetos accesorios también. Las telas, los colores y las hechuras variaban según la edad. Los zapatos se hacían de raso del mismo color del traje y los guantes solían ser de tonos claros y era costumbre llevarlos puestos toda la noche. Otros complementos indispensables eran el pañuelo, el abanico y el carné de baile para las damas.
También adoptaron la forma de abanicos en los que, por un lado se apuntaban las piezas musicales y, por el otro, las parejas de baile. En ocasiones, apuntarlo era la única forma segura de saber quien iba a ser su pareja, una manera de recordarlo y evitar disputas que, en ocasiones, podían acabar violentamente.
Las normas para el uso del carné eran inapelables. Cuando la dama escribía en sus páginas el nombre del candidato no se podía volver atrás bajo ninguna excusa. El caballero también tenía una agenda donde anotar el nombre de la dama correspondiente para no equivocarse y llegar seguro a la cita.