El pop psicodélico según H.P. Lovecraft
/En los albores de la psicodelia, una banda de pop estadounidense adoptó el nombre del visionario de Providence para alumbrar un par de discos malditos que precipitaron el fin de la Era de Acuario.
En 1966, George Edwards todavía se ganaba la vida tocando la guitarra en hoteles y clubs nocturnos. Acababa de casarse y se había mudado con su esposa a Chicago en busca de un trabajo estable como músico de sesión. Así fue como conoció en una audición a David Michaels, un músico de conservatorio con una amplia formación en jazz y música clásica, con el que congenió rápidamente. A pesar de no tener nada en común, se compenetraban muy bien sobre el escenario. David no estaba familiarizado en absoluto con el rhythm and blues, pero le habían diagnosticado oído absoluto y con escuchar sola una vez una melodía ya era capaz de tocarla. En cuanto Will Mercier les vio improvisar juntos decidió formar con ellos un trío que muy pronto se hizo popular en Illinois. Pero por mucho George y David disfrutaran tocando juntos, la rígida disciplina a la que les sometía Mercier les impedía desarrollar su talento.
Aguantaron un par de años más porque necesitaban el dinero, pero los dos amigos sentían que el tiempo se les echaba encima. Así que un buen día Edwards le mostró a su amigo un puñado de composiciones en las estaba trabajando. El material resultó lo suficientemente prometedor como para despertar el interés de un pequeño sello discográfico cuyo nombre resultaría profético: Dunwich Records. El productor Bill Traut les ofreció su estudio de grabación y juntos registraron cinco canciones en apenas en un par de jornadas, incluyendo una versión del Any Way That You Want Me de Chip Taylor que se incluiría como cara B en el single de adelanto.
«No creas que es un juego —cantaban— Juegos como este, amigo mío, te volverán loco / Escucha los sonidos, escúchalos a tu alrededor»
Su manager, George Badonsky, solía acudir al estudio en compañía de su mascota, un yorkshire terrier llamado Yuggoth. Cuando Edwards se interesó por el origen de aquel nombre tan extraño, Badonsky le prestó su ejemplar de En las montañas de la locura. Por si fuera poco, Traut era amigo de un tal August Derleth, que resultó ser el albacea de los derechos de autor de aquel escritor que terminaría obsesionándoles. Tanto que decidieron bautizar a la banda en su honor, obteniendo el permiso para utilizar el nombre de HP Lovecraft. Lo que no deja de resultar sorprendente, teniendo en cuenta que el propio autor acostumbraba a utilizar la música como un elemento amenazador y profundamente desagradable. Hay quien señala la posibilidad de que sufriera de anhedonia musical no diagnosticada, una condición neurológica que implica la incapacidad de un individuo para disfrutar escuchando música, o bien presentara algún tipo de trastorno del espectro autista. En cualquier caso, como señala Juan Antonio Molina Foix en su prólogo para Narraciones completas de Editorial Valdemar, «no hay que olvidar que entre los siete y los nueve años el futuro escritor tomó clases de violín e incluso dio un recital público en 1898. Que no abandonó del todo esta afición lo demuestra, además de uno de sus relatos preferidos La música de Erich Zann (homenaje a su abuelo materno Whipple Phillips, símbolo para él del saber oculto), el hecho de que de adolescente formó parte de varios grupos de canto, así como su asombrosa memoria para recordar las letras y fechas de publicación de innumerables canciones populares». Recordemos, si acaso, que «Azatoth, el sultán demoníaco» del universo lovecraftiano, es precedido por «el ritmo sordo y enloquecedor de viles tambores y el lamento fino y monótono de flautas malditas».
Sea como fuere, la multinacional Phillips Records se mostró interesada, concertaron una cita y firmaron un contrato. Debían apresurarse: Edwards y su esposa habían perdido su casa en un incendio el verano anterior, y vivían en un modesto apartamento de las afueras que utilizaron como local de ensayo. Así que, con el dinero que obtuvieron como adelanto, Edwards se compró su primera guitarra eléctrica y Michaels un órgano Hammond. Improvisaron en aquella sala de estar durante horas hasta dar con la melodía de su primer himno verdaderamente lovecraftiano: At The Mountains Of Madness. Tanto es así que decidieron postergarlo hasta encontrar el momento perfecto, publicándolo en su segundo disco de 1968, tras haberla rodado lo suficiente en directo.
«No creas que es un juego —cantaban— Juegos como este, amigo mío, te volverán loco / Escucha los sonidos, escúchalos a tu alrededor». El guitarrista Tony Cavallari fue lo suficientemente joven, talentoso y atrevido como para asumir el reto. El único problema era que vivía en Indiana, a 80 kilómetros de distancia. Como no tenía coche, acordaron que dormiría en el sofá de los Edwards durante varias semanas. Mientras tanto, George y David siguieron actuando cada noche con Will Mercier para poder pagar las facturas. Durante el día ensayaban con Tony y cada noche interpretaban el mismo repertorio que habían llegado a aborrecer. La vida familiar se resintió y su salud, también. Tras mucho insistir, consiguieron convencer a Badonsky para alquilar un local en la última planta de un edificio de oficinas en pleno centro de la ciudad. Empezaban a ensayar al terminar la jornada laboral, a partir de las diez de la noche, y no podían extenderse más allá de la medianoche. El acuerdo les pareció justo y el alquiler, barato. Pero una noche fumaron tanta hierba que se olvidaron de cerrar puertas y ventanas. Eran más de las dos de la mañana y algún vecino llamó a la policía para quejarse del ruido. Cuando se presentaron los patrulleros, el edificio entero apestaba a cannabis. Tuvieron que dar toda clase de explicaciones incómodas y comprometerse a cortar el volumen para que no los empapelasen.
El batería de la banda solo tenía 16 años. Se llamaba Michael Tegza y era tan bueno que al primer bajista del grupo, Tom Skidmore, le costaba seguirle el ritmo. Fue él quien le prestó su Gibson ES-330 a Tony para grabar The White Ship, otro estribillo de inspiración lovecraftiana: «La nave blanca ha zarpado y me ha dejado aquí de nuevo / En la niebla, estaba tan cerca de nuevo / Navegando por el mar de los sueños / Qué lejos parece / Navegando en el barco blanco». Una canción lo suficientemente enigmática y evocadora como para haber formado parte del repertorio de Jefferson Airplane, y que parece culminar uno de los párrafos más ominosos del relato homónimo de Lovecraft: «Y cuando cesó la música y levantó la niebla, no vimos la tierra de Cathuria, sino un mar impetuoso, en medio del cual nuestra impotente embarcación se dirigía hacia alguna meta desconocida. Poco después nos llegó el tronar lejano de alguna cascada, y ante nuestros ojos apareció, en el horizonte, la titánica espuma de una catarata monstruosa, en la que los océanos del mundo se precipitaban hacia un abismo de nihilidad». Y aunque todos estuvieron de acuerdo en que las pastillas de la guitarra de Tom fueron las responsables de aquel sonido de otro mundo, unas semanas después lo echaron del grupo para incorporar a Jerry McGeorge, justo a tiempo para encerrarse a grabar su primer álbum en 1967.
Su manager solía acudir al estudio en compañía de su mascota, un yorkshire terrier llamado Yuggoth.
La cubierta del disco (diseñada por John Cabalka, responsable de históricas portadas para Deep Purple, Frank Zappa, Van Morrison y Devo) generó un cierto halo de extrañeza en torno al grupo. Posaban elegantemente trajeados, con el pelo largo y envueltos en remolino de hojas secas y motivos psicodélicos que les diferenciaban del resto de la escena de la época. Para colmo, las emisoras de radio del Medio Oeste se negaron a emitir canciones de seis minutos y medio y el lanzamiento del disco se resintió. Aún así, Bill Graham, el legendario promotor de Janis Joplis, Grateful Dead, Jefferson Airplane, Jimi Hendrix, Santana, Led Zeppelin, supo apreciar el valor de la propuesta e invitó a la banda a actuar en el Fillmore Auditorium como preámbulo a una gira por la Costa Oeste. Al llegar a San Francisco, los planetas parecieron alinearse a su favor y HPL consiguieron despertar la expectación de un público que hacía cola a la puerta de las salas de conciertos, visiblemente colocados y con total predisposición a embarcarse en un viaje cósmico que les mantuvo en la carretera, de costa a costa, viajando durante casi un año en furgonetas alquiladas, conduciendo las veinticuatro horas del día, y que acabaría pasándoles factura.
A su alrededor, todo amenazaba con desmoronarse. El sello discográfico les exigía un nuevo disco, obligándoles a romper con su manager alegando diferencias artísticas irreconciliables. George y David intentaron mantener la nave a flote y anunciaron al resto de la banda su intención de mudarse a California. Al conocerse la noticia, Jerry abandonó el grupo y Jeffrey Boyan se postuló como nuevo bajista, aportando un soplo de aire fresco con sus melodías que contribuyó a aligerar el ambiente enrarecido. Una vez en Los Angeles, los acontecimientos se precipitaron: una noche, mientras grababan en el estudio propiedad de los Beach Boys, recibieron la visita de Dennis Wilson, que aprovechó para felicitarlos y les presentó a su amigo. Nadie le prestó demasiado atención, hasta que unas semanas después reconocieron el rostro de Charles Manson en el periódico. A punto de salir de gira y con el disco a medio terminar, pusieron tierra de por medio para evitar que el escándalo criminal les salpicara. Metieron las cintas en una maleta y acabaron el trabajo a caballo entre Chicago y Nueva York.
De vuelta a California, recibieron una llamada de Bill Graham manifestándoles su interés por convertirse en el nuevo el manager del grupo. El éxito que hasta entonces se les había resistido parecía estar llamando a la puerta, pero David empezaba a acusar los excesos de sus compañeros. Pese a convivir con ellos en una mansión con piscina, se sentía como un pez fuera del agua. Y mientras George vivía tranquilo con su mujer en Mill Valley, componiendo, fumando marihuana y organizando excursiones por el bosque, David luchaba contra el bloqueo creativo con las únicas herramientas que tenía a mano.
Sus primeras grabaciones despertaron el interés de un pequeño sello discográfico cuyo nombre resultaría profético: Dunwich Records.
George recibió la llamada semanas antes de que arancara la gira que habría de llevarlos a Hawai como teloneros de Jimi Hendrix y a participar en el Festival de Woodstock. Al otro lado de la línea estaba Bill Kenect, road manager de la banda. Le comunicó con voz temblorosa que David había sufrido una crisis nerviosa. Al parecer, uno de los chicos le había suministrado algún tipo de sustancia que le había afectado más de la cuenta y se había subido a un avión rumbo a Chicago. Sin billete de vuelta. Volvió a casa de sus padres y se negó a ponerse al teléfono durante el año siguiente, que dedicó a terminar sus estudios superiores en el conservatorio.
Aún hubo un último intento de reunir a la banda. Bill Graham planeaba abrir su propio sello discográfico bajo el amparo de Warner y, aunque George no estuvo presente en la conversación, le confirmó que David estaba dispuesto a volver para grabar un nuevo álbum de HPL en las mejores condiciones posibles, sin restricciones artística ni presupuestarias. Pero a la hora de la verdad, no se presentó. El resto de sus compañeros publicaron un último elepé en 1970 titulado Lovecraft in the Valley of the Moon que no se parecía en nada a la música de la banda original. Warner perdió el interés, el disco no se vendió y la banda finalmente se disolvió. No sería hasta 2001 que David publicaría su primer disco en solitario, In Dust I Sing, influenciado por las enseñanzas de su gurú Meher Babba. Quién sabe si con la intención de emular al Erich Zann del relato de Lovecraft, que interpretaba las extrañas melodías de su violín para mantener a raya a las criaturas imposibles que lo acechaban desde la cuarta dimensión.