¡Gloria para el «Emperador de Estados Unidos y Protector de México»!
/Joshua A. Norton, un tipo hasta entonces corriente pero con sueños de ilimitada grandeza, escribió una carta que envío a los principales periódicos de San Francisco: «A petición de una gran mayoría de ciudadanos de estos Estados Unidos, y para satisfacer su deseo perentorio, yo, Joshua Norton, procedente de la bahía de Algoa (Cabo de Buena Esperanza) y desde hace nueve años y diez meses residente en San Francisco (California), me proclamo Emperador de estos Estados Unidos. Firmado: NORTON I, Emperador de Estados Unidos». En las fotografías, lo vemos con un aspecto majestuoso. Era un creyente. Creía en ÉL. Cuando en 1870 se publicó un informe sobre ocupaciones laborales de los americanos, Norton I apareció reseñado como «Emperador».
Era un emperador pobre, del que incluso se desconoce su lugar de nacimiento, aunque algunos apuntan a Inglaterra, en 1819. Estaba en la ruina y vivía a expensas de una pequeña pensión, pero esta era la historia escrita en letras de oro de un inmigrante precario. Desde entonces, cuando comenzó a darse a conocer su pretensión real, Norton I, que ya jamás utilizó su antiguo nombre plebeyo Joshua, empezó a ser visto paseándose con un lustroso uniforme azul con hombreras doradas y una pluma real en un enorme sombrero. Por supuesto, el atrezzo se completaba con un vistoso sable al cinto y un despampanante bastón.
Entre sus primeras medidas estaba la abolición de la dualidad entre partidos repúblicano y demócrata. Además, por una razón que desconocemos, procedió a dictar una norma según la cual quién se refiriera a San Francisco como «Frisco» sufriría su ira en forma de sanción pecuniaria. De pronto, Norton I se paseaba como un Emperador y sus vecinos lo empezaron a tratar como tal. Se hizo masón (grado 33). Lo primero fue, lógicamente, que no pagase en ningún lado. Viajaba gratis, la gente se reclinaba al pasar junto a él y en los teatros contaba con un asiento reservado a Su Excelencia. Era inquebrantable y su fama crecía. En una ocasión la policía intentó detenerlo, pero era tal el clamor y fervor de su pueblo por su figura que se convirtió en un intocable. La policía, temerosa de un motín, decidió no molestarlo jamás.
Dictó varios decretos. En uno de estos, denunció la corrupción de Estados Unidos, señalando que «el fraude y la corrupción previenen un expresión justa y apropiada de la voz pública; esa violación directa de las leyes ocurre constantemente, ocasionada por la muchedumbre, los partidos, las facciones y bajo influencia de sectas políticas; el ciudadano no tiene esa protección y propiedad personales a las que tiene derecho». Por todo ello, Norton I decretó la disolución del Congreso: «En vista de que un grupo de hombres que se llaman a sí mismos Congreso están ejerciendo en este momento en la ciudad de Washington, violando el edicto imperial del 12 de octubre, se declara abolido y que este decreto debe ser cumplido en su totalidad. Entonces, se le ordena al comandante en jefe de las fuerzas militares, general Scott al momento de terminado este decreto, al mando de las fuerzas necesarias desalojar las salas del Congreso».
También se proclamó «protector de México»: Dada la incapacidad de los mexicanos de regir sus propios asuntos, yo, Norton I, asumo el papel de Protector de México, afirmó.
Implantó un sistema de impuestos que, sorprendentemente, la mayoría de los habitantes de la ciudad cumplió. Al ser pobre, no podía renovar el vestuario propio de su posición, por lo que dictó una proclama pidiendo ayuda: «Sabed que yo, Norton I, tengo varias quejas contra mis vasallos, considerando que mi imperial guardarropa constituye una desgracia nacional». Su muerte, en 1880, fue la propia de un Emperador. Más de treinta mil personas acompañaron al cortejo fúnebre. Mark Twain lo convirtió en eterno cuando en su obra Las aventuras de Huckleberry Finn basó el personaje de el rey en él.
Un siglo más tarde, la serie Bonanza le dedicó un episodio, aunque nosotros queremos recordarlo de otra manera, cuando Neil Gaiman narró las aventuras y desventuras del único Emperador de Estados Unidos en su novela gráfica Sandman, en número 31 de la serie y que llevó el título de Tres septiembres y un enero.
Viñetas pertenecientes a Sandman, capítulo Tres septiembre y un enero, de Neil Gaiman.