El misterio de las monedas de Satán
/Dicen que el mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía. Adoptando la apariencia de una moneda de curso legal, Satanás protagonizó uno de los mayores escándalos de la historia reciente de Dinamarca.
En octubre de 2013, el periódico danés Politiken reveló por fin el “misterio de las monedas de Satán". Acuñadas en plata, zinc, latón o cobre, llevaban varias décadas circulando por Dinamarca, sin propósito ni origen conocidos, apareciendo en los lugares más insospechados: en el cepillo de una vieja sacristía, sobre las lápidas los cementerios o entre el correo personal de políticos y celebridades. Las señas del diablo figuran junto a su retrato, conmemorando la fecha del aquelarre celebrado en Anholt, Civitas Diaboli (“la ciudad de los demonios”), el 13 de mayo de 1973.
La diminuta isla de Anholt se encuentra en el estrecho de Kattegat, a tres horas en ferry desde el puerto de Grenå (Jutlandia), en el confín más recóndito de Dinamarca. Apenas veinte kilómetros cuadrados de extensión que albergan el desierto más grande del norte de Europa, formado por morrenas, brezos y líquenes, como resultado de la tala masiva de árboles para construir un faro en el siglo XVIII. Aparte del hermoso litoral en el que se concentra la mayor colonia de focas del país, durante las últimas décadas su principal reclamo turístico ha sido contar con su propio culto satánico.
El 17 de mayo de 1973, la prensa nacional informó del hallazgo de unos extraños altares de piedra utilizados para la celebración de misas negras. Las fotografías eran estremecedoras y el titular tan impactante que la policía se desplazó desde la península para investigar sobre el terreno. No era la primera vez que los habitantes de Anholt se tropezaban con algún indicio similar en mitad del desierto, como huesos envueltos en cuerdas, máscaras de apariencia africana, misteriosas tallas de madera e incluso una cabeza reducida (que resultó ser falsa) clavada en una estaca. Pero esta vez la exclusiva resultó lo suficientemente macabra para que los medios acudieran en masa y comenzasen a difundir rumores sobre sacrificios humanos y pactos con el diablo.
Huesos envueltos en cuerdas, máscaras de apariencia africana, misteriosas tallas de madera e incluso una cabeza reducida (que resultó ser falsa) clavada en una estaca.
Como suele ocurrir en estos casos, los locales se mostraron recelosos ante el desembarco de auténticas hordas de curiosos y gacetilleros dispuestos a husmear en sus propiedades. Al fin y al cabo, aquello tenía que ser obra de algún veraneante; seguramente uno de aquellos hippies procedentes de Copenhague, que practicaban el nudismo y el amor libre, enloquecido por las drogas y el esoterismo. «En este país hay libertad de culto y cada cual puede profesar la religión que desee, siempre que lo haga con discreción y sin molestar a nadie —declaró un vecino ante las cámaras de televisión— Que lo adoren en el desierto, si quieren. Pero si vienen al pueblo a montar alboroto, recibirán una paliza y los arrojaremos al puerto».
Los efectos colaterales no se hicieron esperar y el “pánico satánico” alcanzó también a las vecinas Noruega y Suecia. Se produjeron violentos altercados en pequeñas poblaciones costeras y se incendiaron autocaravanas y camionetas. En agosto, un enorme pene de escayola amaneció varado en una playa de Jutlandia junto a un cartel en el que podía leerse «Satán fortifica el alma». Sin embargo, con la llegada del otoño, la fiebre sensacionalista fue remitiendo y el pueblo recuperó la normalidad; pero el misterio de Anholt estaba lejos de terminar.
Al poco tiempo, el director del museo del Palacio de Rosenborg recibió la primera carta atribuida a Alice Mandragora, Suma Sacerdotisa del Culto Satánico de Anholt. Dentro del sobre, además de una moneda, había un diente humano de gran tamaño. Ocultaron el macabro obsequio y silenciaron su verdadero contenido. ¿Qué clase de satanista invitaría a Su Majestad a saborear un festín de sangre? ¿Y por qué fabricaría doblones conmemorativos de un ritual secreto? ¿Acaso estaba la Casa Real involucrada en los acontecimientos del pasado 13 de mayo? Durante los años siguientes, las principales autoridades del país fueron tentadas con similares resultados. ¿Se trataba de un chantaje o de una maldición? Por si acaso, nadie se desprendió de aquel salvoconducto en metálico.
Mientras tanto, un puñado selecto de historiadores, antropólogos y numismáticos rastreaban las posibles fuentes de la conspiración luciferina. Analizaron las piezas encontradas en los altares de Anholt que habían sido catalogadas por los expertos del Museo de Køge y, entre el abundante material documental disponible, se toparon con esta fotografía. Formaba parte de un libro titulado Anholt på Vrangen en el que se relataban las aventuras sobrenaturales del autor, un tal Knud Langkow, en la remota Isla del Diablo.
¿Qué clase de satanista invitaría a Su Majestad a saborear un festín de sangre? ¿Y por qué fabricaría doblones conmemorativos de un ritual secreto?
Autoeditado en 1983, profundizaba en los orígenes de la secta de Anholt abusando del exotismo y la parafernalia pulp que habían popularizado autores como William Seabrook y Dennis Wheatley, hasta el punto de resultar imposible tomárselo en serio. Basándose en sus interpretaciones un tanto exageradas del satanismo contemporáneo, el comité de expertos aventuró la posibilidad de que las ceremonias que describía tuvieran cierta base real, y que el propio Langkow fuera en realidad uno de los acólitos de Alice Mandragora. Lo que fuera con tal de no reconocer que habían sido víctimas de un bulo alimentado durante cuatro décadas.
«Mi tío detestaba la rutina -reconoce Lene Langkow Saaek en El hombre detrás del culto a Satanás en Anholt (2020)- Creo que la normalidad le molestaba al extremo de tener que decorarla para hacerla más habitable, y su colección de fetiches africanos y máscaras de la Polinesia formaron parte de la puesta en escena». Antes de conseguir una plaza como funcionario en el Museo Nacional de Dinamarca, Knud Lankow viajó por medio mundo enrolado en un barco mercante. Durante aquellas travesías se aficionó a las leyendas folclóricas, la magia negra y las sociedades secretas, pero «viendo la repercusión mediática del montaje de la isla de Anholt, decidió mantener viva la ilusión con el asunto de las monedas». Pero esta vez no actuó solo. Las piezas fueron diseñadas y acuñadas por el maestro grabador Bent Jensen, bajo la supervisión del numismático Jørgen Sømod, quien presuntamente ayudó a esconder cientos de monedas. Hasta la fecha han aparecido cerca de 400, incluyendo un par que fueron depositadas en la Abadía de Bath (Somerset, Inglaterra) para desviar la atención hacia el extranjero. Y aún así se aseguró de dejar las suficientes pistas que pudieran llevar a su paradero. «En las monedas aparece acreditado como Dunk Wokgnal, que se escribe igual que su nombre al revés».
Hoy en día los escandinavos se refieren al Culto Satánico de Anholt como «la broma del siglo». Más que una travesura es una diablura que socava y subvierte, equiparable a fenómenos actuales como el trolleo y las fake news de Internet, el culture jamming o los memes. Apropiarnos de la realidad para transformarla, desestabilizando los límites entre verdadero y falso, sinceridad y engaño. Desde ese punto de vista, la estrategia de Langkow se asemeja más al concepto de la Operación Mindfuck defendido por Robert Anton Wilson y que derivó en el Discordianismo. Por eso, aunque muchos daneses la descartaron como un fraude ridículo, la magnitud del engaño, sus resonancias ocultas y la tenacidad con la que mantuvo en pie su historia evitaron que se malograra en un chiste obvio. Parafraseando a Anton LaVey, se trata de disponer el escenario correcto. Puede que no sea auténtico, pero si sólo lo parece, bastará para evocar ese sentimiento.