Motoristas, violencia y villas miseria: el cine bruto de José Celestino Campusano
/Las películas del realizador argentino José Celestino Campusano muestran la realidad de los habitantes de las villas miseria del Gran Buenos Aires, de las bandas de motoristas y de personajes que sobreviven en las orillas de la sociedad.
Desde que tiene memoria, José Celestino Campusano (Quilmes, 1964) ha estado interesado por el cine, aunque no por cualquier cine. Si tuviera que elegir algunas películas que le han marcado se decantaría por títulos como Agáchate maldito de Sergio Leone, Hijo de hombre de Lucas Demare, Semáforo rojo de Mario Brava o Despertar en el infierno de Ted Kotcheff. Una lista a la que se podrían sumar otras muchas, siempre y cuando se trate de cintas dirigidas por realizadores que no se hayan traicionado por un afán oportunista y que no se limiten a rodar películas que se dediquen a «transportar energías de muerte».
Durante mucho tiempo, Campusano fue un simple espectador. Sin embargo, después de escribir el libro Mitología marginal argentina en 1993, entendió que «si algo se puede bajar a palabras, por más disruptivo o atípico que sea, también se puede filmar». A partir de entonces decidió comenzar a rodar él mismo sus historias a través de su propia productora, Cinebruto.
Organizada en régimen de cooperativa, la filosofía de trabajo de Cinebruto resulta inusual en la industria del cine convencional. No solo por la temática de sus historias, sino por su particular filosofía de trabajo que, entre otras cosas, exige que, una vez establecida la fecha de rodaje, no se cambie por ninguna razón, incluida la falta del actor principal. «Eso es así porque eso define cómo te va a tratar el universo de ahí en más –explica Campusano–. Si permitís que factores terrestres definan tu vínculo con una actividad tan elevada, no te quejes de las consecuencias. Creo, además, que uno, como guionista, productor y director, debe ser un gran armonizador de equipo. No puede permitirse ni la angustia ni el mal humor ni excesos, o sea, ningún tipo de distracción durante el proceso».
Desde que comenzase a rodar a principios de los dos mil, Campusano ha firmado ya una veintena de títulos entre los que destacan Vikingo, Fantasmas de la ruta, El perro Molina, Fango, Hombres de piel dura o Bajo mi piel morena. Unas historias diferentes a las que suelen tratarse en el cine convencional, que visibilizan «sectores ocultos de nuestra sociedad» como motoristas, asesinos a sueldo, homosexuales en entornos marcadamente homófobos, traficantes de droga, mujeres transexuales, mujeres maltratadas o damas de la alta sociedad porteña.
Además de estar rodadas en las villas miseria del Gran Buenos Aires, el escenario real donde transcurren las historias, las películas de Campusano están protagonizadas por actores no profesionales que conocen de primera mano muchas de las situaciones que recrean. «A algunos actores ya los conozco, a otros los descubro en la preproducción y a otros en el rodaje mismo. Creo profundamente en una suerte de casting áurico donde la persona justifica su presencia en el film a partir del tipo de vida que ha elegido para sí y por tener incorporados ciertos códigos de convivencia que afloran tanto en el habla como en el lenguaje corporal».
Con todos esos materiales y a pesar de las limitaciones técnicas que conlleva la producción independiente, Campusano realiza un cine de género enormemente entretenido, en el que hay acción, ajustes de cuentas, venganzas, sexo no normativo y que, al mismo tiempo, es intencionadamente político. Como él mismo explica, «no hay nada más político que describir el tejido social y sus variantes. Durante demasiado tiempo, cierto cine se construyó de espaldas a las comunidades del mundo y de cara al mercado y al hedonismo. Lo que sucede es que se puede filmar un cine de rango político con una lectura cipaya o pasadista y un cine de entretenimiento con un subtexto aleccionador que cale en lo más profundo».
Las películas de Campusano pertenecen al segundo grupo. A través de ellas, el público puede conocer de primera mano la realidad de esas comunidades que no acostumbra a trascender más allá de los límites de esos barrios. Además, el realizador y su equipo lo hacen sin juzgar los códigos de esas personas, su forma de vida, su concepto de lealtad u otros comportamientos que, en muchos casos, no tienen por qué coincidir con los del resto de la sociedad. Por ejemplo, su relación con las autoridades, y más concretamente la policía que opera en esas comunidades. «A mi entender, la policía en el mundo es una gran propiciadora de todas las formas de delito. Es la que, al momento de dirimir, tiende a hacerlo de un modo sumamente corporativo, más aún, en relación con poderes de mayor incidencia», concluye Campusano.