¡Puños fuera! Las mujeres de la lucha libre japonesa
/En Japón, la lucha libre profesional surgió como un bálsamo para las heridas en plena posguerra. Cuando les llegó su turno para subirse al ring, las mujeres defendieron el maltrecho honor de su país contra luchadoras estadounidenses, y se convirtieron en celebridades a nivel nacional.
La estrella del wrestling estadounidense Mildred Burke realizó una gira por Japón en 1954. Sus exhibiciones eran espectaculares, pero generaban cierta hostilidad entre un público que no se acostumbraba a vivir en un país ocupado por las fuerzas aliadas. En un gesto de revancha simbólico, el joshi puroresu (la lucha libre femenina) se convirtió en una forma popular de entretenimiento que combinaba el deporte de contacto y las artes escénicas, e incluso crearon su propio campeonato para promocionarlo. Bajo las siglas de la AJW (All Japan Women's Pro Wrestling), las primeras luchadoras japonesas se lanzaron al ring para derrotar a sus homólogas estadounidenses. Y se lo tomaron muy en serio; al menos lo suficiente como para llegar a lesionarlas y tener que dejarse vencer en el combate siguiente para no generar conflictos internacionales.
Sin embargo, a medida que el país se recuperó de las terribles secuelas de la Segunda Guerra Mundial, la narrativa de los combates cambió. Ya no se trataba de vengarse de los extranjeros, sino de superarlos como nueva potencia mundial. Durante los años setenta, el puroresu contó con su propio star-system formado por luchadoras tan carismáticas como Jackie Sato y Maki Ueda, más conocidas popularmente como Las Dos Bellezas. No solo dominaron el ring, sino que se convirtieron en un auténtico fenómeno de la cultura pop: fueron las heroínas de sus propios mangas, grabaron un par de discos y hasta protagonizaron una película. Su éxito fue tan arrollador que la AJW firmó un fantástico acuerdo televisivo que atrajo a una avalancha de nuevas fans.
Es fácil comprender por qué Las Dos Bellezas encarnaron los sueños de toda una generación de jóvenes japonesas. En primer lugar, Sato y Ueda desafiaron las asfixiantes normas de género: eran hermosas a la par que musculosas; algo masculinas y violentas, pero siempre elegantes. ¿Unas deportistas de élite que se comportaban como estrellas del pop y vendían discos de platino? ¡Era imposible no querer ser como ellas!
En los ochenta, Las Aplastadoras fueron un paso más lejos en casi todo. Chigusa Nagayo y Lioness Asuka elevaron el espectáculo a otro nivel y amasaron cifras millonarias siendo aún más duras y despiadadas que sus predecesoras. Lo mismo podría decirse de sus rivales más marrulleras, La Atroz Alianza formada por Dump Matsumoto, Bull Nakano y Crane Yu, pioneras en el uso de las pinturas de guerra y los peinados mohawks, y en utilizar toda clase de armas en el ring. Sus enfrentamientos combinaban la épica de los bajos fondos, la lucha de clases y las peleas a la salida del instituto en el que las chicas buenas, que entrenaban en los clubs de judo para defenderse de las abusonas, les daban una lección a las repetidoras que fumaban a escondidas en los cuartos de baño. Eso no quiere decir que el bien se impusiera sobre el mal demasiado a menudo, pero cuanto más sufrían Las Aplastadoras sobre el cuadrilátero, más las amaban sus incondicionales.
Sus enfrentamientos combinaban la épica de los bajos fondos, la lucha de clases y las peleas a la salida del instituto
Como contrapartida, el aumento de la agresividad en la lucha libre profesional provocó que las carreras de sus campeonas fueran cada vez más cortas. El glorioso reinado de Las Dos Bellezas apenas duró tres años debido a los cada vez más extenuantes combates y la gravedad de las lesiones. Para evitar males mayores, la organización de la AJW impuso la edad de jubilación de 26 años y obligó a retirarse a Las Aplastadoras en el apogeo de su popularidad. Una pérdida que resultó particularmente dañina para la competición, ya que ninguna de las aspirantes al trono consiguió hacerles sombra. Puede que con ellas desapareciera para siempre el aliciente pop de la lucha libre japonesa, pero contribuyó a consolidarla como un deporte “más serio” de la mano de Manami Toyota, Akira Hokuto, Aja Kong, Toshiyo Yamada y Kyoko Inoue en los años noventa.