Mandarines y bandoleros: la insólita historia del flan chino
/El descubrimiento del flan en polvo revolucionó los postres de la España de los años 50; fue uno de los primeros inventos españoles que rompió fronteras y alimentó a la industria publicitaria más disparatada durante décadas.
Corrían los años 50 cuando el empresario lucense José Ferro Rodeiro tuvo conocimiento de los estudios sobre las propiedades del agar-agar que había llevado a cabo otro español, el químico Alfredo Valdés García. Aquel extracto de algas gelatinoso que comenzaba a utilizarse en los Estados Unidos como agente solidificante para el cultivo de microorganismos con fines farmacéuticos, se utilizaba desde hacía siglos como aditivo alimentario en el sudeste asiático. Permitía elaborar postres que resistían las altas temperaturas sin derretirse y funcionaba como sustituto del huevo en una época en la que las cartillas de racionamiento estaban a la orden del día y en la que la materia prima escaseaba, abaratando así los costes y permitiendo su producción a gran escala. Entusiasmado con la receta mágica del “flan sin huevo”, Ferro Rodeiro lanzó al mercado un preparado instantáneo al que solo había que añadir el azúcar fundido y la leche (a menudo rebajada con agua) para obtener un producto que se asemejaba bastante, en forma, sabor y textura, a un flan casero.
Pero aún más novedosa resultó su estrategia de marketing al bautizar aquella «especialidad exótica y económica» como Flan Chino Mandarín, y lo revistió de estereotipos racistas que los consumidores asociaban tanto a China como a sus habitantes. Se vendía en cajas de cartón presididas por la caricatura de un asiático de aspecto goloso, con la tez amarilla como la yema de huevo y tocado con un gorro negro manchú similar a la cima de caramelo oscuro del propio flan. Una imagen de marca fácilmente reconocible que arraigó en el imaginario popular como antes hiciera «aquel negrito del África Tropical» del Colacao, y que también contó con su propio jingle publicitario: «Soy el chino, soy el chino mandarín que he venido del país de la ilusión, mi coleta es de un tamaño colosal, que con ella me divierto sin cesar».
En vista de tan lucrativo negocio, la competencia no se hizo esperar y, para aumentar las ventas del producto estrella de la antigua confitería que acababa de adquirir, el avispado de Manuel del Mármol Gil renombró los tradicionales dulces de yema como Flan Chino El Ecijano. Quienes le trataron en vida destacan su desparpajo para adaptarse al mercado y aprovechar cualquier ocasión, como la presencia del Cardenal Bueno Monreal en la primera Feria de Muestras Iberoamericana celebrada en la capital sevillana, para hacer un poco de product placement. A espalda de los asistentes, se despliega una pancarta donde puede leerse: «Definitivo. El mejor dulce Flan Chino El Ecijano», tal y como certifica la siguiente fotografía.
«Soy el chino, soy el chino mandarín que he venido del país de la ilusión, mi coleta es de un tamaño colosal, que con ella me divierto sin cesar»
Con lo que no contaba era que, para entonces, Ferro Rodeiro ya habría amasado una fortuna suficiente para comprar una central hidroeléctrica en su Muras natal, y que destinaba parte de su suministro a la fabricación de unos muñecos de caucho que se incluyeron como reclamo promocional en las cajas de Mandarín. Una vez más, el merchandising se diseñó de manera estereotipada, recordando a las «estampitas de chinitos» y las huchas de la cuestación anual del DOMUND. Por alguna extraña razón que nadie se explica, una de aquellas figuras pintadas a mano por las mujeres murenses enseñaba las nalgas con la desvergüenza de un caganer.
A principios de los sesenta, el negocio se diversifica y la familia Ferro amplía su mercado a Portugal, donde las amas de casa compraban El Mandarín que cruzaba la frontera de contrabando en los puestos ambulantes. Tras formar una sociedad limitada con sus socios lusos, el flan chino empezó a fabricarse en el país vecino generando a su alrededor una nueva gama de productos derivados de la receta original, entre las que destacan las natillas y la leite creme. Conscientes de que nada podían hacer contra el músculo empresarial de los gallegos, en Écija aparecieron las primeras vallas publicitarias que anunciaban el cambio de tercio: «No se droguen con Yemas El Ecijano, casi todos palman», «No compre Yemas El Ecijano. Están malísimas», «Compre Yemas El Ecijano y regáleselas a su suegra».
Que hablen mal de ti, razonó Manuel del Mármol, pero que hablen. Con tal dar a conocer sus dulces, estaba dispuesto incluso a reclutar a un ejército; pero como el presupuesto era ajustado, prefirió echarse al monte y sacar rédito de los mitos de la tierra. Y ninguno más popular en la región que los Siete Niños de Écija, unos bandoleros que ni eran siete, ni eran niños, ni eran de Écija, y cuyas hazañas contra las tropas napoleónicas les convirtieron en héroes nacionales. Manolo buscó al octavo y lo encontró en Pepe El Yema. En realidad, se llamaba José Rivera Alaya, y le decían El Pulga. Durante años encarnó la nueva imagen de marca, ataviado para la ocasión y armado con el mismo trabuco de imitación con el que acudía a las ferias de muestras. Hizo sus pinitos taurinos en algunas becerradas nocturnas, sin salirse nunca del personaje, apuntando al astado en actitud de disparo para solaz del respetable. Bromista incansable, siempre posaba para la foto con una caja de yemas. A menudo, en compañía de toreros, deportistas y celebridades a quienes solía asaltar al grito de «¡el postre o la vida!».
«No se droguen con Yemas El Ecijano, casi todos palman»
Mientras Manolo y El Pulga se retrataban con Bahamontes y Jaime Ostos, la fábrica del Flan Chino El Mandarín viró hacia los productos plásticos destinados a la construcción, esencialmente tuberías y accesorios de PVC para abastecimientos y evacuación de aguas. En 2021, el Grupo Plásticos Ferro / Ferroplast facturó 230 millones de euros en tuberías. Por su parte, Yemas El Ecijano han perseverado en el negocio familiar con vocación de artesanos, y Pepe El Yema, con el tiempo, cambió de seudónimo artístico por “Caracolillo de Écija”, haciendo una breve carrera en el cine de la mano de Manuel Summer, como gancho de cámaras ocultas en ¡Tó er mundo e güeno! y Tó er mundo e… mejor.
En 2010, los Ferro vendieron la patente de Mandarín en 2010 al conglomerado Dr. Oetker, quienes desecharon parte del nombre para seguir comercializándolo hasta nuestros días como Mandarín Flan Clásico. Desde entonces, el emporio del “flan chino” ha perdido el fuste de antaño: Flan Japan, una marca de flanes fabricada en Marruecos, presenta su producto en pequeña cajas, cada una con un sobre individual, en la que se representa, al fondo, un paisaje japonés y nocturno, pagoda incluida, y ya en primer plano se muestra a una simpática y radiante japonesa, luciendo el traje tradicional mientras muestra llena de satisfacción otro suculento postre en polvo. Su consistencia es similar a la del pudding y cada vez más alejada del tocinillo de cielo.