«No den de comer a los animales»

Mucho antes de que Walt Disney se mudara a Florida, y de que Steve Irwin hiciera carrera como cazador de cocodrilos, un peculiar parque temático de caimanes prosperó en el soleado vecindario de Lincoln Heights en Los Ángeles (California).


Por aquella época, los angelinos podían elegir entre docenas de atracciones que incluían granjas de avestruces, de monos y hasta de leones, como Jungleland (bautizada originalmente Goebel's Lion Farm) y Gay's Lion Farm, una finca de retiro para los rugientes leones de la Metro Goldwyn Mayer. Montañas rusas en abundancia, norias, tiovivos, paseos en globo aerostático… y hasta una granja de caimanes en Lincoln Park que fue una auténtica mina de oro para titulares sensacionalistas como «¡Los caimanes están recién salidos del cascarón, ideales como mascotas y bolsos!» y «¡Salvado de morir en las fauces de un caimán!».

Entre 1907 y 1953, la California Alligator Farm albergó en sus instalaciones de Lincoln Heights en Los Ángeles (California) a más de un millar de caimanes, repartidos entre los veinte estanques del parque donde recibían diariamente a los turistas. Su popularidad se debía precisamente a que no se trataba de un zoológico convencional. La principal atracción consistía en interactuar con los reptiles, algunos de los cuales alcanzaban los cinco metros de largo. Aunque los carteles advertían «no arrojar piedras a los caimanes, escupirles, golpearles o molestarles», sus propietarios animaban a los visitantes a que se acercaran a jugar con ellos. Incluso podrían traer a sus mascotas al parque.

Aunque los carteles advertían «no arrojar piedras a los caimanes, escupirles, golpearles o molestarles», sus propietarios animaban a los visitantes a que se acercaran a jugar con ellos. ¡Incluso podrían traer a sus mascotas al parque!

Por 25 centavos, los niños podían cabalgar a lomos de un caimán y los adultos más temerarios nadar en su compañía aparentemente ajenos al peligro inminente. También asistir a espectáculos en los que los caimanes se deslizaban por toboganes, eran alimentados con pollos vivos y obligados a luchar contra voluntarios humanos. Por si no fuera lo suficientemente espeluznante, a la salida podían comprar baratijas fabricadas con piel de cocodrilo o llevarse llevarse a casa una cría como mascota.

«¡Recién salidos del cascarón, ideales como mascotas y bolsos!»

La granja estaba a cargo de "Alligator Joe" Campbell y Francis Earnest, responsables de la cría y domesticación de los animales del parque. En un artículo de The Overland Monthly, publicado en 1910, describía el funcionamiento interno del parque y se comparaba la captura de un caimán con ir de pesca: «Con un sedal fuerte y un buen cebo de carne de cerdo, atrapar un caimán resulta tan sencillo como pescar una trucha, pero debes saber qué hacer con él a continuación».

A ojos de la opinión pública, Campbell y Earnest pertenecían a una larga tradición empresarios estadounidenses sin escrúpulos que utilizaron el riesgo y el exotismo como reclamo de sus atracciones para toda la familia. «Nuestro guía arrojó trozos de carne a los caimanes para que pudiéramos ver cómo la agarraban entre sus enormes mandíbulas y la apretaban con fuerza entre los dientes para que no se la pudieran arrancar», continúa el periodista para terminar describiendo la experiencia como «una aventura agradable y rentable». En una época anterior a las normativas de responsabilidad civil y riesgos laborales, y sin legislación sobre bienestar animal ni protección a la infancia, los zoológicos de carretera y demás espectáculos con animales salvajes proliferaron por todo el país. De hecho, no muy lejos de la granja de Lincoln Heights, el magnate del cine William Selig exhibió en el zoo de Luna Park su propia colección privada de animales salvajes  que atraía a 300.000 visitantes al año.

En una época anterior a las normativas de responsabilidad civil y riesgos laborales, y sin legislación sobre bienestar animal ni protección a la infancia, los zoológicos de carretera y demás espectáculos con animales salvajes proliferaron por todo el país

Con el paso del tiempo, la granja de caimanes se trasladó a la cercana Buena Vista y más tarde a Florida. Aunque ha pasado más de medio siglo desde que los caimanes frecuentaron los vecindarios de Los Ángeles, todavía se conservan numerosas instantáneas, postales y filmaciones caseras de su convivencia con las familias de la zona. Debido al espectacular aumento de ejemplares en cautividad, las medidas de seguridad se revelaron insuficientes para mantenerlos en el recinto y la mayoría fueron alquilados para producciones cinematográficas. El resto acabaron convertidos en carteras y cinturones.