«Matarte de un suspiro»: el puño negro de Muhammad Alí en Barcelona y Madrid
/Años después, tras negar el saludo al gran Urtain, aterrizó en Madrid como un emperador africano y terminó bailando flamenco en un tablao del centro
Barcelona, que vivía un calurosísimo verano, hervía aún más en agosto de 1972 con la llegada y aparición de Muhammad Ali, convertido ya en un hombre espectáculo capaz de atraer a miles de espectadores. Había hecho del boxeo un espectáculo de masas, incluida la forma de pelear y retar. Porque la pelea comenzaba mucho antes del salto al ring, en los preliminares, entrevistas o pesaje, como sucedió en la capital catalana. En España, el reinado del boxeo lo ocupaba el vasco Urtain, a quién ya Ali había tratado con desdén, en uno de sus habituales, divertidos e hilarantes comentarios, auténtica pose chulesca que enardecía a los fans. Lucharía contra el argentino Goyo Peralta en un combate de exhibición, pero en el pesaje organizado en Jorba Preciados (antecedente de Galerías Preciados) le preguntaron por Urtain. Alí, sonriendo, dijo que le «sonaba de algo». Sobre el argentino, más de lo mismo: «¿Dónde está ese Peralta, que lo mato aquí mismo?», había preguntado con cara de loco. Al fin y al cabo, en aquella su primera visita a nuestro país se le pedía eso mismo, diversión y locura. Merecía la pena. A cambio había recibido un millón de pesetas.
El combate real no sería entre el boxeador afroamericano y Peralta sino entre este y Urtain (alias «El morrosko» o «Tigre de Cestona»), que finalmente se desencadenó en una bronca, con amagos de empujones ante diez mil personas que en la imponente Monumental rugían y silbaban. Tras subirse al cuadrilátero, Alí se negó a saludar a Urtain. Más de uno temió que el combate se convirtiera en una reyerta entre ambos, pero todo parecía formar parte del número. Urtain, a pesar de la aparente hostilidad del púgil afroamericano, logró abrazarlo por la espalda. Al día siguiente la prensa española destacaba el desaire hacia Urtain.
EL EMPERADOR AFRICANO EN MADRID
«La prueba de que soy el mejor está en mi rostro. Soy tan bello como cuando empecé. ¿Quién adivinaría que soy boxeador? No soy el hombre más bello del mundo, ni mucho menos; pero sí el más bello del mundo del boxeo»
Unos años después volvería a España, concretamente a Madrid. Por entonces, mayo de 1976, Ali ya era una leyenda viva continuamente invitado a toda clase de festejos. Su aparición en la capital fue todo un acontecimiento. En aquella ocasión venía a presentar su autobiografía El más grande. Mi propia historia, escrita junto a su manager Richard Durham, en un viaje pagado por su editorial. El País, en la crónica que hizo de la visita, lo presentaba así: «Llegó Clay a Madrid. Más con aire de predicador que de campeón del mundo de todos los pesos. Más con aire de turista aburrido que de personaje polémico y aficionado a las notas espectaculares. Pacífico, conciliador, sereno».
Al principio, Ali, que llegó el 28 de mayo y permaneció en Madrid hasta el mismo 1 de junio, se mostró molesto y decepcionado. Apenas había una veintena de personas esperándolo a los pies del avión. Junto a él le acompañaban otras diecisiete personas, incluido su consejero espiritual. Una hora más tarde, decenas de periodistas lo esperaban impacientes en el hall del lujoso hotel Palace, donde se hospedó. Luego se citaron en la sala de prensa del hotel. Las primeras preguntas fueron sobre su libro: «He escrito este libro para todos aquellos hombres del mundo que no tienen fe en sí mismos –confesó-, que se sienten rechazados en su medio ambiente. Yo nací negro, en una sociedad que desprecia a los negros. En mi libro explico cómo llegué a lo más alto. No sólo por mi constitución sino, por mi trabajo, porque creí en mí, en querer ser capaz de hacerlo». Los periodistas, recordando su anterior visita y el encontronazo con Urtain, esperaban algo del antiguo espectáculo airado y excéntrico, pero nada de eso sucedió. Hablaba con tranquilidad y se confesaba embajador de La Palabra: «De no haber sido boxeador me hubiese gustado ser predicador. Estudiar la verdad y explicarla». Así que lo que vino a continuación debió sonar plomizo, teología en lugar de golpes: «El hombre está atrapado por un progreso estúpido, porque ha edificado ese progreso sobre sus propias leyes, y no sobre las de Dios. El hombre se ha equivocado al olvidar a Dios. Yo siempre pienso en El». Pero luego, cuando parecía que terminaría la entrevista, se fue animando: «Nadie me hace sombra. El mejor que hay después de mí es Ken Norton, pero pelearé con él en septiembre y también caerá […] La prueba de que soy el mejor está en mi rostro. Soy tan bello como cuando empecé. ¿Quién adivinaría que soy boxeador? No soy el hombre más bello del mundo, ni mucho menos; pero sí el más bello del mundo del boxeo».
«Pelearé a puño limpio, o a lo más con los guantes de golpear el saco. Con ello pretendo evitar lesionarme las manos»
Durante la siguiente jornada visitó Galerías Preciados, en donde fue fotografiado (la imagen se conserva en la colección que los grandes almacenes conservan de sus ilustres visitantes). Allí le esperó su antiguo «archienemigo» Urtain, que le estrechó la mano y bromeó con él. Al caer la noche, acudió al famoso tablao flamenco de El Corral de la Morería, cita obligada para decenas de estrellas del cine o la música, como Marlene Dietrich, Lauren Bacall, Omar Shariff, Marlon Brando o Rock Hudson, entre muchos otros. Tanto para él como para su séquito actuó la bailaora Lucero Tena.
Pero la arrogancia y el genio de Ali eran imparables. Un mes después de su visita a nuestro país marchó a Japón para enfrentarse al boxeador Iñoki. En Tokyo, ante la prensa, miró desafiante a la cámara y aseguró que de un solo golpe dejaría «fuera de combate» a su oponente. «Pelearé a puño limpio, o a lo más con los guantes de golpear el saco. Con ello pretendo evitar lesionarme las manos», añadió.