No robarás a Aleister Crowley
/El día en que Bernasconi, conocido como «el rey de la llaves», tuvo la nefasta idea de robar a «La Bestia 666». Un colérico Crowley le amenazó con ser castigado por un terrible dios egipcio. Bernasconi, que hizo oídos sordos, sufrió la amputación de ambas piernas
No había cerradura que se le resistiese a William John Bernasconi, conocido por Scotland Yard como «El rey de las llaves». Había aprendido en el taller de un cerrajero londinense a vencer cualquier cerradura o candado. Tampoco ofreció resistencia el de la sede de la Argentinum Astrum (Estrella de Plata en castellano y, en sus siglas, A∴A∴), la sede de la orden ocultista sucesora de la Aurora Dorada, la más famosa del mundo, situada en el número 124 de la céntrica Victoria Street. Desde allí se editaba The Equinox, la revista del culto basado en el llamado «Iluminismo Científico», que fue descrito como «el método de la Ciencia, el objetivo de la Religión». Era invierno y, en mitad de una noche cerrada, no se veía un alma por la calle. El frío era tremendo. Una vez dentro, el intruso se encontró con lujosas salas con cuadros y objetos extraños, simbología en las paredes y una gran biblioteca. Para él aquello era una especie de Iglesia o un templo masón, como muchos otros que se repartían por la ciudad. Buscaba, como cualquier ladrón de iglesias, objetos de valor en plata y oro. No tardó en dar con ello: repartidos por una de las salas, se hizo con una custodia, una vistosa campana y hasta un pomo incrustado de rubíes. Todos estos objetos formaban parte de los complicados rituales de la A∴A∴., fundada en 1907, muy similares a los de la anterior Aurora Dorada.
LA VENGANZA DEL SACERDOTE DE AMON
«Un mago llamado Aleister Crowley, de quien se decía que era “La Bestia 666”, “El Anticristo” y hasta “el hombre más malvado del mundo”, montaba en cólera ante los periodistas y le amenazaba directamente desde París»
Al día siguiente, alguien dio la voz de alarma. Los ocultistas habían sido desplumados por el hábil Bernasconi, que por entonces buscaba algún lugar o persona a la que vender el alijo. Sin embargo, ese mismo día, mientras tomaba té tranquilamente y leía en la prensa sus hazañas se quedó estupefacto: un mago llamado Aleister Crowley, de quien se decía que era «La Bestia 666», «El Anticristo» y hasta «el hombre más malvado del mundo», montaba en cólera ante los periodistas y le amenazaba directamente desde París, donde residía. Crowley había creado la A∴A∴ tras violentísimas disputas en el seno de la Aurora Dorada, que no lo reconocía como su líder supremo. Inicialmente la organización la formaban unas pocas personas: el alquimista Cecil Jones, un antiguo militar llamado Fuller y él mismo. Para él, Victoria Street era algo más que la sede de su nueva orden mágica. Durante un tiempo vivió allí, en el mismo lugar en que celebraba los rituales. Semanas antes, el 7 de diciembre, escribió un poema, Gigolomastix, en el que fantaseaba con un nuevo matrimonio «mágico». Los objetos, afirmaba, le pertenecían y estaban cargados de «poder». Debía devolverlos inmediatamente, sobre todo el espectacular pomo de rubíes, pues en caso contrario se expondría a su ira y sería atacado por Ankh-af-na-khonsu, sacerdote del dios egipcio Amon y del que él se creía su reencarnación: «sería castigado en su carne y nada ni nadie podría salvarle», afirmó. La desazón fue momentánea. Bernasconi, algo inquieto, se rio para sí mismo por dar cierto crédito a las amenazas. Se deshizo esa misma tarde del pomo, por el que le dieron una buena cantidad de dinero.
No era la primera ocasión en que empeñaban alguno de sus objetos. Tiempo antes, Leah Hirsig, la que fuera su «Mujer Escarlata» en la abadía de Thelema, en Cefalú, Sicilia, junto con su pareja Mudd, empeñó un anillo mágico suyo. Crowley, al parecer, no invocó a fuerzas ancestrales. El año del robo, la (mala) fama del mago era conocida en medio mundo. En 1904, en El Cairo, afirmó haber entrado en contacto con Aiwass, una poderosísima entidad sobrenatural, un Ángel de la Guarda que le dictó El Libro de la Ley, la obra clave de su universo, que décadas después sería la obra sagrada para los thelemitas de medio mundo. Incluso había participado en violentas guerras mágicas con antiguos amigos, en concreto con los líderes de la Aurora Dorada. Durante semanas se lanzaron maldiciones por las que desfilaban perros infernales y toda clase de bestiarios, deseándose la muerte o la locura. Ahora había entrado en contacto con otro ocultista, Israel Regardie, fascinado con sus ideas y obra. Más tarde se convertiría en su secretario más devoto y fiel. Leah Hirsig se había esfumado de su vida. En su lugar, ahora el puesto de Mujer Escarlata lo ocupaba una nicaragüense, María de Miramar, al tiempo que se hacía amigo de un tipo acaudalado llamado Gerald Yorke. La policía lo consideraba sospechoso de muchas cosas, todas aborrecibles a sus ojos, y decidió expulsarlo de Francia. La historia se repetía. Si tres años antes, en mayo de 1923, fueron expulsados de Sicilia por orden del mismísimo Mussolini por bestialismo y crear una comuna en la que, según informes de varios visitantes, se realizaban actos «execrables» y donde precisamente se exhibía una reproducción de la estela del mismo Ankh-af-na-khonsu, ahora sucedía lo mismo. Crowley era un vagabundo único.
LA EXTRAÑA ENFERMEDAD
«De pronto, una extraña infección comenzó a corroer sus piernas. Era joven y los médicos no hallaban explicación alguna a aquel mal»
Corría diciembre de 1926 y el ladrón siguió haciendo de las suyas por todo el país durante cuatro años más, hasta que en 1931 fue detenido y enviado a Wandsworth. De pronto, una extraña infección comenzó a corroer sus piernas. Era joven y los médicos no hallaban explicación alguna a aquel mal. Los dolores eran terribles y la piel empezó a tener un aspecto horroroso. Tras pasar por varios especialistas se decidió amputarle una pierna.
Al salir de prisión, a pesar de usar muletas, ofreció sus servicios a otras bandas de delincuentes, que no dudaron en aceptar. Seguía siendo el mejor en el arte de las cerraduras y ganzúas. La policía lo seguía a todas horas, pero a pesar de su parcial falta de movilidad era escurridizo. Por entonces, Bernasconi sufría de nuevos y más intensos dolores, esta vez en su único pie. Recordó a Crowley, al dios egipcio y la maldición, lamentando haberse desprendido de los rubíes, pero ya era demasiado tarde. A las pocas semanas le amputaban su único pie. En lo sucesivo se desplazaría en una especie de cochecito tirado por un perro.
El desgraciado ladrón, pensando que así sortearía al Mal, quiso enmendar sus faltas. Abrió un pequeño taller y durante un tiempo vivió como un hombre honrado, hasta que un día recibió la visita de un antiguo compinche que buscaba socios para un «negocio» en el que estaban en juego varios millones. Solamente debía fabricar dos llaves, una para la entrada y otra para la caja fuerte. El golpe fue todo un éxito, pero su colega le jugó una mala pasada huyendo con todo el dinero y sin darle su parte.
Mucho tiempo más tarde, mientras la policía se veía incapaz de detener a los ladrones, un periodista se acercó a su taller. Todos le conocían pero le tenían por un ladrón legendario ya retirado. Su ego estaba resentido y aceptó hablar con él, incluso concederle una pequeña entrevista, en la que hizo alarde de sus habilidades y citó varios robos, aunque de una forma ambigua. Un oficial de Scotland Yard leyó el artículo y sospechó de él. Al día siguiente lo visitó en el taller e interrogó. Bernasconi acabó en dependencias policiales, acusado del robo. Pasaría varios años más entre rejas, durante los cuales no habría día en que no pensase de la triste maldición que pesaba sobre él.