Nuestro amado presidente loco
/Al principio dijeron de él que se trataba de alguien simplemente excéntrico, un político con temperamento, muy pasional. Sus extrañas ideas y sus cambios de humor generaban confusión y también simpatías. Posiblemente él, Abdalá Jaime Bucaram Ortiz, no se lo creía cuando fue nombrado presidente del Ecuador. Era el mes de agosto de 1996 y en unos meses, en febrero del siguiente año, sería apartado de su cargo por locura.
Sus promesas sonaban bien: su perfil progresista logró el apoyo de los más pobres y prometió igualdad social, la paz con el Perú o vivienda para los pobres. Pero poco a poco su excentricidad se transformó en ataques de ira, burlas por doquier y planes patafísicos. Su aspecto parecido a Adolf Hitler (mirada perdida y bigote recortado) tampoco ayudó.
Los primeros en sufrir su ira fueron los roqueros. Se persiguió a los melenudos, aunque él mismo dijo ser uno de ellos, y decretó el final del alcohol en los sagrados domingos. A Bucaram no le gustaba nada de eso y aplicó mano dura y palabras grandilocuentes. Hablaba de salvación nacional y deber patriótico. En Ecuador, en la segunda mitad de 1996 sería muy complicado encontrar bares abiertos de madrugada, aunque una y otra vez aparecía en bailes multitudinarios, dando pruebas de una constitución física portentosa, retransmitidos por la televisión nacional. El país era una fiesta, o eso afirmaba él. ¿Puede alguien calificado como «enajenado mental» ser una de las personas más populares del mundo? Por supuesto: la revista Time lo eligió como la sexta figura mundial más popular. Todos querían estar con Bucaram. Era el gran hombre del momento.
Pero poco a poco comenzaron los problemas. Una ola de indignación se levantó. Bucaram se revolvió cargando contra los «alborotadores», a quienes calificó de «antipatriotas». Denunció una gran conspiración contra su persona, señalando a políticos de la oposición y gobiernos extranjeros.
Llega febrero de 1997. El presidente está fuera de sí. Se le ve a diario, hablando a gritos y sudando en exceso, rodeado de una guardia pretoriana, soldados incluidos, que asegura le respaldan en el «golpe de Estado en marcha». Ese mes marca el principio del fin para Bucaram. En el Congreso se vota una moción para expulsarlo por locura declarada. Puede hacerse, porque la Constitución lo permite (el artículo 100 permite declarar vacante el cargo de Presidente de la República) y, finalmente, es destituido por 45 votos de 82. Sus defensores protestan airadamente, afirmando que el examen médico es un fraude, pero el presidente se ha ido, abandonando el país hasta Panamá.
Comienza así su exilio, aunque no abandona la política. Su adicción al poder y a los manejos de la política lo hacen fundar su propio partido, el Partido Rodolsista Ecuatoriano, con el que cada cierto tiempo ofrece furibundas diatribas en forma de discursos, como los célebres contra Correa y aquellos otros en que se compara con el mismo Jesucristo.
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