Nuestro guitarrista que «mataba» fascistas
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El guitarrista y folclorista segoviano Agapito Marazuela fue de pueblo en pueblo rescatando viejas canciones populares. Cuando llegó la Guerra Civil formó las Milicias Antifascistas de Segovia
Hitler, cuyo ejército avanzaba imparable, amenazaba con imponer su dominio en toda Europa. El mundo, mientras tanto, temblaba. La sangría en el campo de batalla era enorme. Desde cualquier parte del planeta llegaban mensajes y muestras de solidaridad para oponerse a los totalitarismos que asolaban el continente. Ese año de 1941, el músico Woody Guthrie, heredero de una tradición que unía música con compromiso político y que tenía a guitarristas como Joe Hill -activista del sindicato libertario Industrial Workers of the World al grito de «Organize!»- como uno de sus héroes y pioneros, decidió mudarse a Nueva York, a un pequeño apartamento situado en un cuarto piso en Manhattan. Había entrado en el Partido Comunista y se había unido al también activista Pete Seeger. Una vez allí compuso «Talking Hitler’s Head Off Blues», un alegato antinazi con el que intentaba exorcizar la guerra. Para ello, tal y como fue fotografiado en el Daily Worker, pintó en su guitarra una frase que se convertiría en icónica: «This machine kills fascists» y que sería replicada por numerosos músicos de izquierdas como Billy Bragg o Joe Strummer, entre muchos otros.
«Su colega Seeger hizo algo parecido, pero esta vez con su banjo, al que pintó la frase “This machine surrounds hate and forces it to surrender”»
No lo hizo una sola vez sino dos, en dos guitarras, una como pegatina y otra, posiblemente la más célebre, pintada en letras hechas a mano sobre la superficie de la guitarra. La frase ya había aparecido antes como cartel que se exhibía en los exteriores de algunas fábricas de armamento que se enviaba al frente, de ahí la referencia a «machine».
Su colega Seeger hizo algo parecido, pero esta vez con su banjo, al que pintó la frase «This machine surrounds hate and forces it to surrender», que más tarde sería comercializada en serie para los banjos fabricados por la empresa americana Deering.
FOLCLORISTA E INVESTIGADOR DEL TIEMPO
El segoviano Agapito Marazuela fue nuestro particular Guthrie. Ha pasado a la historia como guitarrista (también tocaba la dulzaina) pero también como brillante folclorista, dedicando la mayor parte de su vida a investigar y recuperar del folclore castellano numerosas composiciones en riesgo de desaparecer y perderse en la bruma del tiempo.
«Viajó hasta pueblos de Valladolid, Segovia o Ávila, entre otros, para preservar la música popular. Hablaba con los aldeanos y les pedía que compartieran con él las canciones que supieran»
Sus orígenes humildes y la falta de asistencia médica hicieron que siendo niño, debido a una meningitis, perdiera la vista en un ojo. En 1920 se trasladó a Madrid, donde inició su actividad como guitarrista concertista actuando en nuestro país y en el extranjero, como en París, donde triunfó. Su nombre era perseguido por artistas como la cantaora La Niña de los Peines, que había querido llevárselo de gira, pero sus padres se negaron. Viajó hasta pueblos de Valladolid, Segovia o Ávila, entre otros, para preservar la música popular. Hablaba con los aldeanos y les pedía que compartieran con él las canciones que supieran. Marazuela, conocido cariñosamente como «El Pito», generaba confianza y simpatía. Conocía, porque los había vivido, los rigores de la vida rural en aquella España. Los aldeanos, por este motivo, compartían todo con él.
No tenía magnetófono, por lo que anotaba las canciones, con ayuda de amigos, en cuadernos. Gracias a él se conservaron cientos de composiciones que posiblemente se hubiesen perdido. La revista Estampa, a comienzos de 1933, lo acompañó y entrevistó durante una de estas labores de archivista y conservador del folclore. La entrevista salió publicada el 14 de enero de ese año:
«Ha sido, durante mucho tiempo, una creencia arraigada el que Castilla había sido insensible o poco menos a la creación musical. El propio Antonio Machado, que es, seguramente, el hombre que con más finura de apreciación ha visto y descrito a Castilla, y de los que más han contribuido a desvanecer los montones de tópicos que plagaban la literatura sobre la región, no llegó a percibir este aspecto, cuando clasificó a los campesinos castellanos como "atónitos palurdos sin danzas ni canciones".
—Pues sí, hay danzas y canciones, y tonadillas de boca y de dulzaina en Castilla, de ritmo y de estilo variadisimos y de una originalidad perfecta. No lo digo por decir... Están ahí, en mi cancionero...
Me habla Agapito Marazuela, conocido ya como gran guitarrista, y que acaba de revelarse como folclorista formidable con su Colección de Cantares de Castilla, premiado recientemente en primer lugar por el Jurado del Concurso Nacional de Música.
—Y nadie me lo ha contado tampoco —continúa—. Yo mismo las he escuchado en los pueblos y aldeas castellanas, y las he ido transcribiendo con la ayuda de un buen amigo, músico también, Benito Sanz Filemón, que me ha acompañado en mis excursiones durante estos tres meses anteriores al concurso... Algunas ya las conocía... Porque yo he sido palurdo, auténticamente palurdo, y no me avergüenzo de ello, ni mucho menos...
Agapito Marazuela es, en efecto, un campesino, hijo de campesinos, nacido y criado en Valverde del Majano, a poco más de diez kilómetros de Segovia».
Su labor era lenta y, en ocasiones, fatigosa:
«—A ratos ha resultado penosa la labor —dice Marazuela—. Las canciones verdaderamente tradicionales no las recuerdan ya más que los viejos, las personas de setenta años para arriba... ¡Y suele ser tan difícil decidirles a cantar!... Y a los jóvenes no les pregunte, porque, por menos de nada, le dan el Ven y ven como canción tradicional castellana,.. Y cosas más pintorescas: por ejemplo, en un pueblo de Segovia me querían hacer creer que el "Segoviano de mi vida", de La del Soto del Parral, era una vieja canción castellana e inédita […] Otras veces, en cambio, se logra persuadirlos a todos. En un pueblo me habían hablado de un anciano que conocía muchos cantares. Fui a su casa, pero se negó terminantemente, cosa que, por otra parte, no me extrañó, pues el pobre hombre, además de sus setenta años, tenía unas fiebres que le habían vencido en el lecho. Pero su mujer, de la misma edad, y una tía suya que andaba por los ochenta, se prestaron a cantar, acompañadas del almirez... Pues lo mismo fue oír el retintín de este instrumento, clásico de las fiestas familiares, que tirarse el hombre de la cama y ponerse a bailar y a cantar cuanto quise...».
¡A LAS ARMAS!
«Decidió no solamente marchar al frente sino organizar las milicias antifascistas segovianas, junto al escultor anarquista Emiliano Barral, y otros obreros y artistas»
La proclamación de la República lo cambió por completo. Al año siguiente entró, al igual que Guthrie, en el Partido Comunista, convirtiéndose en uno de los músicos comunistas más célebres y activos, hasta el punto de que, antes del estallido de la Guerra Civil, las Juventudes Socialistas Unificadas le encargaron seleccionar los grupos folclóricos que actuarían en la famosa Olimpiada de Barcelona, celebrada en julio de ese año, y que sería popularmente conocida como la «Olimpiada roja» o «antifascista». Marazuela, sin embargo, decidió no solamente marchar al frente sino organizar las milicias antifascistas segovianas, junto al escultor anarquista Emiliano Barral, y otros obreros y artistas. La sede de la milicia estaba junto a la Puerta del Sol madrileño, en el nº 1 de la calle Mayor. Por encargo del Gobierno de la República acudió a la Exposición Internacional de París de 1937, en calidad de director de los grupos folclóricos españoles. Pero Madrid, tras una resistencia feroz, cayó.
UN ANTIFASCISTA PATROCINADO POR EL RÉGIMEN
La dictadura no le perdonó su pasado. Marazuela fue detenido y encarcelado, pasando por un accidentado calvario de cárceles en Madrid, Burgos, Ocaña y Vitoria. Durante su periplo carcelario fundó rondallas con músicos presos, a los que también daba clases, y organizó conciertos. Su posguerra fue muy dura. Malvivió como pudo dando clases de guitarra, pero su carrera languideció.
En 1964 comenzó su reincorporación a una cierta «normalidad», hasta el punto de que ese mismo año se publicó su Cancionero de Castilla la Vieja, compuesto en 1932 con el título de Cancionero Segoviano, y que fue patrocinado, en un hecho sin precedentes, por la Jefatura provincial del Movimiento de Segovia, que reconocía con ello su meritoria labor como folclorista en un intento por ofrecer una nueva imagen, esta vez más «conciliadora».