Orion: el hombre que pudo ser Elvis Presley

Se llamaba James Hodges Ellis, pero pasó a la historia con su alias artístico, Orion. Aunque compartió escenario con Loretta Lynn, Jerry Lee Lewis y Tammy Wynette, su carrera quedaría ligada para siempre a la de Elvis Presley porque, tras su muerte, muchos creyeron que era El Rey quien se ocultaba bajo aquel antifaz de lentejuelas.


[Vía Flashbak]

Su manager alimentó la leyenda hasta que la biografía de James se confundió con la de Elvis, condenándole a pasar el resto de su vida oculto tras una máscara que, en realidad, él nunca quiso ponerse. Aprovechándose de su asombroso parecido con el Rey del Rock, aquel cantante desconocido encarnó a un personaje de ficción bigger than life, nacido de la pluma de la novelista Gail Brewer-Giorgio: una estrella del rock’n’roll en decadencia que decide fingir su muerte para huir de la presión mediática y empezar de cero bajo una nueva identidad.

Acosado por las fans y extenuado por las interminables giras de conciertos, Orion Eckley Darnell vive como un recluso de su propia fama. El abuso de las drogas han malogrado su aspecto y sus caderas han cedido al sobrepeso como consecuencia de su adición a la comida rápida. De seguir así, no tardará mucho en matarse; así que, angustiado y deprimido, elabora un plan de fuga que le permita acelerar el proceso y librarse para siempre de sus obligaciones contractuales. El primer paso es dejarse barba, someterse a una rigurosa dieta y asistir de incógnito a su propio funeral. Irreconocible a los ojos del mundo, Orion se despide de la réplica de cera que le remplazará en su tumba, consciente de que con ella entierra también a su pasado. En la escena final, nuestro protagonista pone rumbo hacia la puesta del sol, al volante de una camioneta destartalada. La radio emite una de sus canciones a modo de homenaje y él sonríe, por fin, al sentirse ligero de equipaje.

Brewer-Giorgio escribió Orion: The Living Superstar of Song antes de la muerte de Elvis, pero el libro no vio la luz hasta un año más tarde. Inmediatamente llamó la atención de Shelby Singleton, un productor discográfico de Nashville que acababa de hacerse con los derechos del catálogo de Sun Records y estaba ansioso por sacarle partido al legado de Presley. Y aquella era la oportunidad que había estado esperando. Conocía a Jimmy Ellis desde hacía diez años, cuando publicó sus primeras baladas rockabilly para el sello Dradco. Llevaba casi una década confiando que el éxito llamaría a su puerta, pero la industria le había encasillado como un imitador de segunda fila. Hasta que en 1972, un productor discográfico de Florida llamado Finlay Duncan le envió a Singleton un single que Ellis había grabado en sus estudios de Fort Walton. Apenas podía creer que se tratara de otra persona; aquella voz sonaba inconfundible. Descolgó el teléfono y le encargó a Duncan otro par de canciones: That's Alright Mama y Blue Moon of Kentucky, las mismas que lanzaron la carrera de Presley en Sun Records en 1954. Se trataba de replicar aquellas grabaciones lo más fielmente posible. Y vaya si lo hicieron.

Jimmy encarnó a un personaje de ficción ‘bigger than life’: una estrella del rock’n’roll en decadencia que decide fingir su muerte para huir de la presión mediática y empezar de cero bajo una nueva identidad.

Singleton promocionó el lanzamiento del disco simulando que se trataban de las pistas originales de Elvis, perdidas décadas atrás y milagrosamente recuperadas del archivo de Sun Records. La reacción de los legítimos propietarios de los derechos no se hizo esperar y RCA le amenazó con una demanda millonaria. Se los habían comprado al mismísimo Sam Phillips en 1955 por 35.000 dólares y no estaban dispuestos a permitir que Singleton siguiera adelante con su política de reediciones, tras el éxito del recopilatorio Million Dollar Quartet, que incluía un puñado de grabaciones inéditas de Presley, Jerry Lee Lewis, Carl Perkins y Johnny Cash. Cuando RCA escuchó las cintas de Jimmy Ellis, fueron necesarios varios peritajes y huellas de voz para convencerlos de que aquella voz no era la de Elvis.

Un par de años mas tarde, Ellis repetiría la fórmula con el productor y arreglista Bobby Smith en Macon (Georgia), bajo el título de Ellis Sings Elvis, subrayando el asombroso parecido vocal del cantante con el rockero más famoso del mundo. Pero el destino quiso que, unas semanas antes de publicar el álbum, Presley falleciera en su mansión de Graceland. Y Singleton esperaba al otro lado de la línea con una oferta que Ellis no pudo rechazar. Al fin y al cabo, Shelby contaba con los medios necesarios y tenía los contactos adecuados. Había aprendido el oficio como cazatalentos de Mercury Records y, al contrario que otros compañeros de promoción como Owen Bradley, Chet Atkins o Fred Rose, carecía de escrúpulos y su mentalidad de ex-marine le permitió amortizarlo hasta llegar a vicepresidente de la compañía y cabeza visible de su filial Smash Records. Allí publicó The Boll Weevil Song de Brook Benton y Walk On By de Lee Roy Van Dyke en 1961, y Hey Baby de Bruce Chanel y Ahab the Arab de Ray Stevens en 1962, además de una larga lista de éxitos para Jerry Lee Lewis, Roger Miller, Charlie Rich y Dave Dudley desde principios hasta mediados de la década de los sesenta.

El productor Shelby Singleton en su oficina de Belmont Boulevard en nashville (tennessee) en junio de 1969.

Singleton promocionó el lanzamiento del disco simulando que se trataban de las pistas originales de Elvis, perdidas décadas atrás y milagrosamente recuperadas del archivo de Sun Records

En 1966, Singleton abandonó su sillón de ejecutivo para fundar su propia empresa, SSS International, con su correspondiente sello discográfico, Plantation Records. En 1968, obtuvo uno de los mayores éxitos de un sello independiente en la historia de Nashville con Harper Valley PTA de Jeannie C. Riley, a partir de una canción original de Tom T. Hall, con la que llegó a despachar cuatro millones de copias. Con los beneficios, Singleton compró la marca Sun Records, dispuesto a seguir ganando dinero a costa de vender las mismas canciones famosas una y otra vez, pero la posibilidad de contar con Ellis para cantar las que Elvis nunca llegó a grabar en vida suponía una ventaja sobre sus competidores. Para distanciarlo de la horda de imitadores que comenzaron a brotar de debajo de las piedras, Singleton necesitaba seguir alimentando la idea de que Ellis podría ser en realidad Elvis. Así que, en lugar de limitarse a versionar el repertorio Presley, le emparejó con algunos de sus compañeros más ilustres de la época de Sun Records. Llevó a Ellis al estudio e incorporó su voz a un par de pistas originales de Jerry Lee Lewis, anunciando las grabaciones como Jerry Lee & Friends, con la esperanza de que el público pensara que el del dueto era Elvis Presley.

El siguiente paso resultaría aún más ambicioso. ¿Por qué conformarse con vender una mera imitación si puedes ofrecer el relato de que se trata del auténtico? La coartada imaginada por Brewer-Giorgio era sencillamente perfecta y bastaría con firmar un contrato vinculante por ambas partes para que Ellis pasara a la posteridad como Orion. La única pega era que, pese a su cabello negro azabache y frondosas patillas, Jimmy no se parecía lo suficiente a Elvis. De ahí el antifaz a juego con el mono de pedrería para garantizar su anonimato. Ya no bastaba con exhumar grabaciones inéditas, sino que se trataba de convencer a los fans de que estaban en presencia del Rey resucitado. Bajo semejante premisa, Orion se rodeó de una orquesta capaz de emular los épicos arreglos de vientos cuerdas y trompetas, arrancando su carrera con un ataúd blanco en la portada. El título del disco: Orion Renacido. El primer sencillo fue una versión de Ebony Eyes, un viejo éxito de los Everly Brothers en el que Orion recita el drama del protagonista, que espera en el aeropuerto a su amada y descubre que el avión en el que volaba se ha estrellado. El acento de Ellis se asemeja tanto al de Presley que el efecto resultaba doblemente impactante y lacrimógeno.

Deseaban tan fervientemente que, de alguna manera, Elvis pudiera seguir vivo que ni Ellis ni Singleton estaban dispuestos a contradecirlas

La performance adquirió dimensiones casi sobrenaturales sobre el escenario. A las primeras giras regionales por el Medio Oeste se sumaron entrevistas en programas de radio y televisiones locales que certificaron los rumores sobre el regreso de un Elvis enmascarado, cuyas repercusiones se sintieron a ambos lados del Atlántico. El fenómeno trascendió fronteras y culminó en multitudinarias giras por Inglaterra, Alemania y Suiza, donde la prensa se volcó especialmente para alimentar la controversia. Tanto, que la discográfica se vio obligada a retirar el féretro de la cubierta del álbum y sustituirlo por un retrato de tintes superheroicos y pose triunfal, que celebraba la vida más allá de la muerte de todo un icono pop. Con Sunrise, en clara referencia al primer sello discográfico de Presley. Singleton creó una nueva serie de “grandes éxitos” alternativos en los que tuvieron cabida toda clase de géneros y estilos.

Ya no bastaba con exhumar grabaciones inéditas, sino que se trataba de convencer a los fans de que estaban en presencia del Rey resucitado

En su pico de mayor popularidad, el Club de Fans de Orion llegó a superar los 15.000 miembros que le acompañaban dondequiera que actuase. Cientos de personas, repartidas a lo largo y ancho del país, acudían en procesión, de ciudad en ciudad, para no perderse ninguna actuación. Los más incansables eran una madre y una hija que acostumbraban a dormir en su Oldsmobil estacionado en el parking trasero de Sun Records en Belmont Boulevard, a la espera de que arrancara el autobús de gira y así poder seguir a su ídolo durante meses. Deseaban tan fervientemente que, de alguna manera, Elvis pudiera seguir vivo que ni Ellis ni Singleton estaban dispuestos a contradecirlas. De todas formas, las descabelladas teorías de la conspiración que los tabloides habían difundido durante años contribuyeron a que el mito eclipsara al hombre. Se trataba del Rey, no de Elvis, que ahora se llamaba Orion. Sin duda, resultó una carga psicológicamente agotadora para Jimmy Ellis, y con el paso del tiempo la farsa comenzó a corroerlo por dentro. Por un lado, había logrado en cierta medida el éxito que siempre había soñado alcanzar. Por otro, ni siquiera podía saborearlo por completo. Escuchaba los aplausos, pero no alcanzaba a disfrutarlos porque no era su legítimo destinatario.

Las disputas empezaron en cuanto Ellis expresó su deseo de grabar un disco a cara descubierta y bajo su verdadero nombre. Singleton se opuso, alegando que no quería arriesgarse a echar a perder un negocio rentable por una simple cuestión de ego, aún siendo consciente que se trataba de algo más que eso. Ante las negativas constantes, Ellis se fue volviendo cada vez más insolente hasta que, en la gala de Nochevieja de 1981, Orion se arrancó la máscara en el punto más álgido de la actuación, mostrando por primera vez su rostro ante las cámaras. Un fotógrafo estuvo lo suficientemente ágil como para capturar el instante, evidenciando que aquel tipo se parecía más bien poco a Elvis Presley. Se rompió la ilusión y con ello su lucrativa relación profesional. En palabras del propio Singleton, «Jimmy se comportó como lo hacen la mayoría de los artistas. No se dan cuenta de que es el diseño de producción lo que los convierte en o que son, y se creen que son los únicos responsables de su éxito».

Sin embargo, durante los años 90, Ellis siguió ofreciendo una media de 50 espectáculos al año. Pasaba la mayor parte de su tiempo cuidando de la granja que heredó de sus padres, cerca de Selma (Alabama). Debido a su proximidad a la carretera interestatal, Ellis abrió una licorería, un ultramarinos y una gasolinera con los que abastecía a los viajeros y a los lugareños. En una entrevista de 1990 con Rick Harmon, un periodista de un pequeño pueblo de Alabama, Ellis expresó su decepción por seguir viviendo a la sombra de Orion: «Sólo quería actuar y demostrar mi talento». Pero por más que se esforzara en distanciarse de su personaje ficticio y del negocio del entretenimiento en general, fue incapaz de darle la espalda por completo, y la vida que consagró a glorificar un nombre ajeno terminó de manera abrupta, violenta e injustamente, una aciaga noche de diciembre de 1998. Se encontraba detrás de la caja registradora de su tienda cuando tres adolescentes del pueblo irrumpieron en la tienda blandiendo sus escopetas recortadas y abrieron fuego contra Ellis, de 53 años, su prometida Elaine Thompson, de 44, y una amiga de esta, Helen King. Ellis y Thompson murieron en el acto; King resultó gravemente herida pero se recuperó. A Ellis le sobrevivió su hijo Jimmy Ellis Jr.

Puestos a establecer paralelismos, la muerte rara vez es razonable y, sin embargo, nos pone a todos en el mismo sitio. Puede que Orion no despierte la misma adoración póstuma que Elvis Presley, pero al menos el talento de ambos les ha sobrevivido. «Jim era realmente bueno —reconoció Singleton— Un vocalista talentoso y un intérprete carismático. Supongo que podría haber aspirado a ser una estrella por derecho propio, salvo por el hecho de que, sin importar lo que hiciera, sonaba como Elvis».