Parásitos


«Lo que la ultraderecha anglosajona lleva cociendo casi 20 años, desde los albores del tea party, nos ha explotado en la cara a punto de alcanzar la década de los 20 del siglo XXI. En lugar de replicantes que hacen poesía existencialista bajo la lluvia, tenemos mentirosos compulsivos, sátrapas y millonarios sedientos de sangre obrera controlando países, economías y medios de comunicación»

                             POR ALANA PORTERO



Más que cualquier otro, 2019, ha sido el año de la recuperación de debates que parecían superados hace años. Nada bueno dice esto de nosotros. No se trata de una sana fiebre debatista, ni de un arranque peripatético que la humanidad ha tenido a bien poner en marcha para mejorarse a sí misma. Nada de eso.

Lo que la ultraderecha anglosajona lleva cociendo casi 20 años, desde los albores del tea party, nos ha explotado en la cara a punto de alcanzar la década de los 20 del siglo XXI. En lugar de replicantes que hacen poesía existencialista bajo la lluvia, tenemos mentirosos compulsivos, sátrapas y millonarios sedientos de sangre obrera controlando países, economías y medios de comunicación. En lugar de una humanidad consciente de sí misma, nos hemos convertido en el campo de pruebas del nuevo goebbelismo. Así hemos terminado 2019 debatiendo sobre la pertinencia de dejar morir o no a personas en el mar, sobre si el fascismo está sujeto o no a la libertad de expresión o qué cuerpos merecen ser respetados y cuáles no.

«Casi todo el mundo lleva un supremacista dentro y, cuando este se siente interpelado, la construcción del cabrón es imparable. Los complejos son fácilmente transformables en fe y la fe es una oponente casi inabordable»

La derrota sin paliativos consiste en que toda esta morralla informativa, toda esta basura sobre libertades disfrazada de amplitud de miras, no se ha quedado en medios o tribunas políticas, la tendremos en las comidas familiares estos días, más allá del cuñado facha o la prima nacionalcatólica de toda la vida, habrá que desmontar, si se tiene energía, uno a uno, los sofismas y los mantras vacíos que se han estado difundiendo durante años calculadamente por la derecha sociológica de los Think Tanks y los institutos de ideas. Un trabajo penoso que requiere mucha paciencia y que tiene pocas posibilidades de salir adelante, casi todo el mundo lleva un supremacista dentro y, cuando este se siente interpelado, la construcción del cabrón es imparable. Los complejos son fácilmente transformables en fe y la fe es una oponente casi inabordable.

«El pensamiento se renueva incorporando elementos críticos, no cediendo terreno ante quien pretende despojar a otros de parte o de todos sus derechos»

Insisto en lo de que todos y todas llevamos a un supremacista dentro porque estos días no es imposible leer a compañeros y compañeras de trinchera —qué expresión tan ridícula— repetir algunos de esos mantras ultraderechistas como ideas al filo, incorrecciones o auténtica rebeldía. Solo echando un vistazo a redes o poniendo un poco la oreja en conversaciones ajenas puedes escuchar a tu hermano mayor, del PCE de siempre, hablar de racismo inverso contra la gente blanca o leer a tu compañera de trabajo, orgullosa feminista, soltando espumarajos biologicistas en tuiter cual conde Orgaz presagiando su extinción.

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«Se habla últimamente del ejemplo griego para desactivar al movimiento nazi que se había convertido en la tercera fuerza política del país. Recurriendo al trazo grueso podemos reducir la estrategia a: negarles la cobertura mediática, cortarles la financiación y no darles tregua en las calles»

Nadie, por más listo que se crea, está libre de acabar pensando como el enemigo si pasa mucho tiempo escuchándole. El debate es necesario cuando ambas posturas defienden ideas razonables; dar espacio al discurso de odio en virtud de la desactivación, es un error. Todas hemos participado en debates y todas sabemos que después suele haber cañas.

El pensamiento se renueva incorporando elementos críticos, no cediendo terreno ante quien pretende despojar a otros de parte o de todos sus derechos. Ser colaboracionistas está al alcance de la mano de cualquiera y toda la atención que se le ponga a evitarlo, es poca.

Se habla últimamente del ejemplo griego para desactivar al movimiento nazi que se había convertido en la tercera fuerza política del país. Recurriendo al trazo grueso podemos reducir la estrategia a: negarles la cobertura mediática, cortarles la financiación y no darles tregua en las calles.

Dinero, difusión y capital social. Sin estos tres factores, no hay posibilidad de que una idea crezca. Todo lo que hagamos o digamos sobre el odio, la manipulación y el supremacismo, debería rezumar confrontación y frialdad.

Me gustaría pensar que hemos aprendido la lección y que 2020 puede ser el año en el que dar la vuelta a nuestra torpeza. Steve Bannon nos ha parasitado los modos de estar y de relacionarnos. Intentemos que esta entidad parasitaria que se nos ha adherido al sesgo de confirmación, muera de hambre y de sed.

Gracias a Agente Provocador por este año de escritura y a vosotras por este año de lecturas, me habéis hecho muy feliz.

Seguimos la conversación en 2020. Felices fiestas.

Imagen de la portada: la joven musulmana Zakia Belkhiri se hace una foto con un grupo de manifestantes de extrema derecha en Bélgica. Con chaqueta rosa, detrás, podemos ver a la líder, Anke van Dermeersch. Jurgen Augusteyns (2016)


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