Philip K. Dick contra Stanislaw Lem
/Comenzó antes de que la última bomba estallase en el Berlín de 1945. A esas alturas tanto la ahora extinta Unión Soviética como los Estados Unidos comenzaron a tomar posiciones para lo que habría de venir una vez desparecido Hitler. Las operaciones Paperclip y Osoaviajim llevaron hasta los Estados Unidos y la Unión Soviética, respectivamente, a un buen número de científicos nazis. El más relevante de todos ellos era Wernher von Braun, que pasaría de diseñar los V2 que asolaron Europa a formar parte del programa de la NASA que finalmente pondría al hombre en la luna.
La Guerra Fría determinó las dos formas de entender el mundo en todos esos años y su efecto alcanzaría todos los aspectos de la vida cotidiana. Lógicamente, la ciencia ficción no se vio exenta de esa influencia.
Philip K. Dick y Stanislaw Lem pasarán a la historia como dos de los máximos exponentes del género de la ciencia ficción. Ambos compartían cierto estilo filosófico en sus escritos y utilizaban el género retorciendo sus entrañas para hablar de la condición humana. En la mayor parte de sus obras pasaban por encima de engorrosas explicaciones sobre avances tecnológicos para centrar el foco de atención en cómo esos avances, casi siempre tan solo mencionados de forma superficial, podían afectar la existencia del ser humano.
En 1972 Lem tradujo al polaco Ubik, iniciándose así una relación epistolar en la que Lem invitaría no pocas veces a Dick a visitarle. El encuentro nunca tuvo lugar.
En aquel año Lem ya había publicado su obra magna Solaris, así como dos de las cuatro obras protagonizadas por su personaje más popular: Ijon Tichy, un trasunto de Gulliver con el que Lem daría rienda suelta a su yo más satírico. Por su parte, Philip K. Dick, a la espera del evento 03.02.74, había ganado el Premio Hugo del año 1963 con su obra El hombre en el castillo y ya había publicado gran parte de sus obras más conocidas. Eran dos titanes. Y de ello dejó constancia la revista Science Fiction Studies, que en 1975 publicó un número especial alrededor de la obra de Philip K. Dick. Entre los numerosos ensayos que contenía el ejemplar, brillaba con luz propia el texto que, bajo el titulo Un visionario entre charlatanes, Lem había dedicado a Dick colocándole muy por encima de los coetáneos del género.
Poco podía imaginar Lem que la admiración que decía profesarle el escritor californiano no era lo que parecía. Informado de la pretensión de la revista Science Fiction Studies, Philip K. Dick remitió en 1974 una de las muchas cartas que dirigió al FBI. En ella afirmaba que la publicación de ese homenaje no era sino un intento de atraerle al bando comunista. Entre diversos nombres relacionados con el género, Dick señaló a Lem como el cabecilla de la trama, llegando a afirmar que realmente él no existía y que, en lugar de ser una persona, se escondía un grupo destinado a penetrar en la sociedad de los Estados Unidos a través de, entre otros medios, la literatura de ciencia ficción. Una de las pruebas esgrimidas por Dick era el que los textos firmados por el «Colectivo Lem» estaban escritos en diferentes estilos.
La cosa no llegó a más y, a pesar de la jugada, Lem siguió profesando una gran admiración por Dick. Un año antes de su muerte, Lem seguiría colocándole por encima de popes como Clarke, Asimov y Bradbury aunque afirmaba que las obras del estadounidense pasaban de muy buenas a mediocres dependiendo de la cantidad de drogas que hubiese consumido en el momento de escribirlas.
Pero tal vez, y solo tal vez, el motivo de aquella acusación por parte de Philip K. Dick fuese más prosaico de lo que su leyenda nos puede hacer creer y quizá esta vez fue un Dick más lucido el que tomó el control de la situación y puso en juego ardides del Dick paranoico al que todo estaban ya acostumbrados en aquel momento. Si en la literatura de Dick lo común esconde una realidad complicada de asimilar, en el caso de Dick Vs. Lem puede que el autor cambiase las tornas y usando ese doble juego lanzase aquella acusación contra el escritor polaco, no en un intento de destapar una realidad que solo existía en su cabeza, sino como venganza por no haber hecho llegar al escritor estadounidense el dinero que le correspondía por las ventas de la versión polaca de su novela Ubik. O al menos eso es lo que creía Dick, ya que el escritor polaco nunca tuvo intención de escamotearle su dinero, y el motivo de que este no llegase a la cuenta corriente del californiano fueron las restricciones al intercambio de divisas que existieron entre los dos bloques durante aquella Guerra Fría.