Un paseo por un «cementerio de vagos»
/—Y esos «cementerios de vagos» de que ha hablado usted hace un momento, ¿en qué consisten?
—Los «cementerios de vagos» son pequeñas porciones de terreno de los alrededores de la fábrica, cercadas con una valla de madera. En el interior, colocados sobre estacas, aparecen los retratos de los obreros que menos se distinguen por su afición al trabajo, cada uno con un cartel alusivo a su «especialidad»: holgazán, poco puntual, borracho, etc. Por este procedimiento de poner en la picota a los indeseables se consigue en muchos casos que abandonen definitivamente su vicio, su holgazanería o su mala costumbre.
—En una palabra, que el vago que cada uno de ellos lleva dentro, queda definitivamente enterrado allí, ¿no es eso?
—Eso mismo.
El periodista no salía de su asombro ante las palabras del entrevistado, un alcohólico de Leningrado que se había atrevido a confesar algunos aspectos poco conocidos del mundo de los soviets. La revista Estampa, el 30 de junio de 1934, publicó el reportaje titulado Las tribulaciones de un borracho en la Rusia soviética. Las fotografías, que pocas veces habían sido publicadas, hablaban por sí solas. Las vallas eran desoladoras. Pero el entrevistado siguió hablando. Además de aquellos «cementerios de vagos» existían las llamadas «cajas negras»:
—Y las «cajas negras», ¿en qué consisten?
—La «caja negra» es otro de los recursos pintorescos utilizado para exaltar el amor propio de los haraganes y de los aficionados a empinar el codo. Es una oficina en plena vía pública donde se paga el salario a los que no se someten a seguir el camino de todos. Generalmente, suele ser una caseta de madera, cuyas paredes están llenas de caricaturas y letreros alusivos; pero a veces la imaginación de los obreros que las construyen le da la apariencia de un vaso o de una botella gigantesca. Figúrese usted lo que será para un hombre, con algún sentido de la dignidad, tener que ser pagado en uno de estos establecimientos, delante de todo el mundo, a la vista de los terribles niños que pululan por las ciudades rusas...
Silencio. Algo casi artístico, una instalación para la vergüenza en pleno centro. Por último, cuando parecía que aquello era insuperable, habló de los «maniquíes de la vergüenza»
«Pues son, sencillamente, un instrumento de tortura moral, utilizado para exaltar la dignidad del obrero. Todos ellos vienen a consistir en un pedestal provisto de unas ruedas, encima del cual se coloca un busto o caricatura del trabajador torpe, vago o vicioso. El obrero que no cumple con su deber se le encuentra en la fábrica constantemente a su lado. Las bromas de que le hacen objeto sus compañeros acaban, en la mayor parte de los casos, por dar el resultado apetecido. En la fábrica donde yo presté mis servicios como técnico, en Leningrado, habían colocado como maniquí un cerdo de cartón piedra, y en el pedestal se leía este letrero: "El cerdo ve con frecuencia a otros cochinos, pero es la primera vez que veo yo una cochinada como la tuya"».