«Venid a Checoslovaquia»: el jazz como arma revolucionaria

Fundada en 1971 bajo la atenta mirada del Sindicato de Músicos Checoslovacos, la Sección de Jazz tenía como objetivo promover el jazz a través de conciertos y boletines informativos. Su vocación de agitadores culturales, dispuestos a socavar los rígidos estándares del régimen, los situó en el punto de mira de las autoridades, siendo ilegalizados, perseguidos durante años y finalmente encarcelados.


Kurt Vonnegut viajó a Checoslovaquia en mayo de 1985 con la intención de plantar un árbol en los suburbios de Praga. El solidario gesto del novelista estadounidense en apoyo a un grupo de jóvenes represaliados no pasó desapercibido a las autoridades. Llevaban décadas observando con desconfianza a aquella célula de agentes subversivos y habían puesto todo su empeño en neutralizarlos. Hacía apenas unos meses que habían conseguido prohibir su sindicato y no cejarían en su empeño hasta llevar a sus cabecillas ante los tribunales, liderando una feroz campaña de persecución que pasaría a la historia como una de las últimas cazas de brujas de la Guerra Fría. En un artículo de opinión publicado en New York Times y titulado ¿Ni siquiera pueden permitir el jazz?, el autor estadounidense expresó su preocupación por la represión política en Checoslovaquia: «De entre todos los triunfos de los que odian la vida, la diversión, la belleza, el pensamiento y el amor, de las fuerzas de Satán, si se quiere, el que más me preocupa es la inducción de algunos políticos y policías checoslovacos a comportarse como caníbales con los miembros más humanos, generosos y dotados de su sociedad (…) Y aún así, si el tripulante de un platillo volante me preguntara qué ciudad consideran los terrícolas más habitable, arquitectónicamente hablando, respondería sin dudarlo: ¡Venid conmigo a Praga!».

Para el fotógrafo Ivan Prokop, las palabras de Vonnegut resultaron cruciales para dar a conocer la situación al otro lado del Telón de Acero: «Me uní a la Sección de Jazz en 1976, al terminar el servicio militar para tener más contacto con la cultura la gente que la rodeaba, y participar activamente en los eventos culturales». Su militancia era realidad una excusa para desarrollar su creciente pasión por la fotografía. «Empecé a tener acceso a los músicos retratar a los músicos cuando estaba en la Sección de Jazz. Era más fácil conocerlos y por fin tenía una buena cámara». Surgida como una escisión del Sindicato de Músicos Checoslovacos, la Sección de Jazz (o Jazzová Sekce en checo) nació con el objetivo de promover el jazz a través de conciertos y boletines informativos. Bajo la dirección del carismático Karel Srp, la Sección fue asumiendo ambiciones culturales cada vez más amplias, organizando las Jornadas de Jazz de Praga (Pražské jazzové dny) y publicando un amplio catálogo de publicaciones que abarcaban desde la crítica musical a la teoría cultural, pasando por la literatura contemporánea. A diferencia de otras asociaciones abiertamente disidentes, la Sección de Jazz aglutinaba a un gran número de idealistas que aspiraban a acercar la cultura de vanguardia al pueblo, creando un espacio artístico abierto y manteniéndose al margen de la esfera política.

«Nunca consideré que lo que hacíamos fuera potencialmente subversivo o peligroso»

Pero muy pronto, sus intenciones iniciales se revelaron inasumibles. Apenas dos años después de que los tanques del Pacto de Varsovia aplastaran la Primavera de Praga, el nuevo líder checoslovaco Gustav Husák comenzó a aplicar su política de normalizáce o “normalización”: un eufemismo con el que designar la feroz purga institucional con la que se pretendió acallar para siempre aquellas voces críticas con el nuevo régimen, y que gradualmente salpicó a todos los niveles de la sociedad. El cerco se cerró especialmente en torno a aquellas organizaciones culturales sospechosas de incubar en su seno la semilla de la oposición, como el Sindicato de Músicos y el de Escritores, debido al papel que desempeñaron a la hora de inspiró la Primavera de Praga. Sin embargo, a ojos de las autoridades, la Sección de Jazz resultaba demasiado inofensiva y minoritaria como para considerarla una amenaza.

Marcela Krčmářová, por aquel entonces estudiante de económicas y futura diplomática, conoció en la universidad a un joven trompetista llamado Mihal. «Me mostró su carné de la Sección de Jazz y yo, que solo quería estar a su lado el mayor tiempo posible, me afilié sin dudarlo. Inmediatamente me ofrecí voluntaria para desempeñar funciones burocráticas. Al principio, éramos unos tres mil miembros, pero llegamos a ser más del doble. Y podríamos haber tenido muchos más, pero simplemente no teníamos la capacidad de imprimir más carnés ni enviarlos por correo». La iniciativa más importante de la Sección fueron las Jornadas de Jazz, celebradas por primera vez en marzo de 1974. «Fueron concebidas como una plataforma de difusión para nuevos talentos locales —explica Krčmářová— La mayoría tenían serias dificultades para actuar en directo porque no se habían presentado a las audiciones oficiales». La obligación de someterse al examen de un comité que les concediera el permiso oficial como músicos profesionales, permitía a las autoridades frenar las carreras de quienes consideraban inadecuados o subversivos, antes siquiera de que hubieran empezado. Poco a poco, el compromiso artístico de las joranadas se fue politizando, abriendo sus puertas el jazz rock y la música experimental y convirtiéndose así en la última oportunidad de los parias del sistema. «No dormíamos. Por el día, organizábamos los conciertos y por las noches ilustrábamos los carteles del día siguiente. En cierta ocasión, horneamos pan para que los pobres infelices tuvieran algo que llevarse a la boca». Era tan solo cuestión de tiempo que aquella jauría de melenudos excéntricos atrajera la atención de las autoridades.

Los arriba firmantes de la carta 77, entre los que se encuentran Jiří Němec, Václav Benda, Ladislav Hejdánek, Václav Havel, Jan Patočka, Zdeněk Mlynář, Jiří Hájek, Martin Palouš, Pavel Kohout y Ladislav Lis.

IX jornadas de jazz de praga (1979). fotografía: Jiří Kučera

La feroz purga institucional permitía a las autoridades frenar las carreras de quienes consideraban inadecuados o subversivos, antes siquiera de que hubieran empezado

Con motivo de su quinta edición, en abril de 1977, la policía organizó redadas para interrumpir los conciertos bajo el pretexto de incautar estupefacientes e identificar entre los “hippies” a los firmantes de la Carta 77, una declaración que pedía a los dirigentes comunistas de Checoslovaquia adherirse no solo a sus propias leyes, sino también a los principios de derechos humanos recogidos en los Acuerdos de Helsinki. Una colección de firmas que desencadenó el mayor movimiento de resistencia civil del país, impulsado por un grupo de activistas e intelectuales que luchaba —entre otras causas— por la liberación de los músicos “antisistema” encarcelados en 1976. Más bien, se trataba de una advertencia: «Nunca consideré que lo que hacíamos fuera potencialmente subversivo o peligroso. Simplemente promovíamos la música que nos gustaba —añade Krčmářová— En su momento, Karel nos advirtió del peligro que corríamos si nos relacionaban con la Carta 77, porque confirmaría la existencia de un underground disidente alimentado por la música y los estilos de vida alternativos». Pero para entonces ya era demasiado tarde. Al año siguiente, el gobierno de Husák intentó neutralizar los brotes disidentes colocando a sus hombres de confianza al frente de las delegaciones locales del Sindicato de Músicos.

Alarmado por la situación, Karel Srp tomó la audaz decisión de convocar una asamblea general de los miembros de la Sección para oponerse a esta medida. Para evitar posibles represalias y arrestos multitudinarios, se apresuró a ponerlo en conocimiento de la prensa occidental. La repercusión de la noticia a nivel internacional obtuvo el efecto deseado y los funcionarios del Estado abandonaron sus pretensiones, al menos en parte. Ya no había paso atrás posible. A pesar de su estatus oficial como parte integrante de un Sindicato de Músicos, siempre dispuesto a acatar los designios del Partido, la Sección de Jazz se mantenía ajena a las injerencias controladoras del estado. Si no podían doblegarla, tendrían que erradicarla: en 1979, los inspectores del Ministerio de Cultura de Praga retiraron el permiso para la celebración de la décima edición de los las Jornadas de Jazz de Praga, justo cuando el público asistente comenzaba a reunirse en las inmediaciones de la sala. Los organizadores tardaron un par de años en reponerse del revés burocrático, solo para ver frustrados sus intentos de nuevo en marzo de 1982. Órdenes de arriba, firmado y sellado, un muro inexpugnable.

Las Jornadas de Jazz de Praga abrieron sus puertas el jazz rock y la música experimental y se convirtieron en la última oportunidad de los parias del sistema

En pleno auge de su actividad editorial, el boletín oficial de la Sección de Jazz había crecido hasta convertirse en una revista de 100 páginas, al que se sumaban multitud de folletos de edición especial sobre arte contemporáneo y literatura de culto. Se distribuían por correo y exclusivamente para miembros, evitando las tiendas y locales públicos, para eludir la férrea censura socialista. Hasta que el revuelo generado por la decisión de publicar en 1982 la novela Yo serví al rey de Inglaterra de Bohumil Hrabal, novelista considerado persona non grata por los líderes comunistas de Checoslovaquia, certificó que la Sección había ido demasiado lejos. Tras varios tiras y aflojas, la Sindicato de Músicos se disolvió deliberada y oficialmente en 1984, para situar a la Sección de Jazz fuera de la ley. Pese a todo, la Sección continuó con sus actividades editoriales recurriendo a toda clase de subterfugios: amigos que se ofrecían a imprimir los libros, voluntarios que los almacenaban en sus sótanos y mensajeros que entregaban ejemplares en mano a los miembros que se quejaban de que los suyos habían desaparecido misteriosamente en el correo.

Finalmente, el 2 de septiembre de 1986, Karel Srp y otros miembros destacados de la Sección de Jazz, entre ellos Vladimir Kouřil, Joska Skalnik, Čestomir Huňát, Tomáš Křivánek y Miloš Drda, así como Vlastimir Drda (propietario del apartamento clandestino donde establecieron su sede y frente a cuya puerta Kurt Vonnegut plantó su semilla) fueron puestos a disposición judicial. Se les imputaron varios delitos derivados de la actividad comercial de una empresa editorial ilegal y fueron presentados ante la opinión pública como evasores fiscales en lugar de activistas culturales. Una vez caída la cúpula de la Sección de Jazz, el gobierno de Husák emprendió su cruzada personal contra la música en general: se cancelaron conciertos y se endureció el proceso de concesión de licencias a los músicos. Así mismo, la posesión de publicaciones prohibidas bastaba para ser acusado de complicidad con organización criminal. Los libros y revistas tenían que ser trasladados constantemente o escondidos en lugares seguros. «Una semana después, mi marido y su hermano gemelo (Vlastimil y Eduard Krčmář) fueron detenidos para ser interrogados —cuenta Krčmářová— Les liberaron al cabo de 30 horas y, mientras tanto, tuve que limpiar la casa de material incriminatorio».

SIMPTIZANTES SE congregan en el Tribunal Municipal de la calle Spálená nº 2 de Praga, mientras los miembros de la Sección de Jazz van a juicio en 1987. (FOTOGRAFÍA: Jiří Exner)

El juicio se dilató durante meses y, en marzo de 1987, Karel Srp y Vladimir Kouřil fueron condenados a 16 y 10 meses de prisión respectivamente. El resto de los acusados fueron absueltos. Más que nunca, los veredictos carecían de fundamento. Desde la URSS, principal aliada de Checoslovaquia, llegaban las primeras promesas de aperturismo y relajación de los controles sociales y culturales de la era Glasnot, y aunque el régimen checoslovaco seguía mostrando escasos signos de conciliación con los represaliados, Srp fue puesto en libertad en enero del año siguiente. Mientras tanto, el fundador del movimiento de la Carta 77, Václav Havel, cumplía su cuarta pena de prisión, a la espera de que llegara el otoño de 1989, cuando la caída del Muro de Berlín y las manifestaciones estudiantiles en Praga precipitaron la repentina desintegración del régimen.

retrato de la policial de václav Havel, encarcelado en la prisión de Pankrác (praga) en 1979, por subversión a la república. (archivo Biblioteca Václav Havel).

Ese mismo verano, Havel fue investido presidente de la Checoslovaquia democrática, pero aún tendría que pasar una década hasta que Karel Srp pudiera presentar su candidatura al Senado checo. En el transcurso de una polémica rueda de prensa, el líder de la Sección de Jazz reconoció que había sido informante de los servicios de seguridad del Estado durante años, bajo el nombre en clave de Hudebník , “El Músico”. «Dijo que se vio obligado a colaborar, o de lo contrario no hubiéramos podido seguir montando conciertos —se lamenta Marcela Krčmářová— Me sentí muy decepcionada». Para Prokop, testigo de excepción de aquellos años a través del lente de su cámara, «Karel fue un líder respetado durante muchos años, un símbolo. Confiamos ciegamente en él pero, cuando le soltaron de prisión, empezamos a albergar ciertas dudas. A principios de los años 90 rompimos definitivamente con él. Pero su mérito al mando de la Sección de Jazz hasta 1985 es indiscutible. Me enseñó mucho y lo valoré mucho, por lo que mi decepción posterior fue aún mayor. Así es la vida».