Santiago Ramón y Cajal y su (desconocido) álbum fotográfico de prostitutas
/¿Existe un archivo fotográfico de prostitutas realizado por Ramón y Cajal?, ¿existió alguna vez? Varios testimonios describen la fascinación del eminente científico por las casas de lenocinio, de las que habría sido cliente habitual y amigo de las prostitutas, a las que habría fotografiado
La escena fue retratada por numerosos periódicos. El 17 de octubre de 1934, cuando se supo del fallecimiento de Santiago Ramón y Cajal, convertido desde hacía décadas en una de las mayores celebridades del país, comenzaron a aparecer decenas de crespones negros de las puertas de muchos prostíbulos de la capital. La causa, según afirmaron algunos, fue la cercanía y el amor que sentía por las clases más pobres. Sin embargo, las prostitutas podrían haberle llorado por otro motivo: según varios testimonios, el científico era un habitual de los prostíbulos de la capital, un personaje que se había incluso hecho amigo de muchas de aquellas mancebas que ejercían su profesión en los antros de lenocinio, sobre todo en la zona de Huertas, en el barrio de Las Letras, a un paso de su estudio de la calle del Príncipe y de la Facultad de Medicina, en Atocha. Allí, en la calle del León y aledañas, abundaban los prostíbulos y también las consultas de venéreas o la venta de profilácticos de la época.
Además de Francisco Umbral, uno de los principales y más valiosos testimonios de aquel retrato de Cajal fue el periodista y escritor Luis Calvo, quien en una entrevista con Manuel Vicent, publicada en El País, contó la siguiente anécdota que vivió en persona: «Hacer comedor significa estar de tertulia con las putas, jugar a la brisca con ellas a la luz de la lámpara y acostarse con una por la cara mientras otro cabrito paga. Eran otros tiempos, claro está. Por ejemplo, a este señor que viene retratado en la portada de este libro, a don Santiago Ramón y Cajal, yo lo he visto hacer cola en una casa de mamonas de la calle de Lope de Vega con una chapa de latón en la mano, esperando el turno. Un día este Santiago Ramón y Cajal que ves aquí se acercó a un jovencito que se llamaba Antonio Díaz Cañabate [abogado, crítico taurino y dramaturgo] y le preguntó oiga pollo, ¿qué número tiene usted? El siete. ¿No le importaría cambiármelo? Mi chapa es la 49 y llevo mucha prisa. Como Cañabate admiraba mucho a don Santiago no tuvo inconveniente en cederle la vez. Yo también lo hubiera hecho. Eran aquellos tiempos en que al tacaño de Julio Camba se le veía regatear en la acera de Peligros con las tías, que si cinco, que si cuatro, y también a León Felipe, que era otro putero. Yo después he querido a mi mujer como un católico, es decir, con un sentido paternalista».
Fotografías costumbristas de Cajal. Instituto Cajal
Por entonces, que la prostitución se hallaba regulada y fiscalizada por las autoridades. Cada una de las prostitutas «oficiales» tenía su propia cartilla de salud. Echar un vistazo a estas es un reflejo de la miseria de la época: desnutrición, sífilis, pobreza. Muchas eran menores de edad. No todas, evidentemente, pero sí la que se ejercía en los principales prostíbulos. En el pueblo murciano de La Unión, el Archivo Municipal atesora dos volúmenes que recogen, entre 1913 y 1930, las historias clínicas de 129 prostitutas que pasaban puntualmente los preceptivos controles de la Inspección Municipal de Sanidad, tal y como cuenta el periodista Antonio Lucas: “María, a los 24 años. Mañana del 14 de mayo de 1925. Día de San Matías y Santa Justa: «Sana», apunta el doctor en el libro de Inspección Municipal de Sanidad del pueblo de La Unión, Murcia. La noche fue larga y bien regada con el vinagre cabezón que se sirve en los tabancos. Juana, 26 años. Soltera. 7 de octubre de 1927. Día de Nuestra Señora del Rosario. No pasa el corte. La mano autoritaria apunta en la cartilla de esta prostituta: «Chancro blando». Infección. Fuera de juego por unos días”.
«Ramón y Cajal se movía con familiaridad en los prostíbulos. Estas incluso desfilaban por su estudio, lo que según sus familiares alimentó el «malentendido» de un científico habitual de los prostíbulos»
Cajal, junto a su vida entregada a la medicina y la ciencia, tuvo otra gran pasión, la fotografía, de la que fue todo un pionero en nuestro país. Comenzó a tomar sus primeras imágenes siendo muy joven y así siguió hasta su fallecimiento. Cuando terminó la carrera de Medicina, mientras era capitán en la guerra de Cuba, organizó un pequeño laboratorio fotográfico con cajones y latas vacías en el puesto de Vista Hermosa. A su regreso, aquejado de varias enfermedades, sus paseos fotográficos fueron un bálsamo. Su pasión por la placa daguerriana era enorme: «Más tarde, casado ya, llevé mi culto por el arte fotográfico hasta convertirme en fabricante de placas al gelatino-bromuro, y me pasaba las noches en un granero vaciando emulsiones sensibles, entre los rojos fulgores de la linterna y ante el asombro de la vecindad curiosa que me tomaba por duende o nigromántico», escribió. En 1912, en la revista mexicana Novedades, publicó Los encantos de la fotografía: «¿Habéis pensado alguna vez en lo que significa un álbum de fotografías? Al contemplar la efigie de seres inexistentes, ¿no nos parece que, a la voz de un conjuro, los muertos abandonan sus tumbas para contarnos su triste o feliz historia? Y a menudo, el fantasma evocado no aparece tocado con las venerables canas de la vejez, sino adornado con las galas de la juventud y en lo más culminante y florido de la curva vital. ¿No es verdad que la serie cronológica de fotografías de un sujeto parece realizar el ensueño de la reversibilidad de la vida, del cinematógrafo al revés, retrocediendo desde la decrepitud al nacimiento y desde el sepulcro a la cuna?». Y ese mismo año, en Madrid, publicó La fotografía de los colores, un ensayo sobre fotografía, al que siguieron otros como Notas micrográficas (1907), La microfotografía estereoscópica y biplanar del tejido nervioso (1918) y Démonstrations photographiques de quelques phénomènes de la régénération des nerfs (1926). En 1900 fue nombrado presidente de honor de la Real Sociedad Fotográfica.
La mayoría de sus fotografías pertenecen a muchos de sus experimentos con animales. Hay escenas costumbristas y retratos y no pocos posados, muchos tomados en su estudio de la calle del Príncipe, en pleno centro, a un paso de las decenas de casas de lenocinio. Todo aquel legado de miles placas de vidrio se halla en el fondo del Instituto Cajal. ¿Existen esas imágenes de prostitutas?, ¿existieron en algún momento?, ¿desaparecieron tras su muerte? Ramón y Cajal, según estos testimonios, se movía con familiaridad en los prostíbulos. Las prostitutas incluso desfilaban por su estudio, lo que según sus familiares alimentó el «malentendido» de un científico habitual de los prostíbulos. En su día, su nieto, Santiago Ramón y Cajal Junquera, respondió así a la polémica: «¿Putañero? Son cosas que han escrito Umbral y otros y que hace gracia. Mi bisabuelo montó un estudio de fotografía en la Calle del Príncipe y decían que allí llevaba mujeres de todo tipo; de ahí nace parte del equívoco». De él se dice que era hogareño y que, respecto a las mujeres, apoyó a Emilia Pardo Bazán en su pretensión de entrar en la Academia. Si apoyamos el relato de Calvo y Umbral, numerosas mujeres desfilaron ante él para ser fotografiadas, pero a día de hoy no sabemos del paradero de esos preciados archivos. No lo sabemos y puede que nunca lo sepamos.
«Las imágenes de prostitutas, al menos como retratos, no abundan en nuestros fondos. Son un valioso material para entender aquella España»
Las imágenes de prostitutas, al menos como retratos, no abundan en nuestros fondos. Son un valioso material para entender aquella España. Son un rara avis que, al mismo tiempo, reflejaría cómo era la vida del pueblo. Para dar con algunos de estos retratos hay que indagar muchos y acudir a fichas policiales. Allí posan serias, en ocasiones con rostros muy tristes. Muchas son adolescentes, el vivo retrato de la miseria de aquella España.
Cajal, en esto no hay duda alguna, era machista, muy machista. Lo atestiguan numerosos pasajes de sus escritos, así como en un libro escrito por la feminista y pensadora Margarita Nelken: «La mujer es más feliz que el hombre: vive más, no tiene cuidados, descansa en la fe, no ha leído a Kant, ni a Darwin, ni a Krause, ni a Schopenhauer, y mira su muerte como una resurrección. Luego es más lista que nosotros, cuya curiosidad fisiológica y científica nos hace desdichados». O esta otra confesión: «La mujer solo nos hace felices en el noviazgo, antes de conocer prácticamente el amor y sus desdichadas consecuencias; porque la realidad mata la ilusión y con ella la felicidad… La mujer se casa por estar bien o mejor; el hombre por satisfacer sus instintos sexuales… A la mujer no le cuesta trabajo ser fiel; pero, por si acaso aliméntala y vístela bien. La virtud y la hermosura no deben ponerse a pruebas demasiado duras». Para Cajal, la mujer ideal es la «señorita hacendosa» y la «esposa modesta». Parece, y así, que está hablando de sí mismo, puesto que, a partir de esta mujer sin valor, «el esposo, libre de inquietudes, pueda ocuparse en lo grande, esto es en la generación y crianza de sus queridos descubrimientos».