Entre ranas y dioses: una lección de fisionomía
/En palabras del escritor, filósofo y teólogo protestante Johann Caspar Lavater, las ranas son «la encarnación tumefacta de una bestialidad repugnante, maléfica y satánica». Los grabados de Christian von Mechel, plasman las ideas del fisonomista suizo en color y movimiento, casi a razón de veinticuatro fotogramas por segundo, detallando la metamorfosis del anfibio en el dios Apolo, epítome de la belleza clásica.
La tesis partía de la creencia de que el verdadero carácter y la moralidad de una criatura se pueden discernir a partir de sus "rasgos faciales" y mediante el análisis de sus siluetas. Empujado por su admiración a Herodoto, Lavater dedicó los cuatro volúmenes de su Physiognomische Fragmente (1775– 1778) a demostrar científicamente el concepto de kalokagathia, con el que los antiguos griegos afirmaban que la belleza de algo reflejaba también su bondad y valor.
Aunque las ilustraciones que acompañan este artículo no aparecieron en la edición alemana original del tratado de Lavater, se contempló incluirlas como apéndice de la francesa. Según parece, la idea para la secuencia de anfibios le rondaba desde 1777, a juzgar por un grabado en cobre (probablemente obra del propio Lavater) encontrado entre su colección, pero no fue hasta la década de 1790 que las planchas estuvieron listas para su publicación. Lavater encargó las ilustraciones definitivas a Mechel en 1795, basándose en su boceto anterior, pero finalmente no quedó satisfecho con el trabajo (y el precio) de Mechel y los desechó.
Las divisiones taxonómicas de Lavater, rígidas e inmutables, entre seres humanos y animales, presagiaron posteriores corrientes paracientíficas como la frenología
Lavater no vivió lo suficiente para ver completada su obra, publicada en su versión definitiva a comienzos del siglo XIX: primero en una colección de escritos inéditos de 1802 , y más tarde en el tan esperado cuarto volumen francés que vio la luz el año siguiente. En ambas versiones vemos representaciones de líneas simples, mucho más cercanas al grabado de 1777 que a la interpretación de Mechel. El motivo de la rana y el dios Apolo también aparece en imágenes adicionales sin acreditar, como la serie de veinticuatro acuarelas de pequeño formato de un dibujante anónimo que se encuentra en la Österreichische Nationalbibliothek, y otras tantas pertencientes al archivo personal de Lavater, entre más de 22.000 retratos.
A simple vista, la secuencia del ser humano emergiendo del animal parece anticipar las teorías darwinianas de la evolución, por más que Lavater fuera un predicador protestante fervientemente hostil al pensamiento de la Ilustración y a cualquier hipótesis que sugiriera un continuo entre el animal y el humano. Sin embargo, Charles Darwin era un gran conocedor del trabajo de Lavater, por lo que no resulta descabellado aventurar que la analogía visual de aquellos grabados ejerciera en él cierta influencia.
Pero las divisiones taxonómicas de Lavater, rígidas e inmutables, entre seres humanos y animales, presagiaron posteriores corrientes paracientíficas como la frenología, que contemplaba la determinación del carácter y los rasgos de la personalidad, así como las tendencias criminales, basándose en la forma del cráneo, cabeza y facciones. En sus escritos, el ángulo del cuello corresponde a la sinceridad; el mentón a la sensualidad; y los labios a una mezcla de ira, amor u odio. Las fosas nasales pequeñas denotan timidez y el puente de la nariz se analiza en términos de mansedumbre y fuerza bruta, poniendo énfasis en el ángulo de la frente como rasgo definitorio.
Invocando la obra de Pieter Camper, un anatomista holandés dedicado al estudio de los ángulos faciales en todas las especies, Lavater explica cómo el ángulo de veinticinco grados de la cabeza de la rana aumenta aproximadamente a setenta grados en la cabeza del hombre. Lo que unido a la creencia de que «de todas las criaturas terrestres, el hombre es la más perfecta», vincula este rostro vertical a la inteligencia y el ingenio, así como a «la transición de la deformidad brutal a la belleza ideal». En un giro sorprendente, fruto del rechazo protestante ante el politeísmo clásico, Lavater también señala que los dioses y héroes de la Antigua Grecia se representan con frentes dramáticamente sobresalientes, en ángulos de hasta cien grados. Esta fisonomía extrema puede demostraría su divinidad, pero «no es naturalmente hermosa, ni verdaderamente humana».
Las ideas de Lavater son inseparables de la historia del racismo científico y los marcos emergentes de categorización racial a finales del siglo XVIII
Puede que para Lavater el hombre fuera la criatura más perfecta pero, desde luego, no todos eran iguales. Mientras la frente europea es «la más hermosa» con un promedio de ochenta grados, la china apenas alcanzaba los setenta y cinco, y un ángulo «por debajo de los setenta grados da el semblante del negro de Angola y el Calmuc; y con mayor disminución pronto pierde todo rastro de semejanza con la humanidad». Al relacionar la capacidad espiritual, intelectual o moral a las formas de las cabezas y los rostros, asumiendo como ideal su propio rostro, las ideas de Lavater son inseparables de la historia del racismo científico y los marcos emergentes de categorización racial a finales del siglo XVIII. Respaldado por la visión antropocéntrica de que las especies no humanas son repugnantes y poco inteligentes, los fisonomistas se apropiaron de las facciones del rostro para crear una jerarquía racial, clasificando a los no europeos mucho más cerca del reino de la animalidad "satánica". Como se desprende del título del ensayo que Richard T. Gray publicó en 2004, About Face: German Physiognomic Thought from Lavater to Auschwitz, la fisonomía puso en marcha un modo de perfilar y diferenciar los cuerpos humanos que desembocaría en una de las tragedias más horribles de la historia moderna.