Un sobrecogedor memento mori
/En la Inglaterra victoriana fue muy popular la «joyería de luto». Los «guardapelos», como se los conocía, eran mementos mori llevables en pulseras, broches, anillos o delicadas y bellas cajitas . William Morris, los Shelley, Lord Byron o Larra fueron algunos de los más célebres
Era portable y hasta exhibible: un broche, un anillo, un colgante o una cajita en la que se mostraba, en medio de un cuidadísimo y delicado acabado, el cabello de la persona fallecida. En la Inglaterra victoriana, con todo el aparataje sentimental y la hipersensibilidad ante la vida y la muerte, se puso de moda y usó con frecuencia la «joyería de luto», también conocida como «guardapelo»: colgantes, broches o pulseras. Eran hechas a mano y se trataba de encargos personalizados, en algunos casos de gran tamaño y, en otras ocasiones, en estuches o joyas muy pequeñas. El cabello, increíblemente resistente al paso del tiempo, era un recuerdo imborrable de la persona amada ya fallecida. No era posible reemplazarlo o ser fraudulento. Aquel que había amado a alguien reconocía rápidamente su pelo. Como recuerdo era definitivo, emocionante, único. Por esta misma razón, en vida muchos amantes intercambiaban sus mechones de pelo. Los soldados, a veces, se los llevaban a la línea del frente, evocándoles lo que dejaban atrás o les esperaba a su regreso. Contemplar aquel fetiche hacía que las distancias se diluyeran. También se usó para los animales de compañía fallecidos. En ocasiones, las mascotas también fueron inmortalizadas en mementos mori sobrecogedores.
Trabajar el cabello, en principio, no requería grandísimas habilidades. El procedimiento era el mismo que la costura o el bordado, y los estuches podían no ser excesivamente caros. Por tanto, se convirtió en un recordatorio accesible a casi todo el mundo.
Algunos personajes importantes donaron su cabello como una prueba irrefutable de su existencia y recuerdo, como William Morris, Lord Byron o Percy y Mary Shelly, entre muchos otros, todos ellos representantes del romanticismo o del socialismo utópico, pero en definitiva de una época proclive al amor loco, las aventuras y las heroicidades de leyenda. Entre los españoles se conserva un mechón de pelo de Mariano José de Larra, uno de nuestros grandes románticos. Junto a la muestra se acompañó una nota que rezaba: «Pelo de mi Mariano», pero se desconoce si se trata de su amante o su madre.