Sangre en las Ramblas: Así fueron las primeras horas de la proclamación en 1934 del «Estat Català»»
/¿Os suena? Bombas, tiroteos y detenciones. En Madrid y otras ciudades, se realizaron grandes manifestaciones por la «unidad» de España, muchas de ellas lideradas por una extrema derecha que simplemente se consideraba «patriota». La revista Crónica narró las primeras y convulsas horas tras la proclamación del Estat Català. La portada la ocupaba Greta Garbo.
A las ocho y diez minutos de la tarde del 6 de octubre, Lluís Companys apareció en el balcón de la Generalitat y proclamó la República Catalana. Los anarquistas, organizados alrededor de CNT y FAI, en medio de un levantamiento insurreccional en todo el país, no apoyaron la proclamación: «Nuestra posición no ha sufrido variante... [ya que] para el pueblo escarnecido, para los explotados, no puede haber diferencia entres los gobernantes [...] todos son iguales en la persecución del proletariado, todos son fascistas cuando de defender los privilegios se trata. [...] Todo para la CNT. Nada para los políticos», afirmaron en un comunicado. Además, estaba el hecho del odio ácrata hacia una figura como Miguel Badia, de pasado armado y conspirativo. Badia había militando en Bandera negra, sociedad secreta catalanista que había intentado asesinar al rey, por lo que fue encarcelado. Tras ser amnistiado y ya proclamada la República, se convirtió en un hombre «de orden»: llegó a ser la cabeza visible de la Comisaría General de Orden Público y desató una feroz caza contra anarcosindicalistas. Badia fue uno de los promotores del Estat Català, pero cuando llegó el golpe fascista fue asesinado por un grupo anarquista como represalia por su pasado oscuro y represor.
En Madrid y otras ciudades, se realizaron grandes manifestaciones por la «unidad» de España, muchas de ellas lideradas por una extrema derecha que simplemente se consideraba «patriota», o eso fue lo que públicamente afirmaban.
El bando de proclamación del estado de guerra en Cataluña por parte de Don Domingo Batet Mestres, general de División y del Ejército y jefe de la Cuarta División Orgánica, decía lo siguiente: «Que de conformidad con lo prevenido en decreto de esta fecha recibido a las veinte horas, queda declarado el estado de guerra en todo el territorio de la región catalana, y asumo, por tanto, el mando de la misma, estando dispuesto a mantener el orden público a todo trance, empleando al efecto cuantas medidas de rigor sean necesarias, esperando de la sensatez y cordura de los ciudadanos que no llegue a precisar su empleo, y que por parte de todos con su civismo y amor a la República, contribuirán al restablecimiento de la paz perturbada».
El gobierno de Lerroux (quien en su juventud se había caracterizado por una gran agresividad revolucionaria: «Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura [...] Luchad, matad», afirmó en un célebre manifiesto) aplastó el movimiento con extrema dureza, mucho más de lo que se pensaba, y desató una dura oleada represiva con la clausura de centros políticos y sindicales, la supresión de periódicos, la destitución de ayuntamientos y miles de detenidos.
Relato detallado de lo ocurrido en Cataluña durante las jornadas revolucionarias.
Sangre en las Ramblas. Las primeras horas del «Estat Català» de la República Federal Española.
En la carretera de San Martín, junto al paso a nivel, estaba agazapada una pareja de muchachos, con la carabina apercibida. Un auto, flameando la banderola de «Estat Catalá», se detuvo cerca de ellos.
—¡Eh, ahí va! —les dijeron—. Esto para tirar —un puñado de municiones—, y esto otro, para comer —un sándwich—. Si pasa por aquí alguno de estos tres coches de la matrícula de Madrid, haced fuego sin avisar.
Después el automóvil siguió su marcha. Los chicos se comieron el sándwich y se agazaparon aun más en la obscuridad.
Un pelotón de hombres que venía carretera adelante les echó el alto.
—¡Por Maciá! —contestó la pareja.
—¿Vosotros qué hacéis aquí?
—¡Ah! No lo sabemos. Estamos esperando desde hace diez y seis horas.
—Está bien. No os mováis. ¡La F. A. I. ha salido a la calle!
Más tarde, el pelotón bajaba por la Rambla, desierta. Era mucho más numeroso y marchaba en correcta formación. Lo componían militantes del Frente Único Nacionalista: Estat Català, Nosaltres Sois, Palestra, Unió Democrática de Cataluña, Partido Nacionalista Catalán, Partit Proletari. Al frente de ellos marchaba Badia: traje caqui, pantalón de montar, camisa de un color como de aceituna. Braceaba airosamente y miraba a los lados de reojo, sin volver la cara, angulosa y fría. De la mano derecha le colgaba una pistola ametralladora.
Cuando el pelotón llegó a la altura de la calle del Carmen, sonó el primer cañonazo. Hubo un momento de indecisión.
—¡Parece un cañonazo!
—No. Son las bombas de la F. A. I. —dijo Badia, al tiempo que apercibía la pistola.
Y siguieron adelante.
«Pero como la terrible F. A. I., el pavoroso fantasma que tenía frenéticos a los muchachos de Estat Català, no había salido de sus cuarteles, fue preciso moverse, sin esperar el ataque»
Ante el edificio del Fomento del Trabajo Nacional se agitaban los grupos febrilmente, levantando una barricada. Se oía el temblor duro de las ametralladoras próximas.
Un muchacho, con una cara de hambre que daba lástima, estaba parado en el recodo del Cine París, y sin sacarse las manos de los bolsillos decía en voz baja a todo el que se ponía a su alcance:
—Compro pistola... Compro pistola...
Como nadie le hacía caso, terminó por ponerse a arrancar adoquines igual que los demás.
De las callejuelas que rodean la plaza de Santa Ana llegaba el rumor de las descargas cerradas.
—¿Será la F. A. I.?
—No digas tonterías. Así no tira más que la tropa.
—También pueden ser los de Asalto.
—Sí, también; pero son los soldados. Ya te puedes despedir de la familia.
—¿Tenemos que estar aquí toda la noche?
—Eso debe decirlo la F. A. I.
Pero como la terrible F. A. I., el pavoroso fantasma que tenía frenéticos a los muchachos de Estat Català, no había salido de sus cuarteles, fue preciso moverse, sin esperar el ataque. Unas patrullas se subieron a las azoteas; otras marcharon por las callejas que van al mar.
En la puerta, del cine quedó un pelotón de escamots soñolientos, con carabina.
Poco después llegó un agente de enlace, en un auto con la banderita estrellada:
—¡Cuidado! ¡La F. A. I. está haciendo de las suyas! Carretera de Sarriá adelante. Un auto. Otro. Otro. Una veintena de hombres apretujados en los coches, sin saber dónde meter los fusiles. Poco antes de llegar al apeadero de las Tres Torres, sombras en el camino.
—¡Alto! ¿Quién vive?
—¡Por Maciá!
—¡Qué Maciá ni qué ocho cuartos! ¡Bajen ustedes! —Nos han dicho que la F. A. I. quería apoderarse de la Radio...
Los guardias civiles les miraron un momento. Luego ordenaron:
—Echar por aquí, muchachos.
Y se los llevaron detenidos.
Los reflectores de la Exposición barrían las carreteras. Cerca de la plaza de España enfocaron a un camión cargado con gente armada. Cuando señalaron pu presencia, los faros quedaron petrificados en el camino.
De la cuneta saltaron unos guardias civiles.
—¡Alto!
—¡Eip! ¡Eip! ¡Que nosotros somos rabassaires! —¡Ah! ¿Sois rabassaires? Bueno, pues echar para adelante. Pero no por aquí. Por aquí, al cuartel.
«Se ultimaban los preparativos de defensa y se distribuían estratégicamente los individuos de la Policía urbana del Cuerpo de guardia y los Mozos de Escuadra enviados por la Generalidad»
Sesión en el Ayuntamiento —La voz de la Lliga —Una cena interrumpida — Tiroteo en la plaza de la República.
Antes de que sucedieran estos episodios, el Ayuntamiento circuló una convocatoria urgente a los concejales para que acudieran a sesión extraordinaria que se había de celebrar la misma noche.
Se presentaron, en efecto, algunos concejales de la Lliga, que unidos a los de Izquierda que ya estaban en la Casa, se constituyeron en sesión permanente. Entre tanto, se ultimaban los preparativos de defensa y se distribuían estratégicamente los individuos de la Policía Urbana del Cuerpo de guardia y los Mozos de Escuadra enviados por la Generalidad.
Después de que el presidente de la Asamblea, señor Eseofet, declaró abierta la sesión, el secretario leyó la siguiente proposición de la mayoría:
«Los consejeros municipales que suscriben, ante la proclamación del Estado Catalán de la República Federal Española, fíeles a los ideales que han servido fielmente toda la vida, proponen al Pleno municipal que acuerde su firme y decidida adhesión al Gobierno de Cataluña»
Firmaron casi todos los concejales de la coalición, y el señor Pi y Suñer defendió la proposición, anunciando que la mayoría votaría a favor.
El señor Durán y Ventosa, en nombre de la Lliga, advirtió que suponía que los dirigentes habían estudiado las ventajas e inconvenientes que tal decisión podía acarrear, y, por tanto, la responsabilidad era para ellos. Pero como la Lliga tiene un alto concepto del catalanismo y considera equivocado el procedimiento que se sigue, sin querer entrar en polémica, no puede votar la proposición.
Sin embargo, la votación nominal dio veintidós votos a favor y ocho en contra.
El señor Codó propuso que el Ayuntamiento visitase al Gobierno de la Generalidad. El concejal señor Bemadas dio un viva a Cataluña, y se levantó la sesión.
A la misma hora, las once menos cuarto aproximadamente, el Consejo de la Generalidad, que se hallaba reunido en el departamento de Sanidad y Asistencia Social, o sea, en la sala contigua al salón de sesiones de la antigua Diputación Provincial, se dirigía a cenar a la Presidencia, cuando se oyó una descarga en la plaza de la República.
El grupo —que lo formaban el presidente de la Generalidad: el presidente del Parlamento, señor Casanovas, y los diputados señores Casanellas, Xirau y Tarradellas del P. N. R. E.; el señor Tauler de la Esquerra; el señor Ruiz Ponseti socialista y el señor Comas, ex diputado del P. N. R. E. —se detuvo un momento. Inmediatamente oyeron otra descarga, seguida de un intenso fuego de ametralladoras.
—¿Qué ha pasado?
Lo supieron enseguida.
Una batería del Regimiento de Artillería de Montaña y una compañía de Infantería del Regimiento número 10 subieron por la Vía Layetana y se detuvieron en la calle de Jaime I, en disposición de ocupar la plaza de la República. El comandante Pérez Farras, que estaba a la puerta del Palacio, se adelantó hasta las fuerzas y preguntó al oficial que la mandaba:
—¿Dónde va?
—A ocupar la plaza de la República.
—Pues lo siento; pero tengo orden del presidente de la Generalidad de no dejaros avanzar.
—Avanzaremos, de todas formas.
—Si este es vuestro propósito, veremos quién puede más.
—¡Viva la República! —gritó el jefe de las fuerzas militares.
—¡Viva la República Federal Española! —replicó Pérez Farrás.
Y empezó el tiroteo, que había de durar toda la noche.
Los soldados se parapetaron en la calle de Jaime I y en la plaza del Ángel.
En la Generalidad disparaban los Mozos de Escuadra distribuidos por todos los pisos, y los paisanos desde las azoteas.
Ante el C. A. D. C. I. —Se extiende el tiroteo —Barricadas en el Barrio Viejo. Sangre en las Ramblas.
Rambla de Santa Mónica arriba, marchaba una compañía de Infantería, con bandera, banda, escuadra y música. Al llegar ante el edificio que ocupaba la sucursal del Banco de España, la compañía hizo alto, tambores, trompetas. El jefe de la fuerza empezó la lectura:
—Bando: Don Domingo Batet y Mestres...
En este momento sonó una descarga que derribó a tres hombres.
El capitán, no obstante, terminó la proclamación del estado de guerra y comunicó a la Comandancia lo que había sucedido.
—¿Dónde están ustedes? —preguntaron.
—Junto al C. A. D. C. I.
—¿Pueden seguir adelante?
—Sí, pero con bajas.
—En este caso, esperen.
«En la Rambla, junto a las primeras farolas, hay unos regueros de sangre que se prolongan hasta la plaza de Cataluña...»
Algunos momentos después, desde el cuartel de Atarazanas, que está casi frente por frente al Centro de Dependientes, se contestó al tiroteo con fuego de cañón. La pieza estaba emplazada en uno de los tejados del edificio, y por consiguiente dominaba en tiro directo al C. A. D. C. I.
Fueron los primeros momentos realmente dramáticos. Seis, ocho, diez granadas hicieron blanco en los balcones del Casal, en la puerta de la calle, en la fachada. Los defensores, que llevaban sin salir del Centro desde el miércoles anterior, no opusieron una resistencia tenaz. Algunos cayeron heridos. Dos o tres murieron. Entre éstos, Jaime Compte, del «Grupo Garraf», que manejaba a la vez dos pistolas ametralladoras.
El tiroteo se fue extendiendo. Subió por la Vía Layetana y Fontanella, hasta Teléfonos; se deslizó por el Paseo de Colón, hasta Correos y hasta Gobernación; por el Ensanche, por el casco antiguo... La tropa se desparramaba, continuamente hostilizada, por toda la ciudad. Disparaba desde las puertas, desde detrás de las columnas de anuncios, desde los parapetos. La llegada de los militares era imponente. Se los veía perfectamente, bajo la luz lechosa de las farolas, avanzar encorvados. Luego se detenían un momento, sonaba el silbato del oficial e instantáneamente la detonación brutal de la descarga cerrada.
«Una visión alucinante, para no olvidarla nunca, es la horizontal luminosa que va trazando la ametralladora, vista de frente, cuando dispara en abanico»
La calle de Salmerón, frente a la Rambla del Prat, estaba interceptada por los adoquines levantados y la tierra apisonada. En las esquinas de la Avenida de la Puerta del Ángel, en las calles de Durán y Bas, Cucurulla. Archs y Canuda, las barricadas estaban dispuestas de tal forma que no dejaban maniobrar a la tropa.
El tiroteo en estos lugares era incesante. Y resultaba imposible saber quién disparaba, porque estos callejones impedían el fuego metódico de las descargas. De todas las bocacalles, de las azoteas, de detrás de los autos requisados, salían tiros. Una visión alucinante, para no olvidarla nunca, es la horizontal luminosa que va trazando la ametralladora, vista de frente, cuando dispara en abanico.
Saltan los cascotes y la tierra, se seca la boca, se duerme el hombro de los culatazos, queman las pistolas, huele irresistiblemente a pólvora. Lo que se libra en las calles de Barcelona es una verdadera batalla. No se ven más que soldados y fogonazos, los autos de enlace, por las calles anchas, y los coches de la Cruz Roja, que galopan en dirección al Clínico. En la Rambla, junto a las primeras farolas, hay unos regueros de sangre que se prolongan hasta la plaza de Cataluña...