Semente de Cthulhu: nacionalismo y horror cósmico en las Rías Baixas
/Hace veintidós años unos cineastas norteamericanos fondearon en el pueblo pontevedrés de Combarro en busca de localizaciones para un largometraje de bajo presupuesto. El director Stuart Gordon se mostraba exultante durante una entrevista: «Cuando por fin supe que “Dagon: la secta del mar” se podía rodar en Galicia, surgieron muchas ideas nuevas. La historia se fue transformando, influenciada por el paisaje, el clima y el pulpo gallego. Las leyendas de esta tierra son tan maravillosas que podría pasar el resto de mi vida haciendo cine sobre ellas».
Stuart Gordon y su productor Brian Yuzna llevaban una década planeando su adaptación de La sombra sobre Innsmouth (1936) de H. P. Lovecraft. Una narración de apenas sesenta páginas sobre el espantoso descubrimiento de una raza degenerada de hombres peces en las costas de Massachussets. Tuvieron que esperar a que un empresario barbudo y risueño de A Fonsagrada consiguiera reunir el dinero. Para quién no esté familiarizado con su trayectoria profesional, baste señalar que Julio Fernández es al cine fantástico nacional lo que Amancio Ortega a la industria textil. Un emprendedor a la vieja usanza, capaz de abandonar su Cerexido natal, con una mano delante y otra detrás, y alcanzar la cima del audiovisual patrio como presidente del grupo Filmax. De su alianza con Yuzna surgió la Fantastic Factory, un sello que rentabilizó sus bajos presupuestos rodando en inglés, con la vista puesta en el mercado internacional, y que serviría de trampolín a la exitosa franquicia de REC (2007-2014). La incorporación de Fernández como productor ejecutivo obligó a que la acción de la película se desarrollase en tierras gallegas, permitiendo así reducir costes y beneficiarse de las subvenciones del gobierno autonómico. Sin pretenderlo, la decisión acarrearía una serie de fascinantes relecturas sobre el universo mitológico de Lovecraft que lo vinculan colateralmente –y tal vez para siempre– con el imaginario colectivo del pueblo gallego.
Ya en el siglo XVII, Bartolomé de Molina nos advertía del origen ictiófilo del linaje de los Mariños en la Cuarta Parte de su Descripción del Reino de Galicia, relatándonos cómo un hidalgo ourensano pescó a una sirena en Lobeira y, fascinado por su belleza, cuidó de ella hasta que se le desprendieron las escamas y pudo tomarla por esposa. A renglón seguido, el licenciado Molina desestimaba la versión popular por considerarla «un simple cuento» y justificaba el patronímico en virtud de un matrimonio de conveniencia entre una aristócrata local y un noble de allende los mares: «porque la verdad es que vienen de un extranjero que llegó del mar y el Rey esposó con una noble mujer, de los cuales vienen estos Mariños. Y así se llaman, por haber llegado del mar y portan en su escudo las olas azules».
Para encontrar el punto de partida de esta leyenda, debemos viajar hasta la isla de Sálvora, en la bocana de la ría de Arousa, donde una sirena de piedra saluda a los navegantes conmemorando el origen de tan antiguo e ilustre apellido. Tal y como reza la inscripción: «La sirena de Sálvora tuvo amores con un caballero romano naufragado en esta isla. Nació un niño que se llamó Mariño». Cuentan que el pequeño heredó la mirada de su madre y, desde entonces, el clan de los Mariño debe renunciar a los retoños que nazcan con los ojos azules, entregándolos al mar como tributo a la sirena. Gonzalo Torrente Ballester actualizó el mito en El cuento de la sirena, fabulando sobre las misteriosas circunstancias que rodearon la desaparición de su amigo Alfonso Mariño, a quien su madre había enviado a estudiar a Cuenca por cumplir el fatal requisito. Bajo el influjo de cierto atavismo acuático y subyugado por la superstición familiar, el joven regresará a Vilaxúan para perderse en un banco de niebla tras los pasos de una misteriosa desconocida.
Sea como sea, las fantasías de los antiguos genealogistas dejaron su huella en el escudo familiar de quienes fueran dueños del pazo de Sobrán, grandes de Galicia y herederos del Abismo. Pues la sirena, pieza importante de los bestiarios medievales, suele representar el deseo que nos lleva a la autodestrucción, acaso por la imposibilidad de consumarse. Tal era el anhelo de Alfonso y el de su homólogo Castelao, quien propuso utilizarla como emblema de una Nova Galiza de campesinos y marineros, bajo el lema «antes muertos que esclavos».
Las fantasías de los antiguos genealogistas dejaron su huella en el escudo familiar de quienes fueran dueños del pazo de Sobrán, grandes de Galicia y herederos del Abismo.
La película homenajea a la población pontevedresa que acogió su rodaje a través del personaje del capitán Orfeo Combarro (Alfredo Villa), un trasunto del Obden Marsh creado por Lovecraft, que persuade a sus vecinos para renunciar a la fe católica y fundar la Orden Esotérica de Dagon. La apostasía surte efecto inmediato y trae la prosperidad al pueblo: el mar vuelve a rebosar pescado y las playas parecen sembradas de valiosas piezas de orfebrería pagana. En pago al único dios que parece dispuesto a escuchar sus plegarias, la turba irrumpe violentamente en la iglesia del pueblo con la intención de profanarla y asesinar al párroco a martillazos. Según Gordon, «la gente de Combarro era muy devota y nos preocupaba encontrar hombres dispuestos a mancillar altares y apedrear imágenes sagradas. Pero durante el rodaje parecían encantados de pisotear a la Virgen. ¡Incluso pidieron repetirlo con el atrezo de repuesto!».
La secuencia deviene catártica al invitarnos a rememorar la quema de iglesias durante la Guerra Civil por parte de los defensores de la República, socialistas y comunistas, en represalia por el apoyo de las autoridades católicas al golpe de estado de Franco. Aunque como director Gordon nunca se ha caracterizado por su sutileza, la sombra de la posguerra planea metafóricamente sobre todo el metraje. Se perfila en la atmósfera decrépita de las localizaciones y sus vestigios góticos; pero sobre todo en la monstruosidad, endogámica y caciquil, del personaje de Uxía Combarro (Macarena Gómez). En la historia original, se nos describía a una de las hijas de Marsh como «verdaderamente horrible. Según se decía, parecía un reptil. Iba siempre ataviada con una gran cantidad de joyas fantásticas; hasta llevaba una tiara del mismo estilo que la del museo». Pudiera tratarse de la mismísima Carmen Polo de Franco, conocida popularmente como “la Collares” por su afición a la bisutería que nunca pagaba.
«Parecía un reptil. Iba siempre ataviada con una gran cantidad de joyas fantásticas; hasta llevaba una tiara del mismo estilo que la del museo»
La esposa del dictador impuso en la corte franquista la peineta y la mantilla, ese ornamento mudo y lúgubre, a imagen y semejanza de aquella España pesimista y degradada que Solana y Zuloaga plasmaron magistralmente en sus lienzos. Es por eso que la irónica aparición de Uxía en silla de ruedas, ataviada con la carpetovetónica parafernalia, nos recuerda las comparecencias oficiales de la Suma Sacerdotisa del Pardo. Pero la nieta del capitán Combarro no se engalana como los Borbones para asistir a una corrida de toros; más bien, como María Dolores de Cospedal en la celebración toledana del Corpus Christi, adopta el dress code para su particular misa de doce.
Sentados estos precedentes, la conversación que mantienen Paul (Ezra Godden) y su novia Barbara (Raquel Meroño) al comienzo de la película se revela de vital importancia. Nuestro héroe es un hijo de emigrantes que ha de cruzar el charco para encontrarse a sí mismo. En contra de su voluntad, Paul se embarca en un viaje existencialista y simbólicamente circular (al estilo del emprendido por Adrián Solovio, el protagonista de Arredor de sí de Otero Pedrayo) que le obliga a reconciliarse con sus raíces. La parábola del hijo pródigo que vuelve a casa de los Mariños para enfrentarse con un destino que, en sus sueños, adopta la forma de otra sirena. Y «todo sueño es un deseo», como nos confirma Uxía.
Desde su accidentada llegada al puerto de Imboca, Paul muestra su desprecio hacia una sociedad que considera rural y atrasada. La traducción literal del topónimo de Innsmouth invoca un núcleo social cerrado y aislado: «Las casas de la aldea, extendidas, forman un grupo natural de pocos habitantes, llamado “lugar” —escribió Castelao en Sempre en Galiza— Los “lugares”, extendidos, componen un agrupamiento que se llama “parroquia”. Esta entidad es el antiguo clan de los celtas». Un foco arcaico e irreductible, que el guion de Dennis Paoli sitúa a cincuenta kilómetros de Santiago de Compostela, sin necesidad de internet, policía o cobertura médica. La condescendencia, disfrazada de nerviosismo, con la que Paul se dirige al cura (Ferrán Lahoz) es la de un señorito insolente que no se fía de las autoridades locales, pronuncia Sanjenjo en lugar de Sanxenxo y no se desprende de su sudadera de la Universidad de Miskatonik ni debajo del agua.
«El gallego es lo que nos da derecho a la entera posesión de la tierra en la que hemos nacido, que nos dice que somos un pueblo distinto, en tanto que una lengua distinta acusa distinta nacionalidad»
Tal vez por eso a Stuart Gordon le preocupaba que la Xunta de Galicia no aprobase el guion definitivo: «estaba un poco nervioso, porque en nuestra película les pasan cosas un poco extrañas a los turistas. A los extranjeros que visitamos Galicia nos enamoran sus tradiciones, sus leyendas y las meigas… Así que me alegra que desde la Xunta supieran ver eso. La única corrección que hicieron fue donde me refería al gallego como dialecto, anotando que era una lengua». Por lo que se deduce de sus declaraciones, el cineasta norteamericano prefirió pasar de puntillas sobre la cuestión lingüística pero, en cualquier caso, los Profundos se expresan en gallego y no el inglés o castellano; lo que no deja de resultar sospechoso, teniendo en cuenta que en la película conviven los tres idiomas.
El gran Paco Rabal falleció antes del estreno de la película en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges de 2001. Al menos, reconforta escucharle pronunciar con su voz cavernosa «¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu fhtagn!» y cantar A Rianxeira botella en mano; pero desde la Xunta acusaron una miopía política clamorosa al obviar uno de los “hechos diferenciales” que definían a los nativos de Innsmouth: «Decía que hablaban en un idioma extranjero, pero lo peor era una voz extraña que hablaba de cuando en cuando. Le sonaba tan poco humana —como un chapoteo, decía él— que no se atrevió ni a desnudarse para meterse en la cama».
Los Profundos poseen unos rasgos extraños pero característicos, se expresan en su propia lengua, recelan de los forasteros y se rigen por tradiciones ancestrales.
Para Manuel Murguía, impulsor del Rexurdimento galego del siglo XIX, «el gallego es lo que nos da derecho a la entera posesión de la tierra en la que hemos nacido, que nos dice que somos un pueblo distinto, en tanto que una lengua distinta acusa distinta nacionalidad». No olvidemos que, al contrario de lo que ocurre en la mayoría de los relatos de Lovecraft, las criaturas de La sombra sobre Innsmouth no son de origen extraterrestre, sino que pertenecen a la Tierra; o mejor dicho, a los mares que cubren las tres cuartas partes de nuestro planeta. Poseen unos rasgos extraños pero característicos, se expresan en su propia lengua, recelan de los forasteros y se rigen por tradiciones ancestrales. «Pero lo único que hay en el fondo de la actitud de la gente es un simple prejuicio racial… y no lo censuro —escribió Lovecraft—Siento aversión por la gente de Innsmouth y no me gustaría ir a ese pueblo por nada del mundo». Partiendo de conceptos similares para definir la identidad vasca, Sabino Arana (1865-1903) fundador del Partido Nacionalista Vasco, sostuvo que al mezclar «vuestra sangre con la española o maketa, os habéis hermanado o confundido con la raza más vil y despreciable de Europa».
Si supiéramos de dónde venimos haríamos como Arthur Jermyn, que empapó sus ropas de petróleo y se prendió fuego una noche al descubrir horrorizado que aquella simia blanca momificada había sido su tatarabuela. Del mismo modo, la neurosis genética de Lovecraft se materializa a través de la incestuosa saga de los Combarro: «Eres mi hermano y serás mi amante —nos revela Uxía— Tuvimos madres diferentes, pero un mismo padre. Somos los hijos de Dagon». Mitad sirena y mitad cefalópodo, el personaje reúne las características básicas del correlato mitológico galaico y, en ese sentido, el debut cinematográfico de Macarena Gómez solo puede calificarse de hallazgo. En palabras de Gordon «es una actriz excelente que combina inocencia y maldad y, gracias a sus comienzos como bailarina, en las secuencias submarinas se movía como pez en el agua». Su rostro mórbido y anguloso —extraña mezcla entre Barbara Steele y Patty Shepard— le confiere un plus de magnetismo sexual a su repelente naturaleza anfibia: «Pronto nos iremos a un hermoso lugar. Te olvidarás de tu mundo y de tus amigos. No existirá más el tiempo. No habrá fin, ni hoy, ni ayer, ni mañana... Sólos por siempre, sin fin».
A modo de conclusión, el historiados francés Jules Michelet ya apuntaba en el siglo XIX que «el agua, para todo ser terrestre, es el elemento irrespirable, el elemento de la asfixia. Barrera fatal, eterna, que separa los dos mundos irremediablemente. No deberíamos extrañarnos de que la enorme masa de agua que llamamos mar, desconocida y tenebrosa en su profundo espesor, siempre apareciera como algo temible en la imaginación humana». Cuando Paul respira por primera vez, las branquias de su costado lloran sangre como si fueran estigmas y trasciende su humanidad en un sentido místico, ocupando su lugar a la diestra de Dios Padre en su reino submarino. También del costado abierto de Cristo brotaron sangre y agua en representación de los sacramentos (Lucas, 19:34). Así pues, «nos sumergiremos en los negros abismos (…) y allí, en compañía de los Profundos, viviremos por siempre en un mundo de maravilla y de gloria».
-Palabra de Lovecraft.
-¡Te adoramos, Dagon!
-Hijos míos, podéis ir en Paz.