Siguiendo el rastro del Camino Rojo
/«Recuerdo que ayer me dijiste que el espíritu tenía el rostro del capitalismo americano —le preguntó Allen Ginsberg a su amigo William Burroughs—, del mismo Rockefeller y la CIA». «Sí, sí...», respondió rápidamente Burroughs, a lo que su colega añadió los nombres de J .P. Morgan y la ITT. «Sin duda, tenía el aspecto de todos ellos y particularmente de William Randolph Hearst», puntualizó. «Hearst... el hombre de la palabra, el primer manipulador de la imagen», concluyó Ginsberg. El mes era marzo y el año 1992. Ambos, el día anterior, habían vivido una experiencia que jamás olvidarían. Burroughs y Ginsberg, la pareja de inseparables amigos, dos amores imposibles, el recuerdo de una generación a punto de esfumarse, habían visto el rostro de un espíritu maligno, el más horrible de todos.
Se trataba de un parásito aparentemente invisible. Sin embargo, podían lograr verlo y hacerlo visible si se le invocaba correctamente y conseguían hacerlo salir de su mundo. Fue Burroughs quien tuvo aquella idea. Desde que en 1951 había perdido a su mujer, Joan Vollmer, en medio de una desgraciada noche en que ambos decidieron jugar a Guillermo Tell (Burroughs tenía el arma, mientras Vollmer colocaba un vaso sobre su cabeza), el escritor y gurú de varias generaciones de escritores y músicos, artistas y rebeldes, aseguró que había sido un espíritu el culpable de aquello. Incluso le puso un nombre: Espíritu Feo.
No fue la única ocasión en que este espíritu ejerció su poder en la vida de Burroughs. En varias ocasiones, tal y como confesó en varios de sus escritos y entrevistas, emergió desde su lejano reino. Tenía que terminar con aquello, acabar con él. En 1992, un cansado Burroughs decidió que no quería abandonar este mundo sin ver su rostro y, de este modo, arrebatarle el poder. Pensó en un ritual chamánico, una invocación poderosa. Decidido a hacerlo, habló con Ginsberg, quien aceptó estar a su lado. Sin embargo, necesitaban lo más importante: un intermediario y evocador, alguien que lograse hacerlo visible. Para ello recurrieron a Melvin Betsellie, un viejo y experimentadísimo chamán de la tribu navajo sobre el que se contaban numerosas historias. Todas coincidían en su sabiduría y fortaleza. Definitivamente, Betsellie era su hombre.
El ritual, organizado por Lyon, un profesor de antropología que tenía contactos con los indios sioux, y para ello ofreció su casa, se realizó siguiendo sus estrictas órdenes. Tras sumarse Burroughs a sus plegarias y cánticos, el brujo colocó varias piedras ardiendo en el interior de un círculo pintado en el suelo, algunas de las cuales cubrió con agua y su contacto produjo vapor que inmediatamente llenó la habitación. En un momento dado, introdujo una piedra en su boca e hizo lo mismo con la de Burroughs. Ninguno sintió dolor. «Observábamos todo completamente horrorizados —confesó después Steven Lowe, uno de los testigos—. Veíamos su rostro con la boca abierta y dentro de esta una piedra candente. Era aterrador».
El resultado fue terrorífico y liberador al mismo tiempo. Betsellie, que luego le confesó a Burroughs que había sido un combate durísimo, logró hacerlo salir. El Espíritu Feo, según afirmó, resultó ser poderosísimo.
Era el final de un viaje.
Quisimos saber algo más de aquel brujo, cuyo rastro es todo un enigma. Intentar dar con información sobre él resulta imposible. ¿Seguiría vivo aquel misterioso hombre? En internet no habitan ese tipo de hombres. Así que comenzamos a investigar indagando en los rituales realizados por él. Lo primero que averiguamos es que se trata del llamado «Camino Rojo», un concepto panindígena norteamericano compartido por las tribus de las praderas, del bosque, de las montañas y del desierto. Cualquiera puede practicarlo. La filosofía del Camino Rojo, según el indio lakota Woableza, es aplicable a cualquier ser de la «raza de los cinco dedos». El lugar para ello es la propia naturaleza, convertida en el verdadero templo. En la actualidad, Betsellie, bajito y carismático (en una de las escasísimas fotografías que hay de él podemos verlo, en compañía de varios practicantes, fuera de una tienda tipi), cuenta con muchos seguidores, que lo consideran un poderoso brujo y un sabio hechicero capaz de abrir infinidad de puertas. Lo logra en medio de lo que llaman, tanto él como sus seguidores, la «Búsqueda de la Visión», uno de los rituales indios más antiguos que se conocen y conservan.
Hemos tenido la oportunidad de conocer algo más de este sorprendente hechicero gracias a Verónica Dinora Reyes, una de sus seguidoras y practicante del Camino Rojo, que habló con Agente Provocador desde México, donde vive. «Nada o muy poco encontrarás sobre él si buscas en Internet —nos advirtió inmediatamente—, porque para conocerlo hay que escucharlo, sentirlo, vivirlo. Ahora Betsellie es un «Sundance Chief» (Jefe de la Danza del Sol). Es un enérgico y duro, aunque amoroso maestro». Nos preguntamos cómo sería el ritual para alguien que, como Dinora, no es nativa. También cómo se llega hasta el punto de abrazar una filosofía genuinamente india: «Cuando di mis primeros pasos en este camino, estaba tan ansiosa de conocer todos los rituales, plantas y cantos, que dediqué un tiempo a buscar e informarme, pero muy poco fue lo que encontré. Pensé en un principio que lo llamaban Camino Rojo por el color de la piel de los nativos, pero después se me ocurrió que quizá fuese por el color de su tierra». Sin embargo, aquellos datos, la manera de nombrar el mundo y dar con las razones que ponen nombre a cada cosa, eran gestos inútiles. Es algo más intuitivo: «Hoy día lo que sé es que no tengo ni idea. Lo que he tenido que saber ha llegado a su momento. Para mí el Camino Rojo ha sido el aprendizaje, todo lo recorrido y lo vivido hasta el día de hoy».
Un día, Dinora, junto a su hermano y su cuñada, decidieron ir hasta la montaña. Habían leído que se convocaba a todo el que lo desease a una jornada de Búsqueda de la Visión. Hasta allí se fueron, en medio de la noche, concretamente al interior de un bosque donde se había levantado un pequeño campamento. Llegaron ya amaneciendo. Betsellie recibió con amabilidad a los «buscadores» (así se llama a los participantes). Y comenzó el ritual: «Cuando llegó el momento de tomar el temazcal, estuve dudosa de entrar. Sería mi primera vez, así que tomé mis cosas, vi la falda que sostenía en la mano y esperé. Pero me di la vuelta, guardé la falda en mi bolso, saqué un cigarro y me alejé lo más que pude para fumar». Aquel momento parecía no ser el suyo, pero sí el de su hermano, que se entregó al ritual. Dinora, quizá con temor, acabó marchándose: «Quería hacerlo y entrar, pero algo me decía que no era mi momento».
Aquella primera experiencia terminó en tentativa. Pero no se desanimó. Transcurrieron algunos meses hasta que Betsellie volvió a aparecer en su vida: «El jefe quiere que vengas con nosotros», le dijo su hermano. Al siguiente sábado llegó puntual (tanto ella como el resto de participantes, en la semana anterior, no deben consumir alcohol o tomar droga alguna). Dinora, sin embargo, se sentía nerviosa, asustada y con dolor de estómago. Durante el camino, otros participantes le dieron consejos y compartieron técnicas por si aquello se ponía difícil. Esta vez, entró de lleno en el ritual. Recuerda emocionada aquel momento: «Todo fluyó. Sin darme cuenta ya estaba adentro. Mi corazón latía con los tambores, las campanas y los cantos. Al salir, sentí el aire tocar mi rostro. Nunca olvidaré esa sensación. Fue como si esa fuera la primera vez. Todo parecía diferente y, efectivamente, lo era». La Búsqueda de la Visión duró cuatro días y cuatro noches, casi en completa soledad. Tras aquella experiencia tan intensa, su vida cambió. Ahora Dinora explica el Camino Rojo de una forma más íntima: «Para los nativos es una forma de vida. Para mí, es lo que hago, lo que digo, lo que pienso, lo que aprendo, lo que recorro».
Pero, ¿qué vio Dinora? ¿Fueron acaso visiones?: «¿Visiones? No, en absoluto. Yo lo llamaría conciencia. Es como si te descubrieses. Todo lo bueno y lo malo está dentro de nosotros. Las cualidades y los defectos, las fortalezas y los miedos, absolutamente todo. Entonces aprendes a que sea lo bonito que tienes dentro de ti aquello que guíe tu vida. Te vuelves consciente de todo lo que te rodea; consciente de todo lo que te da la Madre Tierra, de que un árbol no solo es un árbol, sino que está vivo y tiene un espíritu, y si lo pides con amor y respeto te da su cuerpo para que tengas leña y puedas encender un fuego y hagas un rezo». Nos despedimos de Dinora con una pregunta que no podíamos evitar hacer. «¿Ha comentado él en algún momento su experiencia con Burroughs y Ginsberg?». Su respuesta, como era de esperar, es una negativa: «Nunca lo ha mencionado. Por lo general es una persona muy reservada en ese tipo de cosas. Si le pides algo especial, como un rezo privado o alguna sanación, luego no comentara nada».
Son los pactos sagrados de los indios. Lo que se ve queda en el Círculo Mágico.