Cuando el viejo Simbad se mudó a Arizona: el legado esotérico de Sun City Girls
/La travesía de Sun City Girls discurrió en los márgenes del relato oficial, sin respetar cronológicamente la odisea vital emprendida por Alan y Richard Bishop a lo largo de tres décadas, y al capricho de una discografía tan inabarcable que altera nuestra percepción de la realidad y nos predispone en contra del orden natural de las cosas.
Jamil Salman nació en Líbano y emigró al Amazonas siendo apenas un niño para trabajar como mano de obra barata en una explotación de caucho brasileña. Regresó hecho un hombre y con suficiente dinero en los bolsillos para costear los pasajes de toda su familia a la Tierra de las Oportunidades. Sus nietos Alan y Richard Bishop crecieron en Michigan, el estado con mayor concentración de población árabe del país, donde el apellido de su abuelo materno era sinónimo de venerabilidad. el viejo Salman se erigió en albacea patrimonial de la comunidad drusa de Arizona y todos los fines de semana familiares y amigos le honraban con su visita. Los hombres se sentaban a beber café y fumar narguile y las mujeres elaboraban dulces mientras escuchaban casetes de música egipcia y libanesa.
Por la noche, los invitados se reunían en el sótano decorado con cojines, alfombras y viejos tapices, y cantaban canciones que los transportaban de vuelta al Mediterráneo. Además de ser un virtuoso del laúd, Salman dominaba el violín y el mijwiz; brújula, sextante y ancla que le permitieron fondear en aguas extrañas y mantener el timón fijo hacia su patria. Pero a oídos de sus nietos, educados en la cultura pop de los años sesenta, la travesía discurría en sentido inverso: evocaba otra fantasía muy distinta, exótica y en tecnicolor, como los fotogramas de El séptimo viaje de Simbad (Nathan H. Huran, 1958). Llamarán a su grupo Sun City Girls con el firme propósito de enmendar el curso migratorio y planear sobre la sociedad a ojo de águila, ubicando el punto de fuga en horizontes lejanos.
Alcanzada la edad adulta, experimentarán la vieja fascinación por sí mismos al zambullirse de lleno en la música de Oriente Medio con motivo de su primer viaje a Marruecos en 1984. Rick se quedará tres semanas y Alan prolongará su estancia hasta los dos meses. Cada mañana saldrán al encuentro de músicos locales con los que improvisar durante horas, y por las noches Alan recorrerá el dial de su transistor de manera aleatoria para registrar sus propios collages sonoros con la ayuda de una vieja grabadora. El secreto, asegura Alan, reside en ese balanceo que apacigua y a la par nos produce vértigo. En España, lo llamaríamos arrebato; pero el cruce de los diferentes idiomas (árabe, francés, inglés y español) captados a través de las emisoras internacionales, adquiere visos de glosolalia. Un fenómeno afín a los estados de éxtasis que se caracteriza por la pronunciación inteligible de sonidos parecidos al lenguaje y que a menudo se asocia con la xenoglosia, el “don de lenguas” bíblico; es decir, hablar fluidamente en un idioma que se desconoce. En la práctica, Alan se sirvió de la técnica del cut-up patentada por William Burroughs y Byron Gysin en los años cincuenta para ejercer de médium psicofónico en plena era de la globalización
Alan se sirvió de la técnica del cut-up patentada por William Burroughs y Byron Gysin en los años cincuenta para ejercer de médium psicofónico en plena era de la globalización
El abuelo Salman era francmasón y solía acompañar a los niños al templo. Se sentaba en el suelo, recayendo sobre su espalda el peso de las columnas del Gran Arquitecto, y se concedía a sí mismo la esperanza de un nuevo comienzo: el de una segunda generación de libaneses norteamericanos llamados a liderar una sociedad más próspera, basada en la fraternidad y el conocimiento. La Orden de Molay se asentó en Arizona a principios de los años veinte y continúa operando a través de la Fundación DeMolay desde los años setenta, anunciándose como una organización sin ánimo de lucro, para desvincularse del agravio a las sociedades secretas y poder beneficiarse de los incentivos fiscales con los que el estado recompensa su programa de actividades destinadas a la infancia. Bajo el lema «creando a los líderes del mañana, hoy», fomentan la autoestima de los menores entre 12 y 21 años haciendo de ellos mejores estudiantes, ciudadanos ejemplares y, en última instancia, futuros pilares de sus respectivas comunidades. La coartada filantrópica de esta especie de club Bilderberg para jóvenes castores es sintomática del pragmatismo neoliberal norteamericano, que confía la educación de sus numerarios a los tecnócratas del coaching.
Alan y Rick abandonaron la logia muy pronto y se propusieron aprender la lección por su cuenta: en el siglo XIII, el papa Clemente V conspiró con el rey de Francia para acusar de herejía a su padre fundador, Jacques de Molay, el último Gran Maestre de la Orden del Temple. Considerando inaceptable el peso político ostentado por los templarios y ávido de expropiarlos de sus riquezas, Felipe IV no dudó en aniquilar una orden de caballería que contaba con doscientos años de antigüedad, basándose en «presunciones e intensas sospechas». Siguiendo a pies juntillas el plan orquestado desde Aviñón, el monarca ordenó difundir un manifiesto en el que se les culpaba de idolatría, apostasía, vergonzosas prácticas sexuales y ritos abominables. En pago por sus servicios a la cristiandad, de Molay fue torturado y quemado vivo en la hoguera frente a la Catedral de Notre Dame. Cuenta la leyenda que, desde el patíbulo, emplazó a sus verdugos a rendirle cuentas a Dios en menos de un año. Y no se equivocó: el insidioso pontífice amaneció cadáver al mes siguiente y, algo más tarde, Felipe IV sufrió un derrame cerebral en plena partida de caza.
La precoz toma de contacto con la rama oriental de la masonería llevó a los hermanos Bishop a rastrear sus orígenes en el Antiguo Egipto e investigar sus correlaciones con la magia sexual de Aleister Crowley, el vudú haitiano y el Sendero de la Mano Izquierda del hinduismo tántrico. Por su condición extraoficial de Nuevo Templario de Arizona, el joven Richard se interesó por los orígenes del culto a Baphomet, dios pagano de la fertilidad y fuerza creativa de la reproducción. Desde la publicación en 1854 de Dogma y ritual de la alta magia de Eliphas Lévi, su simbología se ha visto, en gran medida, tergiversada al relacionársele con el macho cabrío de los aquelarres, a imagen y semejanza del Satanás cornudo de los católicos. Por más que, en su contexto original, Baphomet encuentre su correlato en el dios Pan de los antiguos griegos y la dualidad hinduista Shiva-Kali, con quienes comparte atributos y significado.
Viajemos al noreste de la India en busca de respuestas, concretamente a la ciudad de Guwahati, bañada por el Brahmaputra. Si enfocamos los prismáticos hacia el macizo montañoso de la vertiente occidental divisaremos el templo de Kamakhya, consagrado a la diosa Śakti. Fue construido sobre el lugar donde reposan la vagina y el vientre de la primera esposa de Shiva y continúa siendo uno de los principales centros de peregrinación. Una vez al año se celebra el Ambuwasi Puja, un festival de la fertilidad que conmemora el ciclo menstrual de la diosa; se sacrifican animales y las aguas bajan rojas, fertilizando los arrozales. También en el valle de Katmandú, las familias nepalíes llevan sus cabras al templo de Dakshinkali para que los hombres santos las decapiten de un solo tajo, esgrimiéndolas con firmeza entre sus manos cual ametralladoras que expulsan borbotones de coágulos sobre la imagen de la diosa Kali. Al mediodía, los perros lamen los drenajes de las acequias todavía rebosantes, mientras las familias dan buena cuenta de los restos del animal, muerto y santificado.
Los hermanos Bishop investigaron la magia sexual de Aleister Crowley, el vudú haitiano y el Sendero de la Mano Izquierda del hinduismo tántrico
«Tocas como el mismísimo diablo», le espetó en cierta ocasión John Fahey a Sir Richard Bishop, que acababa de publicar su primer disco en solitario, Salvador Kali (1998), a expensas del maestro y no se atrevió a contrariarle. De hecho, no volvió a pensar en ello hasta que se detuvo frente al escaparate de una pequeña tienda de Ginebra, hechizado por aquella guitarra. Una Parlor de seis cuerdas muy antigua de la que no se ha separado desde entonces y que disfruta poniéndole en aprietos sobre el escenario. Ha llegado a la conclusión de que es el propio instrumento quien guía sus dedos por el mástil y que el djinn que parece habitar en su caja es el responsable de cada cuerda que se rompe. Por eso accedió a sellar con él un pacto titulado Tanger Sessions (2015), grabado del tirón en su casa de Marruecos. En su última reencarnación junto a Ben Chasny y Chris Corsano, The Heretic’s Bargain (Drag City, 2016), invoca a Rangda, reina de los leyaks, sanguinaria y devoradora de niños; la viuda bruja, ama y señora de la magia negra de Bali.
A su hermano Alan le conocí en Santiago de Compostela. Visitó el campus stellae para actuar con su nueva banda, The Dwarfs of East Agouza, en el WOS Festival de 2017 y pude conocer de primera mano su versión de la historia. Actualmente vive en El Cairo, amparado por una deidad enana llamada Bes, venerada como defensora de todo lo bueno y enemiga de todo lo que es malo. El 26 de noviembre de 2013, veintiuna mujeres fueron encarceladas por participar en una manifestación pacífica contra Abdelfatah al Sisi en Alejandría. Según informó Amnistía Internacional veintiséis más fueron detenidas en la carretera del desierto, a las afueras de El Cairo, sobre la una de la madrugada del 27 de noviembre. Al día siguiente, la policía irrumpió violentamente en el domicilio del bloguero Alaa Abd El Fattah. A pesar de no oponer resistencia, su mujer y él fueron agredidos mientras su bebé dormía en el cuarto de al lado. El activista fue puesto inmediatamente a disposición judicial y condenado a cinco años de prisión por su presunta participación en una protesta y “agredir a un policía para robarle su walkie-talkie”. El primer disco de The Invisible Hands (2013) vio la luz pocos meses después. El título alude a la expresión árabe el ayadi el khafeyya, utilizada por la prensa egipcia para designar a la “mano negra” que manipula la vida política: la capacidad autorreguladora que Adam Smith atribuyó en el siglo XVIII al libre mercado.