Top Secret: espías, charlatanes y travestis en la II Guerra Mundial
/Uno de los espías británicos más influyentes de la Segunda Guerra Mundial fue arrestado en Madrid por travestirse. Su descuido estuvo a punto de frustrar el plan más ambicioso de Winston Churchill para frenar a las fuerzas del Eje.
En octubre de 1941, la oficina de inteligencia británica recibió una fotografía comprometedora del teniente coronel Dudley Wrangel Clarke tomada por la policía española. En ella, el máximo responsable de las operaciones encubiertas en el Mediterráneo lucía tacones altos, pintalabios, perlas y un elegante sombrero, con sus manos enfundadas en unos largos guantes de ópera reposando tímidamente sobre su regazo. Sus colegas en la cúpula de espionaje recibieron estupefactos la noticia de su detención en una céntrica calle madrileña, en primer lugar porque se suponía que Clarke debería estar de misión secreta en El Cairo. Pero sobre todo porque, a pesar del aprieto en que se encontraba, el oficial parecía sentirse cómodo, incluso despreocupado.
Según consta en los archivos policiales, Clarke se identificó ante las autoridades españolas como «Wrangal Craker», un corresponsal de The Times que había querido «estudiar las reacciones de los hombres con las mujeres en las calles» para un reportaje. En la carta dirigida a la embajada británica en Madrid que reproducimos a continuación se detalla que las circunstancias de su detención fueron, como mínimo, peculiares: «iba vestido totalmente como una mujer, llevaba sostén». La policía tampoco pasó por alto el detalle de la lencería, despachando el incidente como un «asunto homosexual» y poniendo en libertad al espía tras imponerle una multa.
Siempre le encantaron los uniformes, disfrazarse y los trajes caros y, con semejantes precedentes, resultaba complicado justificar aquel inexplicable episodio de travestismo de cara al alto mando.
El cónsul británico Alan Hillgarth expresó su preocupación por un posible escándalo diplomático al ayudante personal de Churchill, Charles «Tommy» Thompson. «Se incluyen unas fotografías del señor Dudley Wrangel Clarke como se encontraba cuando fue arrestado y después de que se le permitiera cambiarse», añadió en su carta. La fotografía de “después” muestra a Clarke con chaqueta, pantalones y pajarita. «Vista por el Primer Ministro», reza una nota garabateada en la carta enviada por Hillgarth. Desgraciadamente no existe ningún documento que recoja la reacción de Churchill, pero nos consta que la noticia se difundió rápidamente por Whitehall. «Huelga señalar el perjuicio que este lamentable episodio acarreará a nuestra credibilidad y a la de la prensa británica. Ya han comenzado a circular los chistes sobre el director de The Times disfrazado de mujer». Para evitar que el asunto cobrara dimensiones bochornosas para el Ejecutivo de Londres, se ordenó trasladar a Clarke a Gibraltar con la mayor rapidez. «Bajo ninguna circunstancia debería revelarse que Clarke es funcionario británico», señaló el subsecretario de Asuntos Exteriores, Sir Alexander Cadogans en un telegrama urgente.
Hacía tiempo que en el cuartel general muchos se preguntaban si Clarke estaba «bien de la cabeza». No en vano, una bala alemana le había seccionado la mayor parte de una de sus orejas cuando participó en el primer asalto realizado por los comandos británicos en la Francia ocupada, antes de que le destinaran a Egipto por orden expresa del general Sir Archibald Wavell, comandante en jefe en Oriente Próximo, con el fin de organizar una «sección especial de inteligencia para operaciones de engaño». Mientras su homólogo John H. Bevan supervisaba la estrategia desde el búnker fortificado del Gabinete de Guerra en Londres, Clarke tejió la red de imposturas más elaborada jamás empleada durante una confrontación bélica. Uno de sus mayores triunfos fue la llamada Operación Barclay, urdida para ocultar a los alemanes la invasión de Sicilia.
Pese a su intachable hoja de servicios prestados a la Corona, el MI6 (Sección de Inteligencia Militar) se mostraba reticente a sus excentricidades. Soltero, noctámbulo y alérgico a los niños, poseía «una imaginación ingeniosa y una memoria fotográfica» así como una afición por lo espectacular que constituía una invitación a los problemas. Con motivo del Royal Tournament de 1925, equivalente de nuestro Día de las Fuerzas Armadas, Clarke organizó un desfile en homenaje a la artillería imperial con la participación de dos elefantes, treinta y siete cañones y «los catorce nigerianos más grandes que pudo encontrar». Siempre le encantaron los uniformes, disfrazarse y los trajes caros y, con semejantes precedentes, resultaba complicado justificar aquel inexplicable episodio de travestismo de cara al alto mando. A juicio de Hillgarth, que el motivo fuera pasar desapercibido «difícilmente cuadra con el hecho de que los atuendos y los zapatos le sentaran tan bien».
«Huelga señalar el perjuicio que este lamentable episodio acarreará a nuestra credibilidad y a la de la prensa británica. Ya han comenzado a circular los chistes sobre el director de The Times disfrazado de mujer»
Para colmo de males, la inteligencia alemana buscaba indicios del espionaje británico y estaba decidida a explotar el incidente sacándolo a la luz. «Su equipaje contenía otro juego completo de ropa de mujer, un uniforme de corresponsal de guerra y un cuaderno con varios nombres de contactos en Londres. También documentación falsa y un rollo de papel higiénico extrafino que llamó particularmente la atención de la policía y fue sometido a pruebas químicas». Si lo que buscaban era descifrar mensajes ocultos en los pliegos de celulosa, conviene recordar que los servicios secretos de Su Majestad llevaban décadas experimentando con tintas invisibles para burlar al enemigo. Entre las distintas sustancias que ensayaron, el semen resultó ser una de las más efectivas al no reaccionar al vapor de yodo que se empleaba para revelarlos. En palabras del primer director del recién creado Servicio de Inteligencia Secreta británico, que con el tiempo se convertiría en la agencia MI6, el capitán Mansfield Smith-Cumming, «cada hombre es su propia pluma».
Aunque la anécdota parezca digna de un sketch de Benny Hill, lo ocurrido en Madrid no afectó a la carrera militar de Clarke. Su talento natural para convencer a los demás de que lo negro era blanco (o por lo menos, gris) le permitió retirarse con los galones intactos en reconocimiento a su extraordinaria trayectoria como «genio de la desinformación». Un buen rumor debe apelar a los deseos y sentimientos que flotan en el ambiente, es decir, contar aquello que la gente quiere escuchar. En enero de 1941, por ejemplo, Clarke orquestó la puesta en escena para su primer "ejército fantasma". A sabiendas del temor de los italianos ante un eventual ataque de los paracaidistas, se dispuso a convencerlos de que los aliados disponían de una fuerza aerotransportada lista para actuar. Para ello, filtró fotografías de supuestas maniobras de reconocimiento a los periódicos locales e incluso consiguió que un puñado de soldados con uniformes falsos se dejaran ver por los bares de Alejandría, El Cairo y Port Said. El embuste resultó tan convincente que algunos comandantes aliados llegaron a pensar que la unidad era real.
Un buen rumor debe apelar a los deseos y sentimientos que flotan en el ambiente, es decir, contar aquello que la gente quiere escuchar.
De haberse llevado a la gran pantalla, algunas de sus rocambolescas invenciones rivalizarían con las de su hermano T.E.B. Clarke, guionista de innumerables comedias para la Ealing. Los rumores sobre tiburones entrenados para devorar soldados nazis y un arma que podía prender fuego al agua en el Canal de la Mancha darían para varias novelas de Sven Hassel e Ian Fleming. Otro de sus ardides fue recurrir a los servicios del ilusionista Jasper Maskelyne para ayudar a escapar a los prisioneros de guerra camuflando toda clase de artilugios en objetos aparentemente mundanos, hacer que los camiones parecieran tanques y los tanques camiones, o que la Abwehr creyera haber hundido dos veces el mismo barco.
La campaña de propaganda iniciada por Clarke y Bevan sumó 8.000 bulos para minar la moral del III Reich y contribuyó al éxito de hazañas bélicas como el desembarco de Normandía, inclinando la balanza a favor de los aliados. Pero quizás la batalla más decisiva de la II Guerra Mundial fue la que se libró desde el territorio de la ficción, donde uno de los escritores de suspense más populares de Inglaterra llevaba años combatiendo a las fuerzas oscuras. La protagonizó un agente secreto de irresistible atractivo, temerario y despiadado creado por Dennis Wheatley. Antes de que existiera James Bond, existió Gregory Sallust.
Pero esa ya es otra historia. O si lo prefieren, otra clase de magia…