Una corrida de toros para Himmler
/El Nuevo Régimen, que tanto tenía que agradecer al nazismo por su inestimable ayuda a la hora de ganar la guerra, en octubre de 1940 recibió con todo tipo de honores a un visitante muy especial, Heinrich Himmler, jerarca nazi e implacable exterminador. Su tour, que arrancó en una fastuosa capital de España que se vistió de gala para la ocasión, incluyó visitas a Toledo, San Sebastián y Burgos, donde deseaba ver con sus ojos lo que podía resumir el ideario del nacionalsocialismo, una mezcla de esoterismo, extrañas teorías antropológicas y el deseo por dominarlo todo.
En Madrid lo recibió el ministro de Asuntos Exteriores, el fascista Serrano Suñer, quien, entre otras cosas, quería ser asesorado por los nazis para crear su policía secreta.
Nada más llegar, después de entrevistarse con el Generalísimo, fue hasta la Plaza de Las Ventas, que lo recibió con una gran ovación, para asistir a un espectáculo que le sobrecogió y emocionó, una corrida de toros, cuyo cartel (en rojo, blanco y negro, con esvástica incluida) cubrió las paredes de Madrid.
Fue un éxito. No cabía un alfiler. Allí estaba toda la gente importante del nuevo sistema. Para la ocasión, salieron a la arena seis toros de las ganaderías de Bernardo Escudero de Madrid y de Manuel Arranz de Salamanca, contando con los toreros Marcial Lalanda, Rafael Ortega «Gallito» y Pepe Luis Vázquez, que confirmaba la alternativa. El cartel indicaba que las mujeres debían acudir al evento ataviadas con el clásico mantón y la peineta española. Sin embargo, a Himmler aquello le pareció algo atávico e incivilizado. No existía, según él, nada honroso en la corrida.
No fue la única visita que le provocó un profundo malestar a Himmler. Algo parecido sintió cuando, en Barcelona, lo llevaron a visitar una checa. «Salvajes», se dice que dijo de los comunistas. En Toledo, adonde fue para visitar las ruinas de la batalla y resistencia del Alcázar, volvió a conmoverse.
Se desplazó hasta el País Vasco, que había sido sometido a base de sangre y fuego, y se interesó por los orígenes del vasco (los nazis tenían mucho interés en estudiar el linaje vasco), aunque su prioridad fue coordinar la seguridad para el famoso encuentro entre Hitler y Franco que dos días más tarde tendría lugar en Hendaya.
Luego, en Cataluña, siguiendo el misticismo del que hizo gala el nazismo, llevaron a Himmler hasta el monasterio de Montserrat, que tanto él como otros destacados dirigentes consideraban un lugar repleto de fuerzas mágicas.
Se fue en medio de la gratitud de los gerifaltes franquistas. En España, durante aquellos días, buscó sus supuestos ancestros, las raíces de «lo ario», su propia filosofía.