Valle-Inclán casamentero
/El escritor gallego, acompañado de un grupo de habituales de su tertulia, urdió un plan para que la bailarina y cantante Anita Delgado se casase con el maharajá de Kapurthala.
Ricardo Baroja, pintor y hermano de Pío, escribió en los años 30 Gentes del 98, un libro en el que recogía sus recuerdos de juventud con personajes de la bohemia española de finales del siglo XIX y principios del XX. Por ejemplo, escritores como Ramón del Valle-Inclán, Ciro Bayo, Ramiro de Maeztu, Silverio Lanza, pintores como Gutiérrez Solana o Pablo Ruiz Picasso y buscavidas de todo tipo.
En uno de sus capítulos relata la artimaña que Ramón del Valle-Inclán, acompañado del propio Baroja y otros habituales a la tertulia del escritor gallego, puso en práctica para conseguir que la bailarina y cantante Anita Delgado se casase con el maharajá de Kapurthala, después de que este quedase deslumbrado por su belleza al cruzarse con ella en un local de espectáculos de Madrid.
Según Baroja, todo comenzó «en el frontón de jugar a la pelota, cercano a la plaza del mercado del Carmen». En dicho lugar se colocaba por las noches un escenario y butacas hasta la mitad de la cancha. La otra mitad se llenaba de sillas y mesas a modo de café. Con el nombre de Kursaal, el local acogía actuaciones de Pastora Imperio, la Argentina, la Fornarina e incluso Mata Hari.
«La magnitud del local permitía que las localidades y las entradas fueran muy baratas», recordaba Baroja que también relataba que en algunas ocasiones, él y sus compañeros de tertulia, en lugar de ir a los habituales cafés, pasaban la velada en el Kursaal viendo las variedades. Entre las artistas estaban dos hermanas, Victoria y Anita Delgado, que bailaban danzas andaluzas y que aparecían en el cartel como «las hermanas Camelias».
En 1906, durante los días previos a la boda de Alfonso XII, comenzaron a llegar a Madrid los invitados al enlace. Entre ellos estaba el maharajá de Kapurthala que, para amenizar su estancia en la ciudad, decidió acudir a uno de los encuentros de pelota del frontón. Allí se cruzó por casualidad con Victoria y Anita Delgado, que salían de ensayar el número de la noche.
«El nahab quedó sorprendido ante la belleza de Anita. Envió al intérprete para que preguntara a algún dependiente del frontón quién era la encantadora muchacha. El intérprete se enteró, y fue al nahab con la noticia de que aquella preciosidad bailaba en el espectáculo nocturno que se celebraba en el mismo local», recordaba Baroja, que continuaba su relato con las siguientes palabras: «Cuando nosotros fuimos por la noche al Kursaal vimos en un palco a un caballero alto, oscuro de tez, ojos claros, bigote y luchana de negrísimo color, que se comía con la vista a la preciosa Anita».
Durante el resto de la velada, el enviado del maharajá anduvo subiendo y bajando de un palco a otro llevando y trayendo mensajes. Al día siguiente, la noticia corría por todo Madrid: El maharajá de Kapurthala quería llevarse a Anita Delgado a su país, y ofrecía por ella una enorme cantidad de dinero a sus padres. Sin embargo, los progenitores, más preocupados por el «qué dirán» que por el hecho de vender a una hija, no acababan de aceptar las ofertas que, según se contaba, eran extraordinarias. De hecho, fueron muchas las cupletistas y bailarinas que se ofrecieron al nahab para cubrir el lugar de Anita pero fueron rechazadas.
Las negociaciones continuaron hasta que «ocurrió a los pocos días el acontecimiento terrible. Mateo Morral arrojaba la bomba sobre la carroza real» y «los representantes de las cortes y delas naciones extranjeras se marcharon de Madrid, y con ellos el maharajá de Kapurtala».
La familia Delgado se quedó desolada. Sus sueños de mejorar su forma de vida se habían esfumado. Por eso, en un último intento, los padres de Anita animaron a la niña a que escribiera una carta al rico pretendiente y se la enviase a su residencia de París.
La noticia llegó a la tertulia de la mano del pintor Leandro Oroz, que estaba haciéndole un retrato a Victoria, la hermana de Anita, que advirtió que la misiva era una carta absurda, mal escrita y que seguro que no iba a surtir el efecto esperado. Sorprendidos, los miembros de la tertulia preguntaron si era posible leer la carta y Oroz, que la llevaba encima, se la leyó: «Mi cerido rey, malegraré que esté usté con la salú que yo mara mi deseo. La mia bien Adios gracias. Sabrá unté…».
Ante semejante adefesio, los congregados animaron a Valle-Inclán que escribiera una nueva carta. Según Baroja, el escritor gallego «dictó a un improvisado escribiente. Se leyó el borrador; se puso a discusión; se corrigió muy poco. Fue traducido al francés […]. El camarero trajo recado de escribir, y el mejor pendolista entre nosotros copió la misiva. Firmó, sin preocuparse de incurrir en falsificación, Anita Delgado, la Camelia. Éramos cinco los que nos encontrábamos en aquel momento en el café. Cada uno de nosotros puso una perra chica sobre la carpeta del recado de escribir».
A continuación, los cinco se marcharon a la Puerta del Sol, donde compraron un sello también pagado a escote y enviaron la carta en un buzón de la calle Carretas. Cumplida la misión alguien comentó «imaginen ustedes que ese príncipe indio se une a la Camelia y tienen un chico. Puede ser que el hijo de la española sea, con el tiempo, quien se subleve contra Inglaterra y conquiste la independencia del Indostán. sería verdadera gloria para nosotros, los cinco que acabamos de comprar el sello. ¿No les parece?».
Tres días más tarde un emisario del maharajá llegó a Madrid con un talonario «gordo como un diccionario» dispuesto a llevarse a Anita, a su hermana y a sus padres. El problema era que, ahora, los Delgado no se atrevían a ir a París porque no sabían francés. Al final se resolvió que la familia fuera acompañada por Leandro Oroz a quien, antes de marchar, Valle-Inclán le hizo una especial petición: «No olvide usted solicitar de su alteza el maharajá una condecoración con uso de uniforme para los que hemos contribuido a hacer la felicidad del pueblo kapurtalense y de su príncipe».
A pesar de lo delirante de la misma, la petición despertó la envidia de algunos de los asiduos al café que el día de escribir la misiva no se encontraban en él. Por ejemplo Gutiérrez Solana que llegó a afirmar «No vayan ustedes a ser nombrados guardianes del jarem de Kapurtala, con uso de uniforme, y se vean ustedes obligados, antes de tomar posesión, a someterse acierto tratamiento».
Mes y medio después de la partida de la familia a París, Oroz regresó a Madrid donde informó de las novedades que habían sucedido en París. El maharajá había internado en un colegio a Anita para que aprendiera protocolo y buenos modales y Victoria había comenzado a bailar en el Folies Bergère. Unos meses después, Anita viajó a la India y se casó con el príncipe aunque de eso, en la tertulia se enteraron por los periódicos porque ni fueron invitados al enlace ni recibieron la deseada condecoración.