Venecia antes de que fuese una ciudad sumergida
/Antes de que Venecia estuviera masificada y casi sumergida, el pintor William Turner retrató como ningún otro su atmósfera embriagadora. Dejó para la posteridad más de un centenar de obras maestras y un emocionante cuaderno de notas: «Por la noche el fuego llegará a la triste ciudad y su agua no podrá con él. El cielo depositará antorchas sobre los canales y explotará la furia», escribió
Nunca un mes dio para tanto. Cuando el pintor Joseph Mallord William Turner (Londes, 1775-1851) visitó Venecia, quedó tan deslumbrado por los paisajes y la poderosa atmósfera de la ciudad flotante que dedicó unas 150 acuarelas (además de dibujos a mano y varias decenas de óleos) a captar el cielo, el mar y sus calles. Fue allí donde logró convertirse en el maestro absoluto del pincel y el agua, una combinación maravillosa en su serie de obras dedicadas a Venecia. No tenía tiempo para mucho. Debía pintar rápido y con trazos que parecían retar a la luz y la oscuridad, logrando un resultado impactante. Sobre la ciudad parece sobrevolar la niebla, las formas se evaporan. Todo parece descomponerse. No perseguía retratar el mundo tal y como era sino como lo veía y sentía.
Luego, por supuesto, repitió. Turner realizó otros breves viajes a Venecia (1819, 1833 y 1840) y dejó para la posteridad no solamente sus cuadros sino su libreta de notas en la que aporta sus impresiones sobre la ciudad, casi tan emocionantes como sus obras. «Venecia es una ciudad amenazada por el sortilegio de las aguas; quizás algún día se la trague el mar como a una piedra y todos nosotros (los que verdaderamente la hemos comprendido) bajemos a recorrerla conteniendo el aire en los pulmones». «La luna no me pertenece, tenemos un contrato. Cada cual se retira si no hay nada». «Detrás de las grises nubes veo fuego. Por la noche el fuego llegará a la triste ciudad y su agua no podrá con él. El cielo depositará antorchas sobre los canales y explotará la furia». «He navegado con la triste góndola por la tarde. El silencio de los canales anunciaba algo feroz. La marcha de mi barca cedía su paso al crepúsculo. El gondolero no bajaba la vista y apenas movía su cabeza para saludar. El remo golpeaba el agua espesa. Un furioso relámpago cayó tras la cúpula de Santa María de la Salud. Sentí que algo terrible ocurriría. En mi alma ya se había desatado la tormenta que más tarde azotaría a la Serenissima». «Solo lo que vemos anuncia el esplendor. La luz es más poderosa que la fatiga y el terror. Esperad con júbilo la ráfaga y el destello del cielo. Son ellos el pulso que animará vuestra alma. ¡Confiad en el relámpago!». «El fuego conversa con las aguas más pobres. Una llama es un desvío». «Las figuras son arrastradas sin piedad. No hay formas que soporten tal acometida. ¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde?».