Las máscaras negras más extrañas
/Durante siglos, las mujeres usaron vizards y morettas, unas enigmáticas máscaras negras ovaladas con las que protegían su piel y ocultaban el rostro
En todas las épocas, la prostitución ha estado marcada por una simbología prohibida, algo a medio camino entre la atracción y la repulsión, para servir de reclamo a clientes y ahuyentar a soplones y policías. O como medio de autoayuda entre prostitutas ante el riesgo de violencia. También para los travestis, que usaban antifaces y disfraces mientras se prostituían, debiendo ocultar su identidad ante el riesgo de ser detenidos. Como los grandes perseguidos que eran, soportaban la misma represión y estigmatización que las prostitutas pero multiplicada por mil. En Venecia, donde eran muy numerosos las gnagas, hombres que se travestían y ofrecían así sus servicios, usaban máscaras de media cara con hocico de gato o cerdo. Quienes acudían a su reclamo sentían que entraban en un territorio de fábula. El gato (el juego) o el cerdo (lo grotesco) ejercían un poder de atracción enorme. La competencia entre prostitutas y travestis llegó hasta el punto de que las primeras solicitaron la intervención de las autoridades venecianas, que permitía a las prostitutas asomarse desnudas a los balcones de cintura para arriba, para así identificar el género.
El antifaz, que servía para identificarlas y captar clientes, era algo peyorativo. Sin embargo, en países como Inglaterra, Francia o Italia, alrededor de los siglos xvi y xvii, las máscaras comenzaron a utilizarse con fines de coquetería y galantería. Se liberaron de las connotaciones anteriores, o cuanto menos se volvieron ambivalentes. Las visards (o vizards) eran máscaras negras ovaladas fabricadas en Francia, generalmente hechas de terciopelo y destinadas a proteger la piel de las mujeres en verano. Carecían de rasgos humanos más allá de los orificios para los ojos y la boca. No se sujetaba con un hilo sino por medio de un cordón interior. La piel morena era un signo de pobreza y se fomentaba la extrema palidez, un gusto que será resucitado en los años de la república de Weimar, con el cine expresionista y el surgimiento de la femme fatale.
Pero había grandes diferencias. La palidez en la época del puritanismo inglés significaba pureza, mientras que en la Alemania de Weimar o en el París de la bohème se asociaba a la provocación, lo prohibido, la noche, el exceso o el misterio. Era el rostro de la morfina. El vizard inglés generalmente estaba hecho de terciopelo negro sobre cartón o una fina lámina de madera.
Los vizards recuerdan a ancestrales máscaras hechas de piedra o yeso, como las que hallaron en noviembre de 2018 unos arqueólogos cerca del asentamiento judío de Pnei Hever, en Cisjordania, en lo que podría ser un centro de producción de máscaras del Neolítico. Se trataba de una máscara de piedra de unos 9000 años de antigüedad tallada en piedra caliza amarillo rosácea y que disponía de cuatro agujeros en su perímetro, probablemente para atarla a un rostro humano vivo o a un palo para su exhibición en rituales sagrados.
Aunque los visards se popularizaron y vendieron a millares, entre la aristocracia no se llegaron a imponer del todo, quizás por lo que tenían de excentricidad. Existen cuadros, realizados dos siglos más tarde, que muestran aún a mujeres con visards. Phillip Stubbes, en Anatomy of Abuses (1583), afirma que las mujeres de su época «cuando suelen cabalgar al exterior, utilizan unos visores hechos de terciopelo […] con los cuales cubren sus rostros, con agujeros hechos en las máscaras contra sus ojos, de forma que si un hombre, que no conocía su apariencia anteriormente, tenía la oportunidad de cruzarse con una de ellas, pensaría que conoció un monstruo o un demonio: porque no podía ver rostro alguno, sino dos agujeros anchos contra sus ojos, con lentes sobre ellos». Al mismo tiempo que se puso de moda, alrededor de 1669-1670, en Inglaterra también lo hizo un casco de cuero negro conocido como el «Casco de la disciplina» que inspiró a diseñadores y fabricantes de ropa S&M.
En Venecia, mientras tanto, se fabricó y puso de moda la moretta que, comparada con la visard, tenía una variación importante. Carecía de agujero en la boca, lo que aumentaba el misterio. Recordaban a las máscaras del teatro, ya que estaban inspiradas en las mascaradas venecianas. Tampoco estaban sujetas a la cabeza con un hilo, sino que tenían una especie de bola que se introducía en la boca y así se sujetaba. Tenían un elemento más perturbador que la visard, el mismo efecto visual de un ser humano mutilado, unos ojos sin boca o un rostro fraccionado. Hablar era difícil (había que acercarse mucho, lo que aumentaba el erotismo) o, en caso de hacerlo, no se la veía gesticular. En ocasiones, junto a la moretta se añadía un velo negro, que hacía aún más irreconocible el rostro. Siglos antes, no era poco frecuente que entrasen enmascarados de ambos sexos a la iglesia, hasta el punto que en 1336 se prohibió la entrada a los templos a gente enmascarada para evitar precisamente que se colaran hombres disfrazados de mujeres, travestis con sus gnagas.
El vizard, en sus inicios, estaba vinculado a Samuel Steel, un comerciante caído en desgracia por el gran incendio de Londres de 1666. Steel tenía una hija llamada Joanna, con la que solía acudir al teatro con vizard. La había emparentado en un matrimonio no deseado con un rico comerciante llamado Timothy Kirk. Joanna, supuestamente, había aceptado el compromiso pero al mismo tiempo mantenía un idilio con otro joven, Lord Birchdale, a quien solían ver cortejando a una joven pero, al llevar un vizard, resultaba irreconocible. Su padre no tardó en descubrir el engaño y la castigó cruelmente. Inicialmente pensó en enviarla al extranjero, pero luego decidió una pena más dura. Fabricó un casco de cuero que pintó de blanco y, alrededor de los ojos, dibujó cejas, lo mismo que el contorno de la boca, con unos labios rojos.