Espías, secretos, cocaína y... Mata-Hari
/Bailó e hizo temblar el legendario Gran Kursaal, en pleno centro de Madrid, durante nuestra belle epoque sicalíptica. Antes de ser ejecutada por traición despertó celos, odios y rumores
En el Madrid de comienzos de siglo se sucedían los personajes curiosos, buscavidas, la golfería rampante, apaches y cupleteras. Aquella ciudad que vivía de noche publicitaba la cocaína y la morfina, que podían comprarse fácilmente. Allí fueron a parar incluso las más ilustres espías, como la legendaria Mata-Hari, que bailó en el Gran Kursaal, un enorme edificio situado en uno de los laterales de la plaza de El Carmen (en la actualidad un triste Media-Market). El edificio, en 1898, cuando se inauguró, se llamaba Frontón Central. Además de frontón, allí se celebraron las primeras jornadas de boxeo en la capital. Pero pronto cambió su nombre por el de Kursaal Central, Contral-Kursaal o Gran Kursaal, a imitación de los grandes teatros de variedades de París. Hasta los años cuarenta se accedía al local por un lateral de la calle Tetuán. Era de grandes dimensiones. En sus primeros años, cuando actuaban las cupleteras y también nuestra espía, tenía capacidad para dos mil parejas de baile. Se hablaba de las «sicalípticas», las cupleteras y las «frívolas» del «arte frívolo», de desnudos y provocación, de chicas que cerraban los antros en compañía de trúhanes y literatos de medio pelo, o que acudían a dar la cara por aquello en que creían, como las que desfilaron en los bancos del público durante el juicio a Don Ramón del Valle-Inclán, al que apoyaron. Vociferaban, se reían, despreciaban el orden y la ley.
EL TEATRO SICALÍPTICO QUE ACOGIÓ A MATA-HARI
En 1906, el año en que apareció Mata-Hari, que inauguró el teatro, aún existía un caótico mercado de abastos en la misma plaza. En marzo se transformó en uno mucho más moderno y ya con estructuras de hierro (hasta la fecha se sucedían los puestos y ventorrillos destartalados). El Gran Kursaal vivió varias épocas. Una nueva reforma del edificio lo convirtió en el Teatro Madrid por un breve periodo, recuperándose como cine, entre 1925 y 1943, y como multicine a partir de la década de 1970, cerrando a comienzos del siglo XXI. Luego, un triste letargo, acumulando basura en sus portales y pintadas. Estuvo a punto de albergar una gran sala de conciertos (la única, en caso de haberse logrado, en el centro). Sus dueños son una poderosa familia vasca responsable también del festival de cine de San Sebastián. El proyecto estaba ya casi cerrado cuando, de la noche a la mañana, apareció Media Market con una oferta que «no se podía rechazar».
«Nunca se creyó realmente que moriría fusilada y lanzaba besos a los soldados instantes antes del momento fatal»
Poco podía sospechar Mata-Hari que en breve moriría ejecutada. Durante la Primera Guerra Mundial realizó labores de espionaje a favor de Alemania, o eso se dijo, por lo que fue detenida por las fuerzas francesas, declarada culpable de espionaje y traición, condenada a muerte en un juicio pantomima a pesar de las protestas de los antimilitaristas y fusilada en de octubre de 1917. Parece ser que nunca se creyó realmente que moriría fusilada y que lanzaba besos a los soldados instantes antes del momento fatal. Es lo que tienen las leyendas. No sabemos qué creer. Pero muchos erraron en el tiro.
SOPLONES E INTRIGAS BOHEMIAS
Un año antes estuvo nuevamente en Madrid. Por supuesto, lo hizo a lo grande, residiendo en el Ritz o en el Palace, donde recibía a periodistas y a ¿confidentes? Fue aquí, precisamente, cuando empezó su mala suerte. Se dice que el escritor bohemio guatemalteco Enrique Gómez Carrillo la entregó sin miramientos por despecho amoroso. Carrillo, que era una de las grandes voces decadentes y que, al igual que Alejandro Sawa, nuestro enfant terrible, profesó amor por el ajenjo, el último romanticismo y el modernismo, conoció al poeta Verlaine ya recuperado del disparó de Rimbaud y al séquito de escritores alcohólicos del mal vivir. Sucedió en París, pero lo que vivió, su halo de negrura, lo trajo a España. Carrillo intentó defenderse escribiendo un libro: El misterio de la vida y la muerte de Mata Hari. Él, sin embargo, lo negó todo, pero al mismo tiempo, con gran habilidad, reconoció la gran publicidad que le reportaban aquellos rumores:
«Con gran sorpresa entéreme de que circulaba por la prensa una conseja, según la cual yo había sido el amante de la Mata Hari, y yo la había llevado a París, y yo la había delatado ante la justicia militar como espía, y yo, en suma, la había conducido, no sé si por interés o por despecho, hasta los fosos siniestros de Vincennes… Me eché a reír… Por una casualidad, en efecto, yo que conozco a tanta gente de teatro, yo que adoro a las bailadoras exóticas, nunca vi, ni en las tablas ni fuera de las tablas, a la danzarina india. Y si, después de la causa que le costó la vida, escribí su nombre, fue para celebrar la belleza trágica de sus últimos momentos, reproduciendo el relato que me hizo, el día mismo del fusilamiento, mi amigo el doctor Bralez, que, como médico de la cárcel de San Lázaro, de París, acompañó hasta el lugar de su suplicio a la infeliz.
Y, mientras divertíame con el escándalo, pensando en la notoriedad y las ventas que me reportaba, Aurora, que fuera mi primera mujer y después, siempre, gran amiga, explicaba: “Ninguna persona que haya tratado a Enrique podrá dar crédito a semejante absurdo, pues aun admitiendo que fuese un villano, su naturaleza no le permite entrar en combinaciones en las que se necesitan cálculos reposados, citas y pérdidas de tiempo”».
EL TERREMOTO MATA-HARI
«Nos quedamos con la imagen de una Mata-Hari exótica y misteriosa en el corazón de un país que se rindió ante ella, pero que la llevó a la fatalidad, o eso dicen»
España: tipos pintorescos, laberintos de casuchas, pobreza y riqueza a un par de calles de distancia, desigualdades, insurrecciones, cultura sicalíptica. Mata-Hari, que creó su propia leyenda, llegó en medio de todo eso. Algunas cupleteras –alegres, divertidas y transgresoras- se odiaban entre sí. Raquel Meller, quizás por envidias y porque sí, era una de las que despertaban más pasiones en uno u otro sexo. Hubo también quien la acusó a ella, segunda esposa del literato, de haberse vengado entregándola a los franceses creyendo que la holandesa había seducido a su esposo. Nunca sabremos la verdad, pero tampoco interesa mucho en estos tiempos. Nos quedamos con la imagen de una Mata-Hari exótica y misteriosa en el corazón de un país que se rindió ante ella, pero que la llevó a la fatalidad, o eso dicen.
En El Heraldo de Madrid, en su edición del 8 de enero de 1906, se publicó una crónica de su llegada a la ciudad y su espectáculo en el Kursaal:
«Llegó, por fin, el equipaje de la hermosa india Mata-Hari, pudiendo inaugurarse el Contral-Kursaal. A juzgar por rumores y anuncios confidenciales, creíamos que sería para Mata-Hari cosa sencilla renunciar al contenido de baúles y cajones para exhibirse ante el público, pero advertimos pronto el error de esa opinión, y vimos que el equipaje no es primordial, ni elemental, para lucirse en el Contral-Kursaal. Primero vimos sobre la gentil hembra de las tierras de Bombai muchas gasas, telas recamadas en oro y plata, alhajas y un maillot de seda, prodigiosos collares, cubriendo el torso. Rodeaban a la artista, sobre la escena, multitud de palmeras ora artificiales, ora del desierto, y que muy posiblemente formen también parte del equipaje anteriormente calificado de poco elemental. A la derecha del espectador aparecía, sobre las tablas, un monigote bien tallado, que para los indios tiene el poder de la divinidad, y para nosotros no tiene pizca de importancia ni significación alguna, dejándonos sin cuidado el que sea todo lo Budha que quiera. Vimos después otras gasas, otras telas recamadas y varias armas indias, que también figuran intercaladas en el texto del equipaje. Pudimos contemplar en otra j última escena que los cofres, cajones, baúles y maletas […].
¡Já, já!..., exclamaron muchos del público al contemplarlas. Sin duda, hizo la mayor impresión en el auditorio descubrir que las chicas tenían algo de bayaderas, sin ellas saberlo, como Mr. Jourdai ignoraba que había hablado en prosa durante toda su vida. Luego, en el último momento de la escena postrera, sin duda en un momento de arrebato y obcecación, arrojó Mata-Hari gasas de colores, telas recamadas, velos, armas y alhajas, quedando en tenue de riguroso mallot de pies a cabeza. El público, selecto y escogido, juzgó que aquello era ya ponerse en razón y los aplausos, nutridos, vigorosos, entusiastas, sonaron por doquier. La figura es fina, elegante y bien dibujada. Las danzas son artísticas, discretamente voluptuosas o iniciadoras de misterios clericales entre budhistas. Resulta, en resumen, un espectáculo interesante y original, que ha valido fama y brillantes contratas a su creadora, Mata-Hari […]».