¡Votad a Jello Biafra!
/Amenazaba con suicidarse en caso de no vencer. Amenazaba con derribar Wall Street y obligar a que los yuppies tuvieran que pasear disfrazados de payasos. Amenazaba con llevar las ideas del punk a Estados Unidos. Acabar con la hipocresía y la corrupción. Sus shows eran auténticas celebraciones de rabia contra el sistema, fiestas caóticas difíciles de olvidar. A finales de los setenta, en la costa oeste, la aparición de una banda como los Dead Kennedys, autores de muchos de los mejores discos de punk y hardcore de todos los tiempos, supuso una hecatombe. Jello Biafra, interesado más en la política y el spoken word que en los estrictamente musical, supo rodearse de grandes músicos dispuestos a tocar a toda velocidad y aguantar estoicamente invasiones de escenarios, lanzamientos de objetos y conciertos que se interrumpían por cualquier motivo.
Jello era la imagen de una nueva generación anárquica. Así que cuando en 1979, en su mejor momento al frente de su banda, decidió continuar con la tradición inaugurada por los yippies una década antes, y utilizar una candidatura como un arma política, precisamente ¡contra los candidatos y la política!, a nadie pareció extrañarle. Nadie, salvo sus seguidores, confiaba en él.
Sus oponentes lo veían como un «prank» (algo que posiblemente él terminó por definir), una pantomima. Y lo era, deliberadamente: combatir el circo con el circo. Ridiculizar las puestas en escena, las mentiras electorales y las promesas imposibles. Pero podía ser peligroso para sus principales rivales Dianne Feinstein, Quentin Copp o David Scott.
Muchos punks se volcaron con la campaña «Votad a Biafra» como candidato a la alcaldía de San Francisco. Se sucedieron los shows benéficos, recaudándose miles de dólares que se invirtieron en carteles y concentraciones, publicidad que era al mismo tiempo antipublicidad. Biafra avanzaba. Incluso el manager de la banda difundió un lema: «Si él no gana, me suicidaré», afirmó. Y rápidamente aquella frase fue de boca en boca. Se hicieron pancartas y carteles. Se suicidarían.
Lemas de la campaña como «Apocalypse Now» o «Siempre hay una habitación para Jello», lograron grandes audiencias, despertando la simpatía del electorado más izquierdista, pacifista y anárquico. Sus medidas ridiculizaban a los grandes héroes del país, a su política belicista y contaminante. Sin embargo, en medio del circo de la política, muchos comprendieron su humor ácido y lucidez en la crítica política.
Finalmente, quedó cuarto, pero logró la nada inestimable cifra de 6591 votos. Muchos de sus enemigos, sin duda, sintieron alivio por su «derrota», pero la «política» ya había sido tocada y dañada por el gran Jello.