Que lo escriba el memorialista, el escriba del pueblo
/Hace ya casi un siglo que desapareció el último memorialista. Durante siglos, los memorialistas, también conocidos como «amanuenses», eran escribientes que se colocaban en una esquina de una plaza y ofrecían sus servicios. Escribían cartas para el iletrado, redactaban informes de protesta, trazaban discursos y canciones, árboles genealógicos.
En Madrid solían apostarse en los alrededores de la Plaza Mayor; en Barcelona, sin embargo, podías verlos en la Rambla, junto al palacio de la Virreina. Lo hacían en el interior de pequeñas casetas de madera muy austeras, en las que solamente había una silla, un escritorio estrecho, una máquina de escribir y papeles y tinta. Muchos de ellos eran antiguos combatientes de las guerras carlistas que habían adquirido cultura, poniéndose al servicio de los analfabetos, y malviviendo de ello.
En 1930, un periódico madrileño entrevistó al último memorialista. Sin embargo, aunque en Madrid parece que desaparecen alrededor de los años treinta (Pío Baroja escribe sobre ellos y certifica su desaparición), en Barcelona resistieron el paso del tiempo. Hay algunos datos que demuestran su longevidad. El 18 de marzo de 1954 hubo un extraño incendio que destruyó parcialmente las casetas de la Rambla destinadas a los memorialistas. Al derribarlas, se trasladaron a los jardines del Doctor Fleming, su último destino. Fue el principio del fin del memorialista. A finales de los sesenta se les vio de nuevo, movidos por la necesidad para muchos de redactar informes y escritos con motivo de la promulgación de la Ley de Arrendamientos de 1967.
Se dice que el último memorialista fue una mujer. En Barcelona, en 1985 solo quedaba en funcionamiento una única cabina perteneciente a una mujer llamada Ana Ruíz. Aguantó en el oficio hasta mediados de diciembre del año 1991. Ese mismo año cerró definitivamente el negocio.