Walter Molino, el artista de las catástrofes

Un dirigible hinchable con forma de elefante explota en mitad de un desfile. Un caza militar colisiona contra un tren repleto de pasajeros. Un bebé es rescatado de las fauces de un león que se ha escapado del circo. Son titulares increíbles, pero ciertos. ¡Conoce al portadista italiano que se encargó de plasmarlos en papel y mantuvo en vilo al país entero!


Walter Molino trabajó como ilustrador y caricaturista para el periódico Il Popolo d'Italia y varias revistas infantiles y juveniles antes de dar el salto al semanario La Domenica del Corriere. En su apogeo, durante los años 40, la publicación tiró más de un millón de copias, en gran medida gracias a sus sensacionales portadas. Podríamos describir su estilo como una combinación explosiva entre Norman Rockwell, George Bellow y las cubiertas de las revistas pulp norteamericanas, a la hora de reproducir situaciones reales de vida o muerte, a menudo llevadas hasta extremos inverosímiles para lograr un mayor efecto dramático.

Su estilo era una combinación explosiva entre Norman Rockwell, George Bellow y las revistas ‘pulp’ norteamericanas

En ese sentido, su técnica a los lápices solo era comparable a su olfato comercial. Influenciado por el cine de Alfred Hitchcock y Sergio Leone, no solo dominaba los encuadres sino que además conseguía dotarlos de un dinamismo puramente cinematográfico. Su dominio de la violencia y el suspense le permitió jugar con las expectativas de los lectores al incorporar a sus ilustraciones el recurso narrativo del cliffhanger. Bastaba con situarles ante una escena lo suficientemente extrema e impactante para que corrieran en masa al kiosko para conocer su desenlace.

Pongamos un ejemplo: bajo el titular Aventura peligrosa, se nos relata el incidente protagonizado por una niña de dos años que, sin que su padre lo supiera, seguía sentada en el parachoques del coche cuando éste arrancó. La pequeña viajó durante cinco kilómetros a cien por hora antes de que los gritos de los transeúntes alertaran al despreocupado progenitor para que se detuviera. Cuando finalmente lo hizo, descubrió a su hija acurrucada contra el radiador y casi se desmayó por el susto.

El trágico final de una escritora famosa alude al de Margaret Mitchell, autora de Lo que el viento se llevó, atropellada por un conductor ebrio cuando cruzaba la calle en Atlanta en compañía de su esposo. Cinco días después fallecía en el hospital a causa de las lesiones. Cualquiera lo diría viendo la ilustración de Molino, donde Mitchell parece desmayarse delante del automóvil, en lugar de ser embestida por el vehículo. Su marido parece anticiparse al peligro y retrocede justo a tiempo de evitar el impacto, lo que no deja de resultar sorprendente tratándose de un dibujante que no se amilanaba ante la tragedia.

Su dominio de la violencia y el suspense le permitió jugar con las expectativas de los lectores

Basta compararla con Un automóvil atropella a cinco niños cerca de Turín, publicada una década más tarde. El punto de fuga se sitúa al otro extremo de la calle, donde un ciclista permanece inmóvil, incapaz de reaccionar ante el brutal accidente, como cediéndonos una butaca en primera fila para asistir al morboso espectáculo. Esta vez la colisión se muestra de manera particularmente explícita y la ausencia de sangre le permite a Molino poner el foco de atención sobre los niños aplastados contra la puerta de hierro forjado.

Que desde la portada de un semanario de noticias se difumine la línea entre realidad y ficción resulta doblemente fascinante: dice mucho del periodismo que se practicaba entonces y del que algunos siguen haciendo hoy en día. Pese a todo, el valor informativo de una ilustración no puede compararse al de una instantánea. Donde la cámara “no miente”, el dibujante puede retorcer la verdad a su antojo con cada trazo. Al menos el trabajo de Molino alcanza un grado de excelencia al que no se puede aspirar mediante burdas mentiras.

Sin ir más lejos, el año pasado una de sus ilustraciones fue utilizada para alimentar un bulo que circuló por redes sociales coincidiendo con las medidas de distanciamiento social adoptadas por la pandemia de la COVID-19. Publicada originalmente en la contraportada de La Domenica del Corriere en diciembre de 1962, iba acompañada de un texto en el que se aventuraba que "el problema del tráfico en las ciudades" se podría solucionar con los vehículos imaginarios pintados por Molino. En ningún momento se mencionaba ninguna pandemia, ni tampoco llevaba por título Vida en 2022. Simplemente pretendía plasmar que el aumento del tráfico rodado en las ciudades acabaría siendo un problema que nos llevaría a vernos en circunstancias sorprendentes. ¿Vamos a ir por la ciudad así?, se cuestionaba en La pesadilla de los embotellamientos.

Ahora bien, si lo que pretendemos es reivindicar la faceta más pulp de su obra, mejor sería citar a Frank Frazetta en lugar de recurrir a las fake news. O si me apuran, invocar a John McClane antes que a Nostradamus.