A sangre y fuego en Lavapiés

El país no pasaba por su mejor momento. Tras la derrota aplastante y posterior perdida de las últimas colonias, ahora el gobierno vivía un auge de la contestación social en casi cualquier parte. Antonio Maura asumía el cargo de Ministro de Gobernación (el equivalente al actual Ministro del Interior) y gozaba del odio de numerosos sectores. El desanimo era casi total. El 2 de abril de 1903, un suceso sin aparentemente gran importancia desencadenó una oleada de furia en las calles y de protestas en todo el país que acabó con uno de los levantamientos más grandes de aquellos primeros años de siglo.

Sucedió inicialmente en Salamanca, donde un estudiante fue abofeteado por un agente de la Inspección de Vigilancia, después de que, como consecuencia de una disputa sin excesiva importancia entre un estudiante y un vecino, ambos acudiesen ante la autoridad. Una vez enterados de los hechos, se formó una comisión estudiantil que se reunió con el Gobernador, Joaquín Velasco, para exigirle que sancionase al agente. Sin embargo, no reprendió la conducta de su subordinado y los estudiantes, indignados, organizaron una manifestación ante las puertas de la Gobernación. Numerosos agentes custodiaban el edificio y, cuando los estudiantes intentaron entrar, estos se lo impidieron, lo que provocó lanzamientos de piedras y una primera carga. Los agentes hicieron uso de sus armas. Cuando los manifestantes se dispersaron, un estudiante había fallecido, muerto a tiros, y varios más resultado heridos, uno de los cuales también moriría poco después en el hospital.

Estudiantes y obreros protestan en la plaza de Anaya de Salamanca. Fotografía de Luis G. de la Huebra

Estudiantes y obreros protestan en la plaza de Anaya de Salamanca. Fotografía de Luis G. de la Huebra

A partir de este momento, los obreros decidieron unirse a los estudiantes, formándose cordones proletarios y grupos de manifestantes en las inmediaciones de la universidad de Salamanca. Velasco fue destituido, pero ya la indignación se había extendido por todo el país.

Madrid fue la ciudad en que los estudiantes se organizaron  de una manera más fulminante. La lectura que hizo la prensa de entonces, recogida en El Año Político, de Fernando Soldevilla, fue la de «infiltración de provocadores»: «Mezcláronse entre los estudiantes gentes de otra especie y las manifestaciones degeneraron en verdadero motín, que recorrió Madrid de un extremo a otro apedreando edificios y profiriendo toda clase de vivas y mueras».

Portada de El País en su edición del domingo 5 de abril de 1903

Portada de El País en su edición del domingo 5 de abril de 1903

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, se formaron asambleas en la Universidad Central de Madrid. La manifestación convocada pronto inundó San Bernardo, llegando desde Noviciado hasta la calle de la Luna. «Entre los manifestantes veíanse numerosos agentes de seguridad vestidos de paisano y no pocas fuerzas de vigilancia a las órdenes del delegado señor Puga», afirmó La Vanguardia en su edición de sábado 4 de abril. Varios portavoces estudiantiles acudieron a hablar con el Gobernador, Sánchez Guerra, pero al hacerlo se produjeron enfrentamientos con las fuerzas del orden. Los cristales de la Universidad fueron apedreados, mientras una muchedumbre tomaba la Puerta del Sol, donde se veían pequeños grupos que iban tienda por tienda pidiendo que cerrasen en señal de protesta: «Algunos atendieron la súplica y a los que desoían les apedreaban los escaparates», señaló La Vanguardia.

El País, 5 de abril de 1903

El País, 5 de abril de 1903

A las once y media de la mañana habían cerrado casi todos los comercios del centro de Madrid. Comenzaron los enfrentamientos. Las cargas más duras se produjeron en la calle del Arenal, donde los manifestantes tuvieron que retroceder y reagruparse en la plaza de Pontejos. «Un guardia detuvo a unos de los escolares. Los demás trataron de libertarle y cayó sobre el guardia una lluvia de piedras», narró el periódico. El momento de mayor emoción fue cuando, en medio de las carreras, un estudiante apareció en la plaza y, tranquilamente, dejó una corona de flores por los asesinados de Salamanca.  A su alrededor, los tranvías que pasaban por la plaza eran apedreados, lo mismo que algunos carruajes.

Comisión de estudiantes madrileños que marchó hasta Salamanca para entregar una corona de flores por los fallecidos. ABC, 9 de abril de 1903

Comisión de estudiantes madrileños que marchó hasta Salamanca para entregar una corona de flores por los fallecidos. ABC, 9 de abril de 1903

Mientras tanto, el parón universitario era casi absoluto y en la fachada universitaria podía verse una bandera nacional a media asta.

En la calle, proseguían los choques. Una comisión acudió a los periódicos para entregar en mano comunicados de protesta y exigir que se publicasen inmediatamente. Pero aún estaba por llegar el momento de mayor tensión, que se produjo al marchar desde Sol hasta el cercano barrio de Lavapiés. Daban las cuatro de la tarde cuando la manifestación, tras entonar La Marsellesa, se dirigió hacia la Fábrica de Tabacos de Lavapiés para pedir a las combativas cigarreras que se les uniera. Los obreros madrileños ya se habían sumado. Pero en la calle Lavapiés, esquina con Ave María, los agentes sacaron sus revólveres ante una muchedumbre de unas tres mil personas. Sonaron los primeros disparos. Algunos agentes fueron golpeados e incluso un guardia civil tuvo que refugiarse en el nº3 de la calle de Caravaca. Hasta allí acudió un secreta que logró que huyera tras disfrazarlo de paisano y confundir así a los manifestantes.

Ribera de Curtidores, en el barrio de Lavapiés, durante un domingo de rastro de 1900

Ribera de Curtidores, en el barrio de Lavapiés, durante un domingo de rastro de 1900

Se escuchaba una lluvia incesante de disparos y detonaciones. El barrio defendió a los estudiantes y se enfrentó a los agentes: «De los balcones caían a la calle macetas que utilizaban como proyectiles los obreros», afirmó El Imparcial.

Cargas y disparos en Lavapiés. El Imparcial, 5 de abril de 1903

Cargas y disparos en Lavapiés. El Imparcial, 5 de abril de 1903

La confusión era total y los heridos aumentaban: «Aquí y allí se veían caer heridos que entre los balazos eran recogidos para trasladarlos a las boticas y Casas de Socorro más próximas», como la del próximo barrio de La Inclusa, afirmó El País. Se cuenta que incluso se disparó contra un médico que acudió a ayudar a las víctimas y un inspector de policía fue apaleado en Mesón de Paredes, logrando salvar su vida tras refugiarse en una tienda.

Los mismos periodistas que cubrían los hechos temieron por su vida, asegurando El País que «el número de disparos hechos en una hora ha pasado de 300». Lo mismo que sablazos: «Y cuando más confiados iban los grupos por la plaza de Lavapiés, de la esquina de la calle del Calvario, salieron tres o cuatro parejas que, a las órdenes de un capitán, desenvainaron sus sables y arremetieron con brío a los manifestantes. Como siempre… hubo salvajadas en esta carga… y sonó un tiro», cuenta el periódico El Globo en su crónica del domingo 5 de abril, que calificó los hechos de «borrachera de sangre».

Aspecto de la plaza de Lavapiés, donde vivía el «Hospicia», a comienzos de siglo

Aspecto de la plaza de Lavapiés, donde vivía el «Hospicia», a comienzos de siglo

Al terminar los choques en este punto, el saldo era de numerosos heridos de bala y por arma blanca entre estudiantes y obreros, y algunos agentes con contusiones y cortes. Pero la noticia más grave, fue la muerte de un disparo en la cabeza de un vecino del barrio, un joven muy conocido por el vencindario, Martín Asunción, que respondía al apodo del «Hospicia» (posiblemente porque entonces Lavapiés pertenecía al barrio de El Hospital). «Hospicia» trabajaba de panadero y cayó muerto frente al número 1 de la calle de San Carlos, muy cerca de su domicilio en el número 7 de la plaza de Lavapiés.

Portada de El Globo al día siguiente de los hechos.

Portada de El Globo al día siguiente de los hechos.

Al día siguiente se celebró el funeral por el vecino asesinado. Los vecinos de Lavapiés hicieron una recolecta para que tuviera un buen funeral y posterior entierro en el cementerio del Este. También recaudaron dinero para ayudar a la familia del fallecido.

Inmediatamente, se formó una comisión de investigación por la que desfilaron los guardias y mandos que dispararon a la multitud. Ninguno, sin embargo, fue sancionado. No se pudo identificar al autor de la muerte del «Hospicia» y los disparos se justificaron públicamente, y ante la autoridad judicial, como resultado de la «extrema violencia de estudiantes y obreros».

Algunos de los estudiantes y obreros heridos por bala en la manifestación. ABC, 9 de abril de 1903.

Algunos de los estudiantes y obreros heridos por bala en la manifestación. ABC, 9 de abril de 1903.

Recordando lo sucedido, El Año Político afirmó que «allí [en Lavapiés] se trabó una verdadera batalla campal en que hubo más tiros y sablazos que en muchos combates durante las campañas de Cuba y Filipinas».