ACAB! Guerra a muerte en Estados Unidos


A comienzos de los cincuenta, ciudades como Los Ángeles o Nueva York estaban en manos de las pandillas juveniles. Latinos, puertorriqueños, afroamericanos o italianos se disputaban a muerte cada esquina. Te enseñamos fotografías poco conocidas de aquellos días.

Existía un elemento sádico en los ataques de los delincuentes juveniles, algo que el sociólogo Harrison Salisbury definió como «shook-up generation». La violencia parecía no tener objeto; era arbitraria y caprichosa, capaz de explotar en cualquier momento y por el motivo más ínfimo. Para algunos izquierdistas y radicales, los delincuentes juveniles eran los nuevos agentes revolucionarios. Su violencia simbólica (las agresiones y motines, los cristales rotos y los choques con la policía) expresaba un rechazo vital cuyas resonancias eran mayores que los discursos surgidos desde la izquierda, tímida y todavía anclada en la crítica al nazismo. A un miembro de una banda, hablarle de Hitler era como citar en un idioma desconocido. No les importaba lo más mínimo. Sin embargo, todos los días se hacían con la prensa, desplazando las noticias anodinas acerca de la reconstrucción económica. Su rechazo parecía expresar algo mayor que una simple cristalera rota o el uniforme desgarrado de un agente de policía.

Las bandas de Nueva York estaban segregadas. Se dividían en latinas, afroamericanas, puertorriqueñas, italianas o blancas, entre muchas otras. A comienzos de los cincuenta numerosos sociólogos, antropólogos y escritores pusieron nombre al fenómeno de la delincuencia juvenil, hasta entonces nunca vista. No es que los jóvenes hasta la fecha no atacaran la propiedad o se enfrentasen entre sí, sino que ahora las pandillas estaban formadas únicamente por jóvenes, sin ningún adulto que los dirigiera.

Desde Inglaterra, la sección inglesa de la Internacional Situacionista –un grupo de expertos agitadores a medio camino entre la vanguardia artística y la revolución política– no dudó en afirmar que «los delincuentes juveniles –no los artistas pop– son los verdaderos herederos de Dada. Captando instintivamente su exclusión del conjunto de la vida social, han denunciado, ridiculizado, degradado y destruido sus productos. Un teléfono destrozado, un coche incendiado, un minusválido aterrorizado, son la negación viva de los valores en nombre de los cuales se elimina la vida. La violencia delictiva es un derrocamiento espontáneo del rol abstracto y contemplativo impuesto a todos, pero la incapacidad de los delincuentes para percibir cualquier posibilidad de cambiar las cosas de verdad les obliga, como a los dadaístas, a permanecer en el puro nihilismo». Los situacionistas, entre algunos otros, reconocían el limitadísimo alcance de esa rebelión, cuyo siguiente paso (el derrocamiento del poder) resultaba obviamente mucho más complicado. Sin embargo, no descartaban su potencia radical y contagiosa.

En todos estos análisis había algo de energía liberada, de una represión sexual que era herencia directa del psicoanálisis o de las teorías de Herbert Marcuse. Los jóvenes delincuentes protagonizaban un nihilismo torpe pero con capacidad de contagio; atacaban a la propia sociedad de consumo, entonces emergente, porque ellos eran resultado de esta. Vivían bajo un equilibrio desesperante: participaban de esta sociedad de consumo pero al mismo tiempo eran sus grandes excluidos. «No son capaces de comprender ni de hallar una forma coherente de participar directamente en la realidad que han descubierto –continuaban diciendo los situacionistas en aquel texto–, de dar salida a la excitación y la firmeza que les animan ni a los valores revolucionarios que encarnan. Los motines de Estocolmo, los Hell’s Angels, los motines de los Mods y los Rockers: todos son afirmaciones del deseo de jugar en una situación que resulta totalmente imposible. Todos muestran con absoluta claridad la relación existente entre la destructividad pura y el deseo de jugar: la destrucción del juego sólo puede ser vengada por la destrucción. La destructividad es el único empleo apasionado al que puede destinarse todo aquello que permanece irremediablemente separado. Es el único juego al que puede jugar el nihilista; el baño de sangre de Saló o los 120 días de Sodoma, proletarizado junto con todo lo demás».

Esta colección de imágenes escasamente conocidas de estas pandillas muestran el fenómeno justo en el momento de su aparición en Estados Unidos.