Navidades electrónicas: los villancicos de Alan Turing
/En diciembre de 1951, la BBC emitió un concierto orquestado por Alan Turing desde su laboratorio experimental en Manchester. Por primera vez, la música electrónica inundaba los hogares del Reino Unido y las computadoras se sentaban a la mesa con los seres humanos para celebrar la Navidad.
Solo se necesitan cinco notas para interpretar Jingle Bells, pero supusieron todo un desafío para el pionero de la informática Alan Turing. Aunque los prototipos estaban en plena fase de desarrollo y no habían sido diseñados para tocar música, el Ferranti Mark I y su sucesor, el Mark II, lograron reproducir algunas de las primeras melodías generadas por computadora. Aunque Turing se encargó de programar las primeras notas musicales, el procesador apenas alcanzaba los 4 kHz y resultaba imposible alcanzar la frecuencia correcta. El verdadero responsable de “afinar” el tono que emitía la computadora fue un maestro de escuela llamado Christopher Strachey, partiendo de las señales acústicas, descritas como «pitidos y gorjeos», cuya finalidad era indicar al usuario que el aparato estaba en funcionamiento. Cuando Turing escuchó el resultado final, esbozó una sonrisa y felicitó taciturno a su compañero: «Bonito espectáculo».
Aquellos villancicos tradicionales no eran obra de un coro, ni tan siguiera de seres humanos, sino de una máquina electrónica que anticipaba «el sonido del futuro».
No podemos culparle por su falta de entusiasmo. Al fin y al cabo, nunca llegó a interesarse por la música electrónica. Ese mismo año, en colaboración con su colega universitario DG Champernowne, Turing había comenzado a desarrollar un programa de ajedrez informático puramente teórico. Hasta la aparición del Ferranti Mark I, no existía máquina alguna en la que poder ejecutarlo, e incluso aquel aparato de dimensiones colosales resultó ser demasiado lento. Pero al menos podría reproducir música, una proeza que cientos de miles de oyentes escucharon con asombro: aquellos villancicos tradicionales no eran obra de un coro, ni tan siguiera de seres humanos, sino de una máquina electrónica que anticipaba «el sonido del futuro».
De hecho, las pistas de audio que acompañan este artículo datan de 2017 y son obra del profesor Jack Copeland y el compositor Jason Long, investigadores de la Universidad de Canterbury (Nueva Zelanda). Dado que las grabaciones originales no sobrevivieron al paso del tiempo, decidieron recrearlas a partir de tres experiencias previas: God Save the King, Baa Baa Black Sheep y una versión del In the Mood de Glenn Miller, que también fueron radiadas con notable éxito. Tras una laboriosa restauración digital del sonido, Copeland y Long elaboraron una paleta de notas de diferentes tonos y duraciones, mediante un proceso manual de “corta y pega”, que permitieron reconstruir los villancicos.
Alan Turing escuchó el resultado final, esbozó una sonrisa y felicitó taciturno a su compañero: «Bonito espectáculo».
En palabras de Bertram Vivian Bowden, portavoz de la empresa informática involucrada en el proyecto, aquel era «el método más costoso y elaborado de tocar una melodía que jamás se haya ideado». Faltaban décadas para que los conceptos de algoritmo y computación formulados por Turing, revolucionaran la informática teórica, y todavía resultaba impensable que una computadora pudiera componer su propia canción navideña. Ocurrió en 2016, cuando una “red neuronal” de la Universidad de Toronto escribió una villancico a partir de la fotografía de un árbol de Navidad, en el que una voz femenina generada por ordenador canta sobre una base de piano repetitiva. Uno de los versos resulta especialmente inquietante, al sugerir que la máquina podría haber adquirido consciencia de sí misma: «Puedo escuchar la música que llega desde el pasillo».
Considerado como el padre de la inteligencia artificial, Turing nunca llegó a interesarse por la música electrónica. Al año siguiente del concierto navideño, el héroe de la Segunda Guerra Mundial que ayudó a descifrar el código Enigma de los nazis fue procesado en 1952 por homosexualidad e indecencia. Le retiraron sus credenciales de investigador y le administraron inyecciones de hormonas para castrarlo químicamente, como alternativa a la prisión. Murió dos años más tarde, tras morder una manzana que había bañado en cianuro.