Hunter S. Thompson no era exactamente Santa Claus
/En enero de 1990, Sam Allis, un periodista de la revista Time, entrevistó a Hunter S. Thompson en su cabaña de Owl Farm en busca de una historia impactante sobre la Navidad. Lo que sucedió a continuación, superó sus expectativas. Con creces.
«La Navidad está muy bien si eres un crío, o uno de esos fanáticos del ácido que todavía creen en Santa Claus, pero sigue siendo una día profundamente morboso para los que trabajamos. Resulta inquietante saber que una de cada veinte personas que conoces estará muerta por estas fechas el próximo año... Algunas personas pueden aceptarlo y otras no. Es por eso que Dios inventó el whisky, y también por eso Wild Turkey vende licoreras con forma de pavo a 300 dólares la unidad durante la mayor parte de la temporada navideña». Posiblemente Sam Allis esperase que, después de eso, Hunter S. Thompson, el padre del periodismo gonzo, devorador de drogas y amante de las armas de fuego, compartiera con sus lectores la receta del ponche de huevo aderezado con mescalina o le invitara a disparar su rifle en el jardín delantero mientras esperaban que los alucinógenos les hicieran efecto. En cambio, le recibió en batín, luciendo una peluca barata como la que llevaba Anthony Perkins en Psicosis, y la conversación posterior discurrió por los cauces habituales, con Thompson profiriendo improperios contra la policía, el Partido Republicano y la pésima temporada de los Oakland Raiders. Como colofón, el autor de Miedo y asco en Las Vegas se volvió hacia Deborah Fuller, su leal secretaria durante dos décadas, y le dijo: «Démosle al periodista una experiencia memorable sobre la cual escribir».
Para evitar males mayores, Deborah hizo acopio de todos los extintores de incendios disponibles en la casa, mientras Thompson instalaba una cámara de video delante de la chimenea del salón. Parecía entusiasmado con los preparativos, aunque es probable que la botella de Chivas Regal de la que había estado bebiendo a morro tuviera más que ver en eso. Sobre la mesa del salón, el árbol de Navidad esperaba a que llegara su momento para brillar de nuevo. «Renuncié a la entrevista y comencé a preocuparme por mi vida cuando Hunter roció el árbol de Navidad con una lata de queroseno y lo introdujo en la chimenea, a escasos metros de una caja de munición de 9mm -recuerda Allis- Tampoco pareció importarle que el abeto fuera demasiado grande para caber dentro». De hecho, lo era tanto que las ramas atascaron el conducto y, en cuestión de segundos, las llamas surgieron por la parte superior de la chimenea en un cono de fuego de cuatro pies. Tras intentar apagarlo, Hunter, Deborah y Allin huyeron al porche desde donde Hunter siguió grabando con orgullo aquel infierno. Ninguno de los tres se acordó de rescatar el manuscrito original de Hell’s Angels (1967) que estaba sobre la mesa.
«Démosle al periodista una experiencia memorable sobre la cual escribir»
En el vídeo podemos escuchar a Deborah y Allis gritando «¡No, Hunter, no lo hagas!» justo antes de que arroje el fósforo, mientras suena de fondo Misguided Angel de Cowboy Junkies. La letra de la canción dota de un mayor dramatismo a la puesta en escena: «Le dije: "Mamá, está loco y me asusta/ Pero le quiero a mi lado/ Aunque es salvaje y malo/ Y a veces simplemente está enojado/ Necesito que me mantenga satisfecha». Un par de años más tarde, Thompson rememoraría el episodio que pudo haber inspirado aquel incendio en A Nasty Christmas Flashback and a Nation of Jailers, su artículo para Rolling Stone publicado en enero de 1992:
«Recuerdo una mañana de Navidad en Manhattan, cuando entramos en el Empire State Building, subimos a la suite de una famosa firma de ropa interior y empujamos un sofá estilo imperio, de color rojo y doscientos kilos de cuero acolchado, por una ventana del piso ochenta y cinco... El viento lo arrastró y, si mal no recuerdo, dobló la esquina hacia la Calle 34, ganando velocidad en su trayectoria descendente y golpeando el toldo rayado del puesto callejero de un coreano, ya sabes, del tipo que vende de todo, desde kimchi hasta árboles de Navidad. El impacto arrojó sandías, naranjas y tomates por toda la acera. Apenas podíamos verlo desde donde estábamos, pero recuerdo mucha actividad en la calle cuando salimos del ascensor... Parecía una zona de guerra. Unos cuantos mirones estaban parados en medio de la ventisca, murmurando entre ellos, visiblemente conmocionados. Pensaron que era una explosión subterránea, tal vez el metro o una tubería de gas.
«La Navidad está muy bien si eres un crío, o uno de esos fanáticos del ácido que todavía creen en Santa Claus»
Justo cuando llegamos a la escena, un taxi pasó a toda velocidad, derrapó sobre algunas sandías y se estrelló contra un autobús de la Quinta Avenida que estalló en llamas. Hubo muchos gritos y aullidos de sirenas de la policía. Dos policías comenzaron a pelear con una banda de saqueadores que habían emergido de la nieve como fantasmas y huían con jamones, pavos y grandes tarros de caviar... A nadie pareció extrañarle. ¡Qué demonios, son cosas que pasan! Bienvenido a la Gran Manzana. Mantente alerta. Nunca viajes en descapotables ni pasees demasiado cerca de un edificio alto cuando nieva... Había árboles de Navidad esparcidos por toda la calle, los coches se detenían para agarrarlos y se alejaban a toda velocidad. Nosotros también robamos uno para llevarlo a casa de Missy, en Bowery, porque sabíamos que no tenía. Pero como ella no estaba, pusimos el árbol en la escalera de incendios y le prendimos fuego con queroseno».
Los bomberos llegaron a tiempo y la cabaña de Owl Farm sobrevivió al incendio. Sus huellas todavía pueden apreciarse en la repisa de la chimenea, no muy lejos del mismo despacho donde Thompson se pegó un tiro en febrero de 2005. Desde entonces, su viuda, Anita Thompson, planea convertir la propiedad en una casa museo. «A Hunter le enternecía la Navidad. Le encantaba recibir y dar regalos, y los suyos eran muy divertidos», asegura su gran amigo y documentalista de confianza Wayne Ewing. Como aquella vez que le envió a Lorraine, la hija de Jack Nicholson, que por aquel entonces tenía nueve años, un regalo de Navidad bellamente envuelto. Dentro había una rata muerta de plástico y una nota que decía: «Querida Raine, esto te hará recordar que no todos los hombres son lo que parecen. Saberlo te ahorrará tiempo. Te quiere, tío Hunter».