Cuando los anarquistas intentaron volar por los aires el Congreso de los Diputados
/Hace más de un siglo, en medio de un pánico antianarquista, varios libertarios fueron detenidos en las escaleras del Congreso. Se les acusó de planear dinamitar el edificio en un gran montaje policial. Los agentes les incautaron caretas con la inscripción «Ojo, mucho ojo», barbas postizas, antifaces, dinamita y un tremebundo Reglamento de la Muerte
Los habían detenido en las escaleras del Congreso después de comer en una taberna de la calle León, muy cerca de allí, acusándolos de planear colocar dinamita en la Cámara. La pareja de anarquistas, según la prensa, pertenecía a un grupo anarquista que se reunía en el número 20 de la calle de la Cabeza, en el barrio de Lavapiés, llamado Círculo de Trabajadores, una organización obrera que acogía a «los anarquistas y asociaciones de resistencia afiliadas a Ruellos, tales como la de los pintores de coches y otras. También en este Círculo encontraban asilo los anarquistas que no tenían hogar, los cuáles dormían allí, como Debats y Ferreira», cuenta La Época en su edición del 5 de abril de 1892, en un reportaje llamado «La dinamita en Madrid» y que, durante varias semanas, ocupó la prensa nacional.
Al parecer se trataba de un local poco frecuentado. A pesar de que el anarquismo bakunista había comenzado en Madrid, donde se publicó el pionero El Condenado, la fuerza ácrata se había trasladado ya a Barcelona. En Madrid, en realidad, no había un gran número de libertarios. La policía incluso aseguró que no llegaban a la treintena. Según los informes policiales «celebraban reuniones públicas en un solar del Paseo de Santa María de la Cabeza, por carecer de fondos para alquilar otro local, y se contentaban con exponer sus ideas en el periódico La Anarquía, que en Madrid tiene escasísima suscripción». El director de este periódico era Ernesto Álvarez, que ya había pasado por la cárcel. El Círculo estaba conectado con el italiano Malatesta, el legendario anarquista y auténtica bestia negra para la policía, quién a finales de 1891 o comienzos del años siguiente habría visitado la capital tras su estancia en Barcelona y Jerez, siendo pisados los talones por la policía. Seguidamente, según los agentes que lo siguieron, fue hasta Galicia y, ya abandonado España en dirección a Buenos Aires, siguió manteniendo correspondencia con los anarquistas madrileños.
«Entre los objetos requisados, estaba una careta, sin la abertura para los ojos, y la siguiente inscripción en el sitio correspondiente a ellos: “Ojo, mucho ojo”»
En Jerez, meses antes de los sucesos de Madrid, medio millar de jornaleros y artesanos habían entrado en la ciudad al grito de «¡Viva la revolución! ¡Viva la anarquía!». Murieron dos terratenientes en medio de fuertes disturbios. El 9 de febrero de 1892 estalló en la Plaza Real de Barcelona una bomba que causó un muerto y dos heridos, probablemente como represalia a la dureza de la represión sobre los campesinos. Días después de la redada contra los anarquistas madrileños detenían en París a Ravachol, en uno de los momentos calientes del bienio de terrorismo que sacudiría Francia.
Por orden del juez Danvila, el teniente del Cuerpo de Seguridad Aciú, entró en el local de la calle Cabeza para practicar un minucioso reconocimiento. Se hizo con actas de las asambleas y otros documentos que comprometían a sus integrantes. «Mientras el señor Aciú practicaba estas pesquisas, fueron llegando varios socios qué eran inmediatamente detenidos. En un fogón de la cocina del Círculo se encontraron restos de manuscritos e impresos, al parecer recién quemados… También se recogieron del fogón frascos conteniendo diferentes líquidos», afirma el periódico. Lo maravilloso de todo fue que, entre los objetos requisados, estaba una careta, sin la abertura para los ojos, y la siguiente inscripción en el sitio correspondiente a ellos: «Ojo, mucho ojo». También una calavera que se encontró en uno de los cuartos interiores, así como «barbas postizas, bigotes, patillas, pelucas, una calavera, tres banderas negras sin lema y cuatro rojas, algunos carteles hechos en cartón de grandes dimensiones en los cuales campeaban lemas conmemorativos, como “Jerez, 10 de Febrero de 1892” (día en que fueron ajusticiados los anarquistas)», junto a retratos de Louise Michel y de otros anarquistas famosos.
El aspecto del local lo describe así La Época: «Las paredes de este cuarto estaban cubiertas con paños negros. Al juzgado se le entregaron asimismo varias banderas negras y rojas». Detuvieron a trece personas, que fueron llevados, por parejas, al Gobierno civil. Sus nombres: Juan Moret, Gregorio García, Vicente Aliena, Francisco Tutor, Leonardo Fernández, Vicente Benteo, José Aliena, José García, Francisco Vega, Enrique Andújár, Bartolomé Serrano, José Espái y Antonio Fernández.
«La calavera encontrada la noche del lunes servía al conserje para el estudio de la anatomía, y peinados difíciles que las mujeres ponen de moda»
El Círculo de Trabajadores quedó cerrado, precintadas y selladas sus puertas. Sin embargo, lo que más mostró la prensa y la policía fue un supuesto documento tenebroso de anarquistas dinamiteros titulado «El reglamento de la muerte», que fue encontrado en los bolsillos de dos de los detenidos, Debats y Ferreira. Era una especie de Catecismo Revolucionario de Nechayev y Bakunin de diez artículos. Los integrantes del grupo, en una decena de puntos, juraban dar su vida por La Idea:
1. El socio anarquista. La primera cualidad que ha de tener es el desprecio a la vida.
2. No han de conocer otra patria que la revolución social, ni otro enemigo que el capital y la burguesía.
3. Los anarquistas no pueden atacarse unos a otros, ni reconocen más justicia que el tribunal de honor nombrado de sus miembros. Dicho tribunal decide soberanamente.
4. Los anarquistas son inviolables entre sí. Cado uno está obligado a salir siempre, aun a riesgo de su vida, en la defensa de sus compañeros.
5. La revolución social debe ser mirada por los anarquistas como el primero de sus deberes y obligaciones.
6. Han de rechazar todo movimiento revolucionario que no sea para destruir el capital.
7. No podrá excusarse ningún anarquista de prestar el servicio que en suerte le corresponda, nada más que por enfermedad, pero quedando el primero para los sucesivos.
8. Ningún anarquista podrá ejercer cargo público sin la autorización de la Asamblea, ni tomar parte en ninguna manifestación que sea contraria a su causa; siempre que se reúnan tres anarquistas deben ocuparse de la revolución.
9. Todos los anarquistas deben conocerse y no haber entre ellos ningún secreto político. No podrán pertenecer a Sociedad alguna contraria a la suya, pero si descubrir todos los secretos de las otras que puedan interesar a ésta, como igualmente a algún anarquista sospechoso que pudiera estar ligado a las autoridades; este caso será el servicio más importante que pueda prestar a la Sociedad.
10 y último. Los anarquistas aceptan la revolución con todas sus consecuencias, poniendo en ella toda su inteligencia, energía y firmeza que se requieren.
El «Reglamento de la muerte» no iba solo. Junto a este, la policía aseguró que se les había encontrado instrucciones para la fabricación y manipulación de la dinamita. En los días sucesivos hubo más redadas. Debats, según la policía, acostumbraba a frecuentar otro Círculo anarquista situado en el barrio de Vallehermoso, al norte de la ciudad, entonces un arrabal. Los agentes, para espiarlos, se instalaron en un piso contiguo al de los anarquistas. La Época da cuenta de un momento bastante hilarante: «Los anarquistas celebraron la noche del domingo una reunión en el Círculo de Trabajadores para ponerse de acuerdo sobre la celebración de un meeting; pero se conoce que los ánimos estaban muy exaltados y no pudieron llegar a entenderse. En cambio acordaron la admisión de varias socias que asistían a la reunión, la cual terminó con una alegre francachela con algo de baile».
Varios de los anarquistas detenidos entraron en prisión por tentativa de estragos y asociación ilícita. Todo, según contó El País, había sido un burdo montaje policial, cuando el juez comprobó que «la calavera encontrada la noche del lunes servía al conserje para el estudio de la anatomía, y peinados difíciles que las mujeres ponen de moda. Respecto a las barbas y bigotes postizos, cree el Juzgado que no tenían otra aplicación que la de disfrazar a los aficionados que ensayaban un drama».