La Noche de San Juan de Arthur Brown

5mtv0zo8uof31.jpg

Vistiendo una túnica ceremonial y con el rostro pintado de blanco, el pionero del “shock rock” británico concibió sus conciertos como actos chamánicos. El más espectacular de todos ellos tuvo lugar a las afueras de Glastonbury en 1971, a ochenta kilómetros de Stonehenge, y fue inmortalizado en celuloide por el cineasta Nicolas Roeg.


Para Andrew Kerr, un bohemio fascinado por los mitos artúricos y la geometría sagrada, la ubicación era perfecta: una gran extensión de pasto dedicada a la explotación ganadera en la pequeña localidad de Pilton, al sudeste de Inglaterra, que aquel joven idealista identificaba con la legendaria Avalon y respetaba el trazado de la línea ley que conecta las ruinas de la abadía de Glastonbury Abbey con el círculo megalítico de Stonehenge. El año anterior, Kerr había experimentado su propia epifanía al asistir a la tercera edición del festival de la isla de Wight, con Jimi Hendrix, The Who y The Doors como cabezas de cartel, y decidió compartirla con los demás organizando su propio espectáculo. Visualizó un festival más heterogéneo, con la pretensión de abrazar otras artes como el teatro, la danza y el circo a la manera de las ferias medievales, concibiéndolo como "un gesto altruista en busca del despertar espiritual y en contra de la codicia". Y debía suceder exactamente allí, coincidiendo con el Solsticio de Verano.

Cada mañana, Kerr supervisaba las obras desde lo alto de la colina en la que se alza el campanario que siglos atrás perteneció a la iglesia de San Miguel, imbuido del espíritu de Lord Summerisle, el líder pagano que Christopher Lee interpretaría un par de años más tarde en El hombre de mimbre (1973). El legítimo propietario de aquellas tierras accedió a acoger su faraónico proyecto, a cambio de 500 libras de la época, para saldar sus cuentas pendientes con el banco. Tomando como referencia a los antiguos druidas, se levantó un escenario con forma de pirámide en el lugar señalado por las fuerzas telúricas, para "estimular el sistema nervioso de la Tierra" y esperar a que los planetas se alinearan para “empujar al universo hacia una nueva era”. Artistas como Traffic, Fairport Convention, Terry Reid, Pink Fairies, Edgar Broughton Band, Gong, Arthur Brown & Kingdom Come, Hawkwind y el mismísimo David Bowie se encargaron de la banda sonora.

Financiado en gran parte por Kerr y la nieta hippy de Sir Winston Churchill, Arabella Churchill, el Glastonbury Fayre congregó a más de 15.000 almas, sin necesidad de despliegue publicitario alguno. Según informó la televisión local de Somerset, el insoportable ruido impidió dormir a los vecinos durante cinco días, y "el consumo de drogas, los bailes paganos y las orgías multitudinarias horrorizaron a la población". Naturalmente se trataba de una exageración, acorde a la puesta en escena planificada por Kerr en su afán por trascender la teatralidad de un concierto de rock al uso y convertirlo en una especie de aquelarre filmado por Nicolas Roeg.

El cineasta británico consiguió plasmarlo en un documental teñido de ácido lisérgico. El punto álgido del metraje, asistimos a un aparente episodio de psicosis colectiva: cuerpos que se enredan y agitan de manera salvaje al calor de cruces en llamas que se derrumban reducidas a cenizas a la llegada del alba. La escena parece salida de The Quatermass Conclussion (1979), donde una inteligencia alienígena se sirve del control mental para atraer a las hordas de ecologistas melenudos a Stonehenge antes de desintegrarlos. Ese mismo día, Roeg abandonó el rodaje completamente exhausto. Su montador, Peter Neal, se encargaría de terminarlo.

Encaramados a la réplica de la Gran Pirámide, Arthur Brown y su banda despliegan su repertorio de muecas grotescas. Ataviados con túnicas estampadas con símbolos cabalísticos y patrones geométricos, los músicos ocultan sus verdaderos rostros bajo varias capas de maquillaje y portan máscaras inspiradas en los ritos de la Orden Hermética de la Aurora Dorada y el Club del Fuego Infernal. Incluso el feedback de las guitarras eléctricas responde al patrón esotérico formulado por el compositor ruso Alexander Scriabin para la obertura de su obra sinfónica Prometeo: El poema del fuego, donde un zumbido disonante desafía cualquier criterio de armonía en un intento por desgarrar el Velo de Isis.

Andrew Kerr pasó al plano astral en 2014, apenas unos meses después de que el Festival de Glastonbury batiera su récord de asistencia con 200.000 personas. Al poco tiempo, Jamie Gilroy, fundador del Wickerman Festival, fallecía a consecuencia del inexplicable “accidente de caza” sufrido en su granja Dundrennan (Escocia). En cuanto a Brown, sigue en activo a punto de cumplir ochenta años. Su primer álbum, The Crazy World of Arthur Brown, tenía algo de grimorio musical: cada canción era un hechizo que predisponía al oyente a emprender un viaje interior en el que Brown se relevaba como una versión moderna de Dionisio, incitando al éxtasis y asumiendo el elevado precio que debes pagar por acercarte demasiado al fuego.