Así fue la Barcelona rebelde
/La película Gritos... A Ritmo Fuerte, de José María Nunes, estrenada en 1984, es un documento único de una época irrepetible. Actuaban Loquillo o Decibelios, entre otros, junto a los principales protagonistas del punk y el «broncabilly».
No era ficción al uso, sino más bien un documento de época, que no un documental. El guión era tan solo un pretexto para contar un momento irrepetible donde punks de segunda y tercera generación compartían calles y escenarios con rockers y skins, todo ellos unidos en su afán de marginación y contestación, de diversión en una ciudad que se dirigía hacia una zona muerta. En la calle había polémica. El anarquismo, los gaztextes, los neonazis. Gritos... A Ritmo Fuerte, estrenada en 1984 (con esa luminosa fecha en la mente de los barceloneses casi como el totalitarismo al acecho), estaba dirigida por el experimentado José María Nunes, anarquista y transgresor, figura de gran importancia en la Escuela de Barcelona con Jordá o Portabella, entre otros, a la cabeza.
«Los jóvenes dirigen. Quiere mostrar cual es su voz, lo que demandan, aunque sea un galimatías. Manolo García, un adolescente, mueve la cabeza de un lado a otro junto a un imponente Loquillo»
Joan M. Minguet Batllori definió su cine de esta manera, algo que nos sirve para Gritos... A Ritmo Fuerte: «He hablado de transgresiones. En efecto, las películas de José María lo son todo menos convencionales: huyen en lo temático y en lo formal de las concesiones comerciales, de los tributos al gran público. Nunes hace un cine para minorías, no hay por qué encubrir lo que a mi entender resulta una evidencia. Y es que, lejos de convertirse en algo pecaminoso, eso debe ser subrayado: el suyo es un camino original que pretende, por encima de todo, enaltecer la inteligencia. Aquí no se concibe el cine como un local o receptáculo susceptible de llenarse de público ante la atracción de una historia bien contada; antes bien, se construyen unos relatos que no se dirigen a la masa anónima, a eso tan incorpóreo que llaman audiencia, sino que pretenden interpelar al espectador sensible, a un sujeto que se deje llevar por los ritmos sincopados, por las armónicas composiciones visuales y los casi gestuales movimientos de cámara, por esos gritos desesperados de algunos de sus personajes, por ese constante amor por la noche, por el secreto de la poesía... Nunes sustituye la narración por el relato poético, arriesgado, y llama la atención, quiere cautivar el sentido profundo del cine como arma cultural».
No había sido su primera película que entraba a pleno pulmón en el mundo del cine musical, o de la filmografía dominada por la banda sonora. En Superespectáculos del mundo (1963), en plena época ye-yé, ya veíamos a Los Sirex en acción. Pero en esta película la lista de grupos musicales (con tantas ausencias clamorosas, sí, pero con otros tantos aciertos) corta el aliento: Código Neurótico, Brighton 64, Decibelios, Joni Destruye y Los Repugnantes, Rebeldes, Loquillo y los Trogloditas, entre otros, a los cuales pone a dialogar en medio de garitos y ruido, tanto que a veces cuesta entender lo que dicen, con grandes momentos como una especie de «asamblea punk» atropellada y caótica. Punks con cadenas van llegando y se sientan alrededor de una mesa compartiendo bebida y un estilo de vida tan auténtico como contradictorio. Nunes no interviene, o al menos deja hacer. Los jóvenes dirigen. Quiere mostrar cual es su voz, lo que demandan, aunque sea un galimatías. Manolo García, un adolescente, mueve la cabeza de un lado a otro junto a un imponente Loquillo.
Decíamos que el guión es un pretexto. Y tanto. Resulta insostenible y delirante, pero a nadie le importa. Lo que prevalece es la sensación de una juventud que tiene un discurso propio, o muchos y muy diversos, pero que entra en confrontación con los adultos. La misma película, en su sinopsis, lo explica: «La sociedad está siendo convulsionada por grupos de muchachos que en los garitos, cavas, garajes, casas semiderruidas, aporrean sus baterías, rascan las cuerdas de sus guitarras y gritan; protestando, burlándose y ridiculizando esta civilización que juega a la macabra preparación de autodestruirse».
Barcelona es de ellos, o al menos lo que sucede al caer la noche y en la calles. Junto a los grupos musicales, entran y salen protagonistas de aquellos años como Silvia, de Último Resorte, el escritor y periodista Jaime Gonzalo, los miembros de RIP y de Kangrena, y muchos más. Cuentan sus desaires y aventuras. Se muestran desobedientes, rabiosamente autónomos.
Poco a poco, al pasar los años, sus protagonistas han ido contando cómo se gestó la película, lo que sucedía tras el decorado por otro lado inexistente, su parte maldita. Como en el caso de Silvia, de Último Resorte, que lo contó así en su blog: «Si salimos en nombre del insignificante grupo y nada representativo de la época, los malditos Último Resorte, fue por pura casualidad, porque todos los supuestos "grupos amigos", Kangrena, Decibelios... nos ocultaron que ese día se iba a estar filmando esta película (aún recuerdo la cara de sorpresa que pusieron cuando nos vieron llegar al Juanito y a mi), pero como resulta que habíamos quedado para una entrevista con un gilipollas de un fanzine de Madriz [...]. Pues con este gili quedamos por casualidad en el bar de al lado de Radio Obrera, que es donde todos nuestros "grupos amigos" habían quedado para filmar la película y así fue como Juanito y yo aparecemos en este coloquio.... y si os dais cuenta yo hablo casi sin voz debido al agobio constante y la consternación que sentía debido al vacío que me hacia la peña y las constantes y veladas jugarretas de los supuestos "amigos" [...] ¡Ah! Los pantalones de leopardo rojo que llevo en esta escena me los regaló una de las Vulpes, no sé si Loles o Lupe..., era de agradecer que de vez en cuando alguien te tratara como si fueras normal o buena persona, y también lo digo por los RIP, o acaso por Isa de IV Reich». Eran otros tiempos. Casi todos los y las punks eran adolescentes, gente buscando su propio camino. Como la misma Silvia, figura insigne del primer punk barcelonés, que mirando hacia atrás declara a Agente Provocador: «Éramos unos críos, como yo misma. Ahora me siento mucho mejor. El tiempo pasa y cambiámos mucho».
«Es un documento casi único, tan solo superado por una actuación memorable, la de Decibelios, con una escenografía que puede describirlos, hacernos rendir ante ellos. Es como el video musical perfecto para ellos y, además, los Decibelios de aquellos años»
Este momento es un documento único tan solo superado por una actuación memorable, la de Decibelios, con una escenografía que puede describirlos como banda y como guerreros de la urbe, hacernos rendir ante ellos. Es como el video musical perfecto para ellos, para los Decibelios de aquellos años. Suena «Botas y tirantes». Tocan en un taller junto a un tipo que no para de soldar. No están solos. Varios fans aparecen y desaparecen como por arte de magia ante el interminable trabajo del soldador que suelta chispas frente a la banda. Lo último que se escucha es un grito de guerra: «¡Oi, oi, oi!».