Las trabajadoras de una fábrica de perfumes que formaron un Batallón de Mujeres contra el fascismo
/Los Batallones de Mujeres de la Guerra Civil, inspirados en los soviéticos Batallones de la Muerte de Mujeres, estuvieron integrados por muchas trabajadoras de la fábrica de jabones y perfumes Gal de Madrid, que no dudaron en alistarse
Salvador Echeandia Gal era su fundador, aunque la compañía Perfumería Gal contaba durante los tiempos anteriores al estallido de la guerra con varios republicanos en su Consejo de Dirección. Cuando estalló la guerra, Salvador estaba en el extranjero, donde permaneció hasta su término. Su hermano Eusebio huyó desde Irún a Francia, mientras que el tercero de los hermanos, Tirso, se puso al frente de la fábrica cuando fue colectivizada por anarquistas y comunistas. Gal era una marca muy importante. Había creado el exitoso Heno de Pravia. La perfumería contaba con oficinas en Buenos Aires y, entre otros productos, comercializaba el célebre jabón Gal. La fábrica Gal, que se encontraba al final de la calle Princesa de Madrid (justo entre las calles de Isaac Peral, Fernández de los Ríos, Fernando el Católico e Hilarión Eslava. Muy cerca de Moncloa y donde hoy se levanta el complejo residencial Galaxia) quedó prácticamente destruida en los bombardeos y combates, al estar muy cerca del frente. Allí trabajaban muchas mujeres que serían pioneras en alistarse para combatir al fascismo en unidades de combate. No fueron las únicas. Se crearon varios grupos que recibieron instrucción militar y se prepararon para marchar al frente.
«NO ME COGERÁN VIVA»: LINA ODENA
«Obreras de la Casa Gal, de la fábrica de pañuelos y de otros sitios, han acudido en tropel a alistarse en el Batallón»
La revista Crónica, a los pocos meses de desatarse el conflicto, afirmaba que «obreras de la Casa Gal, de la fábrica de pañuelos y de otros sitios, han acudido en tropel a alistarse en el Batallón que lleva el nombre de Lina Odena, en memoria de aquella que en un frente de Andalucía supo derramar generosamente su sangre joven y ofrendar su vida en defensa del ideal». Su batallón tenía el nombre de la tragedia, el de la militante comunista Lina Odena, que en los primeros días de guerra participó en choques en Almería, donde tenía lugar un Congreso Provincial. Como tributo a la ayuda que le brindaron dos compañías de aviones republicanas, Lina lució en su mono de obrera el símbolo de las alas de la aviación y que llevaba puesto el día de su muerte, el 14 de septiembre, cuando se encontró por una equivocación con una patrulla falangista y, sabiendo a lo que se exponía, se suicidó de un disparo en la sien.
El Batallón de Mujeres fue una idea efímera. En los primeros momentos, cuando la presencia de las milicias anarquistas y de otros grupos y organizaciones no adscritos al estalinismo y la influencia militar soviética, las mujeres marcharon al frente, y no solamente se encargaron de labores de intendencia y auxilio de todo tipo en retaguardia. Crónica y otros periódicos entrevistaron a varias de estas mujeres, entre ellas las milicianas de Gal: «Muchas de estas mujeres, cuyo trabajo empieza con el alba y no termina hasta bien avanzada la noche, están decididas a todo, y al decir que están decididas a todo queda expresado que entre sus propósitos figura, si fuere necesario, el de defender Madrid con las armas en la mano. No ha de llegar este momento. No es posible que llegue, porque legiones de hombres esperan impacientes y anhelantes la entrega de un fusil y la orden apremiante de marchar a combatir. No ha de llegar, porque columnas enteras de otras regiones, ante la amenaza que se cierne sobre la capital de España, llegan a Madrid, a reforzar a los que hasta ahora han venido rechazando al enemigo. Pero si ese instante llegara, si la situación fuera tan crítica que hiciera precisos absolutamente todos los esfuerzos, las mujeres están preparadas, y en las trincheras, al lado de los hombres, lucharán con igual o mayor coraje que estos, si cabe, para hacer retroceder al enemigo».
«Los batallones femeninos estaban inspirados en el llamado Batallón de la muerte de mujeres, famosas en los choques y levantamientos anteriores a la Revolución, y que contaron con el apoyo de históricas feministas como Emmeline Pankhurst»
En Madrid, el Batallón de Mujeres se reunía y formaba en el Cuartel General de las Milicias, el edificio del convento y colegio que los Padres Salesianos tenían en la calle de Francos Rodríguez. También en Cuatro Caminos, donde se alistaron muchas mujeres. «Algunas de ellas andan ya por el patio del cuartel, con su mono azul o su gorro cuartelero y su fusil al hombro —relata Crónica—. Son las que primero han actuado en el frente, como enfermeras o para servicios auxiliares de retaguardia. Muchachas jóvenes, chiquillas casi, que hemos visto mil veces a la salida de los talleres de la Gran Vía, en tos bailes populares o junto a las barracas de las verbenas. Modistas, sastras, obreritas».
BATALLONES DE LA MUERTE BENDECIDOS POR SUFRAGISTAS
La idea era soviética. Los batallones femeninos estaban inspirados en el llamado «Batallón de la muerte de mujeres», famosas en los choques y levantamientos anteriores a la Revolución, y que contaron con el apoyo de históricas feministas como Emmeline Pankhurst, que en 1917 viajó hasta la Unión Soviética, lo conoció personalmente y se fotografió con sus integrantes. Fueron muy numerosas las mujeres soviéticas que se alistaron en el Batallón. El Segundo Batallón, por ejemplo (en junio de 1917), estaba formado por cerca de un millar de mujeres.
Las mujeres, nada más producirse el levantamiento fascista, entraron en batallones mixtos o participaron en la toma de cuarteles, pero el peso del feminismo hizo que muchas exigieran mayor autonomía, un grupo propio solamente integrado por mujeres y que, además, fuesen instruidas también por mujeres en el manejo de las armas y táctica militar. Pero aquella imagen poco a poco se difuminará. La guerra quedó en manos de los hombres, al menos en la historia que nos contaron, la de generales y coroneles en una guerra cada vez más controlada y dirigida por burócratas.
El edificio de Gal fue derribado finalmente en los años setenta, pero la ciudad sigue aún conservando el recuerdo del Batallón de Mujeres, lo mismo que sus hermosos carteles y diseños publicitarios, como el que aún se conserva en la estación «fantasma» de Chamberí.