El desopilante reportaje sobre unos «beatniks» en el Madrid de los 60

En mayo de 1966, el periodista César Alonso de los Ríos publicaba en la revista Triunfo un reportaje titulado Beatniks en Madrid. El tema estaba de actualidad porque las autoridades franquistas habían decidido expulsar del país a cuatro jóvenes «beatniks».

En la España de los sesenta, Triunfo era tal vez la publicación que mejor abordaba temas de actualidad, aunque solo fuera por tener un punto de vista progresista y de izquierdas, dentro de lo que cabía. Muchos de sus profesionales eran jóvenes descontentos con la dictadura que luchaban contra ella con más o menos implicación. Uno de ellos era César Alonso de los Ríos, autor de un reportaje publicado en mayo de 1966 titulado Beatniks en Madrid que, durante el tiempo que trabajó en Triunfo, estuvo afiliado al por entonces clandestino Partido Comunista y, cuando abandonó esa cabecera en 1978, fue para dirigir La calle, revista de actualidad vinculada a dicha organización política.

Portada del número 208 de Triunfo en el que se incluye el reportaje casi tan cómico como Dick Van Dyke.

Portada del número 208 de Triunfo en el que se incluye el reportaje casi tan cómico como Dick Van Dyke.

A pesar de estas credenciales, la imagen que se daba de los jóvenes en ese artículo resulta desopilante y más propio de diarios como ABC o Ya que de una revista que era estandarte del cambio político en el país. Desde el primer párrafo, César Alonso de los Ríos demostraba una desconexión total con la realidad de los muchachos protagonistas del texto. Aunque el redactor había cumplido los treinta en enero de ese año, apenas cinco meses antes de escribir el reportaje, su forma de abordar la vida de esos veinteañeros resultaba en unas ocasiones crítico y en otras paternalista. Tal vez la razón fuera que los treinta años de la década de los 60 se parecían mucho a los cuarenta de la época actual. O los cincuenta.

«Cuatro “beatniks”, cuatro indeseables, han sido expulsados del país», lo que, según Triunfo, provocaba «el mismo alivio que se siente cuando se revienta un grano».

Prueba de esa incomprensión inter pares son frases como aquellas que afirmaban que los beatniks «no protestan. Se tumban» o que «nadie sabe sentarse mejor que un “beatnik” en una acera, en una cuneta o en una silla metálica como estas de la terraza de la Cervecería Alemana, plaza de Santa Ana». No contento con llamarles vagos, el redactor dejaba caer que también podían ser unos borrachos –«Dentro de doce horas seguirán aquí o, mejor dicho, en el interior del bar»– y unos drogadictos –«se les achaca fumar marihuana. Se les carga todos los vicios, todos los tabús»– aunque puntualizaba que «estos muchachos representan la diezmillonésima parte del vicio existente. Su fallo está en que lo exhiben». Para concluir con esta descripción de las particularidades del beatnik el periodista afirmaba: «ningún verdadero “beatnik” aguanta más de tres días en una misma cama y en una misma ciudad». Una sentencia tan lapidaria que, como no podía ser de otra manera, daba lugar a una pregunta: «al buen burgués le intriga de qué viven». Lógico.

¿De qué viven los beatniks? Aquí una pista. Foto: Gigi.

¿De qué viven los beatniks? Aquí una pista. Foto: Gigi.

¡Marrana!

Entre esos jóvenes procedentes de «San Francisco, Nueva York, Londres, Estocolmo» que se daban cita en la Plaza de Santa Ana, había «muchachos de jerseys altos y de pelo largo» pero también «muchachas con pantalones negros y cazadoras masculinas». Algo poco habitual para la época y que llamó la atención no solo del periodista sino también de la concurrencia.

«Sally fuma un emboquillado. Lleva una blusa escotada en redondo, en un redondo generoso que si no afecta a los “beatniks”, atrae al público indígena que ahora –cierre de los comercios– llena la plaza”. El asombro de «los nativos» ante el escote de Sally era tal, que les llevó a formar un semicírculo en el que, según se relataba, se daban cita «el botones moroso, el pueblerino atónito, los quinceañeros ojerosos, el probo comerciante». Una actitud que, sin embargo, a Sally y a sus amigos les daba igual. Ellos seguían «inmutables, pierna sobre pierna, sin preocuparse de los mirones; más aún, es ahora cuando se sienten “beatniks”, es decir, diferentes». De hecho, relataba el periodista, ni siquiera se inmutaron cuando pasaron dos mujeres «de negro y se la quedan mirando: ¡Marrana!».

Sally con sus amigos y el grupo de nativos mirones. Foto: Gigi.

Sally con sus amigos y el grupo de nativos mirones. Foto: Gigi.

Esa actitud hostil contra los beatniks no era aislada. A los españoles de bien de la época, esa juventud que no viajaba «ni en Meliá ni en Marsans» no acababa de convencerles y, según comentaba De los Ríos haciendo referencia al hecho que había dado pie al reportaje, «el público de la mañana y el de la tarde se ha sentido aliviado cuando ha leído la noticia de que cuatro “beatniks”, cuatro indeseables, han sido expulsados del país; el mismo alivio que se siente cuando se revienta un grano».

Un «beatnik» mira un escaparate de la Gran Vía madrileña. Foto: Gigi.

Un «beatnik» mira un escaparate de la Gran Vía madrileña. Foto: Gigi.

Tras abordar el escenario y el paisanaje, el periodista pasaba a describir a algunos de los beatniks con los que se encontraba a fin de entender «¿quiénes son estos muchachos?» y el porqué de su «amor a la pobreza», que calificaba de «un insólito “american Way of life”». El primero de ellos era Wayne Morgan, de 19 años. «Nació cerca de Nueva York y lleva dos años rodando por el mundo. Leía a Salinger y Kafka cuando trabajaba en una oficina; ahora no puede leer el periódico porque no tiene dinero». El siguiente es John F. Moffit del que se dice que «no es propiamente beat» pero el el único al que se vincula con alguna referencia a ese movimiento. Concretamente su procedencia de San Francisco donde «Ginsberg publicó “Howl” (Alarido), la carta poética del movimiento beat de la que se agotaron en poco tiempo 100.000 ejemplares».

Jóvenes «beatniks» pasean por Madrid. Foto: Gigi.

Jóvenes «beatniks» pasean por Madrid. Foto: Gigi.

Después de aportar ese detalle literario poco usual en la España de los 60, en la que Alarido permanecía todavía inédito, el periodista explicaba que la forma de vida de los beatniks no era más que una respuesta a «la sociedad deshumanizada que pretende encuadrarles», la cual se canalizaba buscando «formas de vida más elementales», rechazando la política «por ser una forma de vida más», así como el militarismo: «he participado en manifestaciones pacíficas y mis compañeros de universidad lo siguen haciendo. No es que seamos unos cobardes. A mí no me da miedo ir a pegar tiros en Vietnam; lo que sucede es que no sé qué hacemos los americanos en Vietnam», respondía uno de los consultados aunque, en opinión del redactor, de forma demasiado sucinta: «W. Ha dejado de hablar. Ha sido mucho para un “beatnik”». En fin.

César Alonso de los Ríos continuó en activo en el mundo del periodismo hasta su muerte, en mayo de 2018. Su trayectoria profesional tal vez explique algunas de las afirmaciones vertidas en el artículo de Triunfo. Tras abandonar La Calle y el Partido Comunista, se afilió al PSOE, pasó por El Independiente y más tarde por El Sol, todos ellos medios de corte más o menos progresista. No obstante, tras el cierre de ese último periódico, César Alonso de los Ríos recaló en ABC, la cadena COPE e Intereconomía, medios de un espectro ideológico totalmente opuesto y en los que más de un colaborador no es raro que aún utilice esa metáfora que comparaba la expulsión de unos jóvenes con reventarse un grano.

Apertura del reportaje de Triunfo. Foto: Gigi.

Apertura del reportaje de Triunfo. Foto: Gigi.