Casa Susanna: el paraíso del cross-dressing en el NY de los 60
/Casa Susanna fue un refugio semi clandestino en el Nueva York de los años 60, al que acudían hombres a los que les gustaba vestirse de mujer y mujeres transgénero para disfrutar libremente de su vida, aunque solo fuera durante un fin de semana.
En Estados Unidos, durante las décadas de los 40, 50 y 60, las formas de sexualidad al margen de la heterosexualidad estaban duramente perseguidas por la ley. Entre las actividades expresamente penadas se encontraban la sodomía, el sexo oral, las muestras excesivas de afecto entre personas del mismo sexo e incluso vestir ropas impropias del género al que estaba adscrito la persona, con todo lo indeterminado que son en este caso los términos «excesivo» e «impropio».
En cualquier caso, ser homosexual, transexual o disfrutar vistiendo ropas femeninas siendo hombre o masculinas siendo mujer era una actividad de riesgo que podía acarrear una pena de prisión, una multa, la pérdida del trabajo o ser víctima de escarnio público en la comunidad sin poder exigir ninguna reparación. De nada servía argumentar, por ejemplo, que vestir la ropa que a uno le venga en gana estaba reconocido en la Primera enmienda de la Constitución del país como un ejercicio más de la libertad de expresión.
Ed Wood, por ejemplo, que solía llevar lencería femenina bajo sus trajes de hombre e incluso bajo el uniforme de soldado durante la Segunda Guerra Mundial, temía más ser herido que morir en combate. Cualquier cosa era preferible a tener que enfrentarse a las consecuencias que se derivarían cuando, en el hospital o en la mesa de operaciones, descubrieran su ropa interior.
Por eso, aquellos que disfrutaban con el cross-dressing, debían realizarlo en la intimidad de su hogar o en refugios seguros, discretos y apartados de las miradas de curiosos y potenciales delatores. Por esa razón surgieron en la época refugios como el Hose and Heels Club en California o el que hoy nos ocupa, Casa Susanna, un complejo vacacional fundado por Susanna y su esposa, en el que se alojaban hombres que les gustaba vestirse de mujer y a mujeres transgénero que no podían vivir libremente su realidad.
Susanna era el nombre elegido por Tito Valenti, un traductor judicial de origen cubano, al que le gustaba vestirse de mujer. Su esposa Marie, propietaria de una tienda de pelucas en la Quinta Avenida de Nueva York, aceptaba, respetaba y apoyaba los gustos de su esposo. Tanto es así que, a mediados de los 50, compraron una extensa propiedad en Catskills, Nueva York, donde decidieron montar una especie de casa rural a la americana en la que, durante los fines de semana, aceptaban huéspedes a los que se les permitía vestir como gustasen y se les daba alojamiento, manutención y clases de maquillaje o cocina.
El lugar se llamaba Chevalier D’Éon, en homenaje a Charles de Beaumont, conocido como Chevalier D’Éon, diplomático, espía y militar francés que estuvo al servicio de Luis XV. Representado en cuadros como hombre, como hombre vestido de mujer o como mujer, Beaumont era lampiño y tenía rasgos femeninos, lo que hizo que, como el Orlando de Virginia Wolf, la primera parte de su vida la pasase como hombre y sus últimos años, ya exiliado en Londres, como mujer. Aunque a su muerte los médicos certificaron que tenía genitales masculinos, aún hoy se especula si era hermafrodita, transgénero o travesti.
A pesar de esa denominación, con el tiempo el lugar terminó siendo conocido sencillamente como Casa Susanna, en referencia a su propietaria, que incluso llegó a tener una columna de opinión en Tranvestia, revista independiente sobre cross-dressing, que se publicó entre los años 1960 y 1980 y cuya línea editorial era la de considerar el travestismo como una actividad que no tenía nada que ver con la homosexualidad y la transexualidad.
Corrían los años 60 y bien por desconocimiento, bien por miedo a esas leyes antes mencionadas, la homofobia estaba muy extendida, incluso en colectivos que deberían ser aliados de la lucha LGTBIQ+. Por ello, si bien entre los clientes de Casa Susanna había gays y personas transgénero, la mayor parte de ellos eran hombres que se consideraban heterosexuales, estaban casados y tenían hijos. Personas que llegaban al lugar vestidos de traje y corbata y, una vez allí, se ponían vestidos de noche, trajes de chaqueta, medias, tacones y se pasaban el fin de semana haciendo barbacoas, ocupándose del jardín, jugando al bridge, echando partidas de Scrabble y charlando. Cuando llegaba el momento de regresar a casa, se ponían de nuevo el traje y recuperaban su normalidad sin cuestionarse demasiado su sexualidad.
En ese sentido, Casa Susanna era un lugar idílico, en el que se podía disfrutar sin miedo y que se parecía mucho a un sueño porque nada de lo que pasaba allí podía documentarse en fotografías o películas de Super-8. Según la legislación estadounidense, los dueños de los laboratorios podían denunciar al cliente que hubiera llevado a revelar un carrete con imágenes que ellos considerasen obscenas o que atentasen contra la moral (otros conceptos difusos). La única posibilidad para guardar un recuerdo de esos fines de semana era utilizar cámaras Polaroid con película instantánea que no precisaba revelado. El problema es que el formato y la calidad no eran demasiado satisfactorios.
Así fue hasta que un joven cliente de Casa Susanna que se hacía llamar Andrea Susan, apareció un buen día con una cámara de fotos profesional y la noticia de que tenía un laboratorio de revelado propio. A partir de entonces, Andrea se dedicaría a realizar fotografías que serían reveladas en su casa y de las que se sacarían discretamente tantas copias como quisieran los retratados. Durante décadas, los negativos y las copias de esas imágenes estuvieron a buen recaudo pero, a principios del siglo XXI, abolida ya esa legislación punitiva y cerrada Casa Susanna desde finales de los 70, muchas de ellas aparecieron en un mercado de segunda mano de Manhattan. Allí fueron adquiridas por Robert Swope que, junto a su amigo Michel Hurst, decidió publicar un libro con algunas de ellas.
El impacto que provocó la historia de Casa Susanna hizo que, en 2104, se estrenase en Broadway Casa Valentina, un montaje que llegó a estar nominado como mejor obra del año en los premios Tony. Escrita por el dramaturgo Harvey Fierstein, su autor ha declarado que lo que más le llamó la atención de las fotografías era «la alegría que transmitían los rostros de los que aparecían». Esa alegría que proporciona poder vivir en libertad y de acuerdo a lo que se desea ser.